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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No aburrirás

Billy Wilder intentó una vez escribir un Decálogo del cine, pero le fue imposible pasar del primer mandamiento: "No aburrirás", pues tuvo la impresión de que este contenía a los otros nueve. No le faltaba razón. Viene esto a cuento de que Altinan sigue al pie de la letra la idea de Wilder. Hace siete meses, el gallinero de los cinéfilos de Cannes olvidó, en la proyección de El juego de Hollywod, su costumbre de estar siempre en contra del cine estadounidense y se entusiasmó. Y la película entusiasma incluso en su país, pese a que zarandea con feroz sarcasmo a Hollywood en cuanto espejo de la sociedad -estadounidense.Vertebrada por un guión perfecto de Tolkin y una interpretación colectiva magistral, en la que el rostro anifiado del gigante, física y artísticamente, Tim Robbins hace de solista, la batuta de Altman logra maravillas y se burla despiadadamente de la epidemia de cine predigerido made in Hollywood. Nada de caramelo. Al contrario: dura, corrosiva libertad a granel en esta indispensable obra.

El juego de Hollywood

Dirección: Robert Altrnan. Guión: Michael Tolkin. Fotografia: Jean Lepine. Música: T. Newrnan. EE UU, 1992. Intérpretes: Tim Robbins, Greta Scachi, Whoopi Goldberg. Estreno: Fuencarral, Pompeya, La Vaguada, Albufera y, en v. o., Rosales.

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Mezcla libérrima

De la pantalla salen chorros de ideas e imágenes graves, serias, tremendas a veces: una compleja y libérrima mezcla de géneros. Comedia, drama, farsa, thriller, western, melodrama y tragedia -rematada con uno de los más sutiles e ingeniosos finales felices del cine reciente- se entrelazan sin solución de continuidad en El juego de Hollywood.Un filme como este desmantela y pulveriza, al mismo tiempo, por un lado a esa tonta solemnidad europea de que el cine profundo ha de ir por fuerza acompanado por una dosis de tedio; y por otro a las hollymemeces, esa basura cinematográfica invasora que se empeña en que asociemos el entretenimiento con la superficialidad e incluso con la subnormalidad.

No tiene precio, por consiguiente, una película como El juego de Hollywod en un horizonte cinematográfico como el actual, donde el indigerible tedio europeo pretende aportar al cine la hondura; mientras que la basura audiovisual hollywoodense pretende aportar la diversión en forma de estupidización. Contra unos y otros, Altman, Tolkin y Robbins reeducan nuestra mirada viciada por esa falsaria alternativa.

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