El estrés democrático
Se habla a menudo del Estado y de la sociedad civil como de dos conceptos opuestos, en una dicotomía que ya parece ser un. tópico de la vida política. Desde el ámbito local, nos sentimos en la posibilidad y en la obligación de mediar entre ambos, de buscar entre ellos un nivel de colaboración fluida y positiva para la vitalidad del sistema democrático.Desde la vida local, pedimos a la sociedad civil y a los medios de comunicación -de comunicación también entre sociedad y política- que colaboren activamente en este proceso. Casi diría que les pedimos que obliguen amablemente al Estado a hacerse más civil, en la medida de lo posible, y a olvidar la medida de lo imposible; partiendo de la base de que el Estado es necesario, ya que, entre otras razones, los Estados han creado Europa y son sus garantes principales.
Los Estados, no hay que olvidarlo, han creado el bienestar social necesario para reconciliar a todas las clases con el sistema y para aceptarse mutuamente. Esto lo han hecho los Estados tomando de arriba y repartiendo abajo, cogiendo en el norte y distribuyendo en el sur. Lo que no existe a nivel mundial, se da embrionariamente en cada Estado: una relativa integración o cohesión social entre norte y sur, que debemos conservar y desarrollar como un bien precioso.
No debemos aceptar que nadie se deje llevar por el instinto egoista de olvidarnos los unos de los otros o de culpar siempre a los otros de todos nuestros males. No podemos hacerlo. Porque habríamos demostrado una total incapacidad de dialogar no ya con nuestro sur (o con nuestro norte), sino con el sur del mundo. Que es tremendamente más otro, más distinto y más extranjero que nuestro propio y entrañable sur interno, por muy singular y diferente que éste sea, por muy distantes que nosotros seamos para nuestro propio sur.
No somos Suecia, pero estamos en el norte, somos un entrañable, próximo y mestizo norte. Entendámonos entre nosotros -de este a oeste, de costa a meseta-, y, si no, dejemos de hablar de solidaridad a nivel mundial. Entendámonos entre nosotros, también, de clase a clase, por decirlo así. La clase empresarial que hemos producido como país no es mucho mejor ni mucho peor ya de lo que puede llegar a ser.
Los grandes ciclos del pensamiento mundial se mueven poniendo énfasis en el individuo o en el colectivo, en la conservación o en el avance, en el riesgo o en la seguridad, etcétera. Y en cada momento, las distintas agrupaciones políticas representan el rol de esos valores o énfasis, permanentemente contrapuestos y permanentemente vivos en la sociedad.
Los socialistas hemos sido identificados con lo colectivo y lo avanzado, y otros con lo individual y conservador. Aunque estos apareamientos son a veces desmentidos por la historia, cuando el avance se produce a través del individualismo o cuando la conservación se hace corporativa. Se producen, entonces, incomodidades y desajustes.
En todo caso, yo me considero un político socialista muy próximo a la, tradición liberal más avanzada, y desde esta posición y desde Barcelona, Cataluña, que es mi determinación en el plano territorial y cultural, mi patria, creo que acierto a ver una España que nace plural. Creo que acierto a ver una nueva España respetuosa de su propia variedad, celosa de la libertad, conforme básicamente con su sistema económico-social y constitucional, con salvedades minoritarias en cada una de estas conformidades y con u n enorme malhumor político, con un estrés considerable tras el largo esfuerzo de 15 años de construcción del sistema democrático.
Hace poco, Aina Moll escribió en este diario un artículo magnífico con el que coincido sustancialmente (¿Mater Spania?, 11 de noviembre). Quizá le faltaba un punto de ilusión para aceptar riesgos en común.A esa España se le puede proponer, probablemente, un proyecto en línea con lo ya realizado hasta hoy pero con otra dimensión, que se basaría en dos objetivos: 1, cobrarse el plus de libertad que significa la Europa sin fronteras, puesto que hemos pagado su precio, y 2, civilizar el Estado en el sentido de aproximarlo al ciudadano.
Aproximar el Estado al ciudadano o es algo muy concreto o es un deseo permanentemente insatisfecho. Con aproximar el Estado al ciudadano, o con civilizar el Estado, no quiero decir sustituir el Estado por la sociedad civil -algo que se proclama, pero que no se hace nunca del todo- Quiere decir solaparlos, trasladar dentro del Estado los muebles del piso alto a la planta baja y abrir las puertas a la circulación de las personas.
Esa planta baja del país son las ciudades, son los municipios, y para llegar a ellos desde lo alto del Estado hay que pasar por el entresuelo, que son las autonomías. Y hay que solicitar de las autonomías que no acumulen ahí todo el peso, a riesgo de hundir el edificio.
En el edificio del Estado hay gran conflicto entre los pisos medios y altos. Se oyen, desde la calle de la sociedad civil, voces, lenguajes altisonantes. De vez en cuando, desde el balcón de los pisos medios sale un personaje a decir "aquí estamos", "estamos más cerca de vosotros", pero luego desaparecen y se siguen peleando con los de arriba.
No nos engañemos: lo interesante de esta década va a suceder en la azotea y en la planta baja: en Europa y en las ciudades. El Estado y las autonomías, es decir, el Estado de las Autonomías, debe saber proseguir el esfuerzo de 15 años en otro terreno. Deben saber vencer el cansancio y seguir renunciando a identificar seguridad y estabilidad con determinados niveles del edificio social.
La riqueza vital de este país le vendrá del plus de libertad europea (libertad de viaje, de empresa, de estudios o de cuenta corriente) y de la consolidación de espacios con calidad de vida, competitivos, completos, capaces de aliarse con sus vecinos, seguros, limpios, ordenados, dotados de proyectos, ambiciosos, tolerantes, bien equipados. Es decir, un sistema de ciudades digno del país que ya hemos construido y de la nueva patria europea que nace ahora.
La Cataluña concreta, las comunidades autónomas concretas, se realizarán en este proyecto, o serán sólo un poderoso sentimiento.
El Estado se civiliza y enriquece en las autonomías y con las autonomías, y éstas con sus ciudades y sus pueblos, y todos con Europa, con la libertad sin fronteras que Europa significa.
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