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La nieve cae sobre el frente de Turbe

La suerte de Travnik se decide en un pueblo fantasma

Alfonso Armada

Las primeras nieves que caen en Turbe vuelven más fantasmal este pueblo abandonado en el norte de Bosnia, una Suiza con mezquitas. Sus 7.000 habitantes han huido hacia la histórica ciudad otomana de Travnik, a tan sólo ocho kilómetros, en busca de refugio. Los serbios están a las puertas, han metido su cuña con clavos de hierro.Turbe es un pueblo muerto En medio de la desolación de las fachadas arañadas por la metralla, de las tiendas vacías, la señal azul de una parada de taxis parece una broma amarga. El viento agita las cortinas deshilachadas de los pisos reventados por granadas. El silencio de las calles batidas por la nieve y el viento sólo es quebrado por los disparos de los serbios y las réplicas, mucho más espaciadas.

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"Hay que ahorrar munición", dice el capitán Zejo, de 31 años, con una sonrisa entre tierna y burlona. Si Turbe cae, la penetración serbia provocaría una nueva oleada de refugiados Cuando Jajce fue ocupada, a principios de noviembre, 40.000 musulmanes emprendieron la huida hacia Travnik bajo el hostigamiento de los chetniks.

En la carretera que corre junto al río Lasva, entre Travnik y Turbe, el tráfico es un espejismo: un carro lleno de leña tirado por un caballo, un Fiat 600 lleno hasta los topes y escaso de gasolina Hacia Turbe sólo van los que tienen que combatir. Los que querían huir hace tiempo que han huido. El frente casi puede tocarse con las manos. Los disparos marcan una línea de fuego.

El despacho del comandante de Turbe, Zolota Sead, un musulmán de 45 años, con boina y barba de Che Guevara, es un museo de calibres. La pequeña colección del militar llena una estantería: restos de un obús de 155 milímetros, morteros de 120 y de 82 milímetros, martirizados proyectiles de una multilanzadora tipo raqueta, con las hélices de propulsión arrugadas como un pañuelo de hierro, y balas de tanque de 100 milímetros.

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En el centro del pueblo, con sacos terreros tapando las ventanas y una sola bombilla, que aplasta las figuras y hace las sombras más espesas, se halla el puesto de comunicaciones -las antenas de las radios se doblan contra el techo como cañas de pescar fuera de juego- que es también cuarto de mapas.

Los serbios se mantienen agazapados al otro lado del río Lasva. "Hay tres líneas de penetración", dice el comandante, "que configuran una tenaza cuyo epicentro es la iglesia ortodoxa, en sus manos". Las tropas bosnias -común 10% de croatas en sus filas- resisten el barrido de la artillería.

Como de costumbre, los chetniks repiten la estrategia que tan buenos resultados y tan pocas bajas les ha causado en su paulatina conquista de Bosnia-Herzegovina: bombardear las posiciones enemigas con todo tipo de artillería.

Su ventaja armamentística les permite machacar al adversario sin exponerse. Controlan la montaña de VIasic, antiguo complejo turístico para esquiadores, y desde allí, con cañones, morteros y carros de combate, siembran de fuego el pueblo y la carretera entre Turbe y Travnik.

Mujeres y niños huidos

El puente de tablas sobre el río Lasva -el de hierro es un blanco muy fácil para los chetniks- hay que cruzarlo a la carrera, y aprovechar después los parapetos de leña apilada y las casas que se interponen entre las posiciones serbias y las líneas bosnias, para acercarse al frente, sin que una bala certera se atraviese en el camino. Hace mucho frío en Turbe, pero en el puesto del capitán Zejo una estufa de leña y dos Kaláshnikov mantienen el ánimo.Clavada en la puerta de Ja bodega y con una caligrafía primo rosa está el horario de trabajo: las guardias y los turnos de los 15 miembros del destacamento a las órdenes de Zero.

Desde la terraza de la casa, con rastros de metralla por todas partes, se divisan la colina y la carretera que controlan los chetniks. Pero hay que asomar apenas la nariz. Lo mismo ocurre en un puesto avanzado, a 100 metros de las líneas serbias. La casa está a oscuras. Hay pinzas vacías en un balcón y leña apilada que este invierno sólo calentará a los combatientes.

Las mujeres y los niños han huido. "Están a salvo en Travnik", dice un campesino que exhibe orgulloso cuatro lanzagranadas de fabricación yugoslava, cuidadosamente ordenados sobre la alfombra del comedor, a oscuras. Su joven compañero de guerra come una sopa sentado en el suelo.

Antes de la guerra, en Turbe convivían sin problemas 3.000 musulmanes, 2.100 serbios y 1.900 croatas. Sin embargo, ahora es un pueblo sin alma. Bajo la nieve, el tableteo de las armas automáticas es lo único que se escucha, mientras el viento danza como un fantasma sobre los escombros.

Esperan a que los chetniks desaten un nuevo ataque para defenderse. Pero manejan los lanzagranadas con una torpeza inquietante.

Las manos de Safija Omeragic están heladas de esperar a la puerta de la Cruz Roja de Travnik. Tiene 37 años, pero, como mucha gente aquí, aparenta 10 más. Vivía en Turbe y ahora, con su marido, su hermana y tres sobrinos, es una refugiada más en Travnik. "Mi marido debe volver esta misma noche a Turbe para seguir combatiendo".

Antes de la guerra, él trabajaba como ingeniero en una empresa de Novi Travnik, y ella en una fábrica de zapatos. "Espero volver a Turbe algún día", dice con los ojos húmedos. Su casa ha sufrido daños, pero se mantiene en pie.

No han tenido mejor suerte las casas de los serbios, que han sido reducidas a cenizas. La mejor amiga de Safija era serbia y dejó Travnik hace tres meses, amenazada por croatas y musulmanes.

Muchos serbios permanecieron en el pueblo después de los primeros bombardeos chetniks, pero acabaron huyendo por temor a sufrir represalias. "Sus casas fueron incendiadas", dice Safija, y es fácil distinguir cuáles eran en la parte del pueblo que sigue bajo control croata-musulmán. "La culpa de esta guerra no es de la gente, no es de los musulmanes, ni de los croatas, ni de los serbios, sino de los políticos", sentencia Safija con tristeza.

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