La libertad es la diferencia
Durante toda mi vida, la libertad había sido para mí una lucha por tratar de conservar mi personalidad, mi forma de hacer las cosas, de decidir, de ser diferente. Reflexinar sobre ello me producía una cierta aprensión, que hacía que me sintiera mezquino y egoísta. Pero, al mismo tiempo, sabía que esta forma de amar la libertad era necesaria para poder ser libre.A finales del mes de junio pasado leí un libro de Isa¡ah Berlin que me interesó bastante. En él se evidenciaba que los pensadores anglosajones ya hace muchos años que se preocuparon por proteger la libertad personal, la cual consideraban imprescindible para la existencia de una sociedad libre. Esto ofrecía de alguna manera, aunque fuese. con retraso, una tranquila absolución para mi mala conciencia de pecador insolidario y confirmaba mi intuición sobre el hecho de que no hay libertad si no hay libertad personal.
Con esta pequeña idea sobre la libertad trataré de dar mi parecer sobre la unidad europea.
La diversidad es la vida, es la libertad. La uniformidad es el poder, es la opresión. El estado natural de la materia en todas sus manifestaciones, de la más simple a la más compleja, es la diversidad, pero el hombre es la única criatura del universo que tiene conciencia de esta cualidad: la diferencia, su propia identidad, una propiedad que le convierte en el personaje único. de las pequeñas historias de cada vida.
La historia del hombre es la historia por alcanzar la libertad. Una lucha ininterrumpida y continuada por ser libre, por poder conservar esa diferencia; ser yo, mantener el propio derecho a que reconozcan que existo. Incluso en la historia de las diferencias entre los hombres: el fuerte y el débil, el opresor y el oprimido, el rico y el pobre representan la misma lucha por la libertad, por ser yo, por sentirse un hombre con voluntad propia para decidir su futuro, vivir la propia vida y no la de los demás, la que imponen los otros.
Confundir la libertad con una palabra mágica para obtener el poder, como se ha hecho y se está haciendo continuamente en gran parte de nuestra historia, es una falacia con resultados innecesariamente terribles. Hablar de la libertad de un pueblo, aunque sea con la mejor voluntad, es simplemente una metáfora, a veces peligrosa, si no se tiene en cuenta que la liberación de un pueblo no es nada sin la libertad de cada uno de los. individuos que lo forman. Este es el malentendido en el que hemos creído, llevados por nuestro entusiasmo solidario, a veces bastante irracional" sin aceptar la crítica sobre situaciones dramáticas que han tenido consecuencias catastróficas para una parte importante de la humanidad.
Estoy hablando de Europa, no estoy olvidando ni confundiendo conceptos. Soy consciente de que una gran parte de la humanidad pasa hambre, y de que el hombre sin pan no puede ser libre. Pero, insisto, la libertad que reclama y a la que tiene derecho el más miserable de los hombres es la misma a la que puede aspirar el más eminente profesor de universidad: quiere elegir, quiere decidir cómo realizar su vida quiere que le reconozcan tal como es, él mismo. Esto vale para Europa o para África, para Indochina o para el Reino Unido.
No hace mucho leí una frase, en un comentario de alguien que había vuelto de un viaje a Venezuela y que, pese a que seguramente no tenía el sentido literal que yo interpreto, quería expresar de una forma clara y exacta lo que estoy tratando de explicar. La frase decía: "Me impresionó la forma en que los pobres no son nadie". Probablemente, la denuncia se basaba sólo en razones éticas, pero el hecho es que la frase dice exactamente "no son nadie", que considera que no existen. Y éste es el ataque más claro y preciso contra aquello que es el mismo ser del hombre, la libertad, aun que no lo parezca. "No son nadie" es el máximo insulto que se puede dirigir a la mayor parte de la humanidad: los pobres. No existen, son el anonimato perfecto, sólo tienen derecho al hambre y a la muerte. Así lo podemos tolerar, "no son nadie", no necesitan libertad. Pero hemos de estar atentos, no sólo el hombre suprime la libertad; también una gran parte de los ciudadanos de la llamada sociedad de la opulencia padecen hambre, un hambre diferente a la que produce la falta de pan; carecen de libertad, no tienen tampoco los medios necesarios para decidir cómo hacer su vida, para conseguir que se les tenga en cuenta. No existen, no son nadie".
Toda esta reflexión sobre la libertad me parece básica para la unidad europea, ya que este proceso no se llevará a buen término sin una voluntad real de libertad, y ésta no será nunca posible si no tenemos buen cuidado de conservar la diversidad, las diferencias, la única garantía de libertad. Si la unidad europea se fundamenta en la uniformidad, perderemos la diversidad. Todo estará condicionado por conseguir la máxima acumulación de poder en favor de la eficacia, el poder excesivo se convertirá en opresión y ésta pondrá en peligro la libertad, para acabar suprimiéndola" poco a poco, como pasa en las dictaduras y en el capitalismo.
Insisto: si queremos conservar la libertad, habremos de defender la diversidad. Éste es el gran reto de la unidad europea, la Europa de la libertad. Una Europa abierta, no uniforme ni cerrada. Una Europa donde las decisiones que se tomen para los ciudadanos no sean decretadas sin antes haber obtenido la opinión de los mismos ciudadanos a quienes van dirigidas -y después de haberlas tenido en cuenta-, cosa que puede parecer normal, pero que aún resulta una asignatura pendiente en demasiadas democracias. De esta manera, se podría recuperar la ilusión de los electores para intervenir, con una participación real en la vida pública, esa participación tan desacreditada y tan menguada por la política paternalista que hemos padecido y de cuya ausencia tanto se quejan los mismos políticos que la provocan. Una Europa donde las lenguas, la historia y la cultura de todas las comunidades, de las más grandes a las más pequeñas , tengan los mismos derechos y no sean marginadas y a veces eliminadas por el poder de las grandes. La diferericia no ha de ser un motivo de separación, sino más bien de unión. El orgullo de un europeo ha de ser su diversidad; la riqueza de las diferentes culturas, sus lenguas, sus costumbres, sus paisajes... Su tolerancia, su libertad. Nunca, en la historia de la humanidad, el hombre se ha propuesto hacer un imperio de libertad. Ésta sería la ocasión de inaugurar un camino, posiblemente el único que tiene un itinerario potencialmente inagotable. Éste es un trayecto nuevo, o el mismo de hace miles de años, igual da. Volveremos a comenzar para poder avanzar en esta vía infinita de razones que es la libertad. Podemos continuar. Es posible que esta simple opinión parezca optimista, o con pretensiones ideológicas; todo es culpa de un cierto entusiasmo y de una cierta vehemencia naturales en mí. No estaba en mi intención, ni en mi estado de ánimo, que fuese por ese derrotero. Bien al contrario: estaba y estoy lleno de dudas, y soy bastante escéptico por lo que respecta al futuro. Además, soy consciente de que hacia donde va la humanidad es a uniformar, a centralizar, a hacer desaparecer las diferencias, incluso al individuo. Todo ello, claro está, en nombre de la libertad, pero sin la libertad. Antes, la palabra mágica era el pueblo, ahora es la libertad. A fin de cuentas, a mi edad, tener que hablar de la libertad, situándola por delante de la solidaridad y de la justicia, no es fácil. Uno lleva encima demasiada historia colectiva, demasiadas pretensiones. Y, además, hace falta tanta solidaridad... Ahora bien, por ello escribo estas cuatro líneas: por la libertad, por la mía y por la de cada uno de ustedes, esperando que puedan servir, por lo menos, como recuerdo y reconocimiento para mi amigo Juan Fuster.
Andreu Alfaro es escultor.
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