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Otoño en el Cantábrico

El otoño es la estación de los gozos y las sombras, por emplear la fórmula de donde manaba el torrente-folletín de Torrente Ballester. La expresión es de poema colegial, pero conviene a una estación que suscita simplezas melancólicas con metáforas de adolescente. La sombra del otoño es alargada y el gozo es tan fúnebre como la fruta que se pudre de tanto madurar. A la vista de los acontecimientos (la irremediable caída de las hojas, la irresistible caída de la Bolsa, la inminente caída en espiral de Sarajevo), uno se atreve a opinar que la naturaleza, al fin, concuerda con las noticias de la prensa diaria. Se acorta la luz del día y parece que todo, bosques, Bolsa, Yugoslavia, va a hundirse en la oscuridad. En Ribadesella, el mar verdea. Se levanta galernilla del noroeste. Las olas oblicuas se alzan encrespadas y rompen en la escollera con un tremendo surtidor. Ayer mismo eran olas de acuarela. Hoy al mar le sobra. piel. El Cantábrico ofrece el consuelo sonoro y desbordante de una inmensa copa de pippermint frappé.Spengler mantenía la existencia de una relación directa entre el descubrimiento matemático del cálculo diferencial y el complicado protocolo de la corte de Luis XIV. Hay que reconocer que se trata de aproximaciones seductoras, en absoluto analíticas, antes bien simbólicas, que no dejan por ello de ampliar horizontes a la investigación. No sé si Spengler es una lectura de moda. No sé si está vigente o ya es autor olvidado por los historiadores. En todo caso propone elegantes ejemplos y profecías catastróficas. Elegancia y catástrofe son dos términos que no se excluyen en un buen pensador. Spengler anunciaba el fin de nuestra civilización occidental para los primeros siglos del próximo milenio, lo cual de momento no resulta alarmante. Dicho con tan elegante sencillez, esas amplias. perspectivas catastróficas emborrachan. Ello no significa que todo ha terminado. En algún lugar germina la cultura invisible, insinuante, que nos sucederá. Volviendo a las matemáticas, cierto amigo economista y excelente gestionario, spengleriano de intuición, explica nuestros tiempos confusos con el planteamiento de la teoría del caos y los modelos de lógica borrosa (foggy logic). No sé adónde va ' la crisis, no sé adónde va la Bolsa, pero empiezo a sospecharme que Spengler tenía razón. Sube la marea agitadísima. A espaldas del océano los castaños se enriquecen del verde al amarillo. Una paloma entra al porche. A todos nos recluye un ventarrón.

(Frente a la costa se hundió un barco croata. Hubo días de septiembre en que surgieron irisadas manchas de aceite. Una suerte de draga vigilaba la zona del naufragio. Un helicóptero trazaba círculos erráticos de gaviota. El navío, un herrumbroso cascarón, salió del puerto de Bilbao con flete de armas procedentes de Vitoria. Me lo confía con un susurro un pescador. Yo creo en la verdad de la gente sencilla y pienso que al negocio de la guerra le importa un bosnio saber adónde va a malgastarse munición. Siempre ha sido así con los bloqueos de armas. Rommel decía que las trincheras se hacen para saltárselas. Del mismo modo, los bloqueos se decretan para ser violados. Decía un ugandés con dolorosa experiencia que las guerras civiles acaban por la extinción de un bando o por el agotamiento de ambos contendientes. Nos preocupaban este otoño otros temas. ¿El a Maastricht? Ya había dicho no unos días antes el negocio de la especulación).

En el cine del pueblo estrenaban Batman con meses, con siglos de retraso. Era un local modesto, con escenario de juguete y butacas tapizadas de terciopelo rojo, resucitando la memoria convergente de todos los cines de provincia que uno ha frecuentado. Rívolis, Rex, Coliseos anónimos, en el eterno masticar de las pipas de girasol. En términos generales, el hombre-murciélago resulta ser bastante gilipollas. Como a menudo sucede, la maldad y la desgracia son mucho más enigmáticas que la justicia, de modo que la fastuosa perversidad del hombre-pingüino y su desgraciada historia atrajeron toda mi atención y confieso la más absoluta devoción al ambiguo comportamiento de la mujer-gato, lady Miau. La película propone el ejemplo de una cultura urbana en crisis. Humos y nieblas, foggy logic. Quizá sea preciso reconocer al cine el don de la clarividencia. En las destartaladas urbes del futuro administrará nuestra justicia un murciélago con carné de conducir.

En la pantalla se desarrollaban acontecimientos difícilmente explicables para un ser racional. Probablemente el presagio de cultura invisible que germina entre nosotros sea eso, lo inexplicable. Con las herramientas intelectuales de hoy día ni siquiera lo alcanzaremos a vislumbrar. En la Edad Media, los poetas cortesanos imaginaban lugares mágicos henchidos de riquezas, con puertas que se abrían solas delante del elegido, y hoy día, como un sueño realizado, tenemos los almacenes de El Corte Inglés. Todos somos elegidos depositando un óbolo variable en la caja registradora. Las escaleras mecánicas nos alzan en volandas al lugar del deseo. No se puede pedir más. Si el cine es él lenguaje visionario de nuestro tiempo, como antaño lo eran los poetas, la película de Batman no sugiere aquello que nos puede esperar. El paraíso fantástico, desbordante de juguetes y objetos inauditos, se encontrará en las cloacas. ¿Será ése el, futuro? ¿Y si, por el contrario, el lenguaje del futuro se hallara oculto en los vuelos sin motor de Peter Pan?

Los súbditos del reino de Marruecos huyen hacinados en lo que nadie se atreve a llamar boat-people. El término queda reservado para los que escapan de Cuba, de Haití o de Vietnam. Un pudor hipócrita y complaciente evita que se aplique a los que arriesgan el pellejo por salir de las mil y una noches de pesadilla que viven bajo el déspota que gobierna ese país. Los marroquíes aspiran a un futuro occidental de grandes almacenes, y es fácil comprenderlo. Lo m las probable es que en el fondo de su alma también aspiren al asalto del palacio de Hassan. Una de dos, o ese país sale de la miseria y se instalan unos grandes almacenes, o asistiremos a un incendio esplendoroso. ¿Lo evitará Batman?

En el muelle oscuro se mecía un velero con un diminuto banderín de Alemania. En el interior del camarote dormía una familia, mejor dicho, velaba en su velero al resplandor fluorescente del televisor. Imaginé una vida itinerante, de gitanos del mar (no sé por qué aquel barco anticuado, de pintura descascarillada y con necesidad de una buena mano de barniz suscitaba la imagen de un carromato bohemio, incluso en los crujidos y el indeciso balanceo). Tan sugestiva era la imagen de esa vida, al mismo tiempo hogareña y errabunda, que algún organismo la debiera subvencionar. Sentí gozo en la sombra. Hay alemanes que escapan de accidente. Hay aves migratorias. Bajaba la marea en silencio, rencorosa, descubriendo un capital de inmundicia. Aquella gente, haciéndose a la vela, en contraría salvación en la fuga y refugio en alta mar.- Manuel de Lope es escritor.

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