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Un día en Zaragoza

Zaragoza ha sido el punto de intersección de la gira de Serra y Guerra. El jueves estuvo en la capital aragonesa el vicepresidente del Gobierno. El vicesecretario general del PSOE le precedió en unos días. Uno y otro actuaron de forma muy diferente.

Guerra se limitó a dar una charla y por la noche intervino en una cena multitudinaria, organizada por el PSOE, a la que asistieron unas 4.000 personas. Guerra mantuvo su tradicional tono mitinero y sus mensajes clásicos.

Serra, como vicepresidente del Gobierno, visitó a unos niños bosnios, se entrevistó con el presidente de Aragón, Emilio Eiroa, se reunió con la dirección regional del PSOE, dio una conferencia sobre el Tratado de Maastricht y por la noche asistió a una cena-coloquio con gran número de militantes.

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El rastro de Guerra

El vicepresidente del Gobierno pudo palpar el rastro de Guerra en algunas preguntas que le realizaron durante el coloquio sobre el riesgo de difuminación de los principios socialistas por el pragmatismo del Gobierno. Respondió de forma tajante: los resultados electorales del PSOE sólo dependen de la gestión del Gobierno. A continuación hizo un enérgico llamamiento a adaptarse a los tiempos nuevos."Guerra sigue enardeciendo y Serra, no. Pero al vicepresidente del Gobierno hay que admitirle que tiene otro enfoque de las cosas y que no se achanta ante los problemas. La verdad es que ahora empezamos a conocerle", señalaban algunos testigos del coloquio próximos a Alfonso Guerra.

En cuanto a Narcís Serra, en este momento se siente con las manos libres, una vez despejada la incógnita de la sucesión al haber anunciado Felipe González que encabezará las listas de las elecciones de 1993. "De otro modo, el vicepresidente del Gobierno no habría hecho esta gira para que no se interpretará que se postulaba como sucesor", señalan en su entorno.

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