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La venganza de Tiananmen

China endurece su política informativa al tiempo que liberaliza su economía

Juan Jesús Aznárez

La compra de información no ha sido una práctica ajena al trabajo de los corresponsales extranjeros en países con dictaduras. La detención en China de una de las periodistas del diario Express, acusada de haber sobornado a funcionarios a cambio de documentos oficiales, parece perseguir un objetivo fundamental: intimidar a los cuadros o militantes del partido que han filtrado informes y documentos a cambio de dinero y recordar a la prensa extranjera los límites de sus actividades en un país sin libertad de expresión.

La agencia Nueva China distribuyó la semana pasada un despacho en el que se informaba de la detención de Leung Waiman, de 32 años, redactora del periódico de Hong Kong que había publicado con una semana de anticipación el discurso pronunciado por el secretario general del Partido Comunista Chino en la sesión de apertura del XIV Congreso. Pocos días después fue liberada y expulsada del país. La primicia informativa de este rotativo no era la primera. Cuando el líder chino, Deng Xiaoping, visitó en enero el su reste nacional para promover la apertura económica otro diario de la colonia británica publicó la noticia con anterioridad al calen tano previsto por los censores. A este pisotón siguieron otros me nores pero la tendencia no podía menos que molestar a un Gobierno acostumbrado al estrecho control y escrutinio de la sociedad y la prensa.Las autoridades chinas han expulsado, con parecidos cargos, a varios corresponsales extranjeros. En septiembre de 1991 Andrew Higgings, corresponsal del diario británico The Independent, recibía la orden de abandonar China, y el pasado mes de mayo, Lena Sun, colaboradora del Washington Post, sufría arresto domiciliario y la confiscación de material escrito.Kathy Chen, de la redacción asiática del diario Wall Street Journal, subrayaba en un artículo que "el riesgo es mucho mayor para los periodistas chinos de Hong Kong. Al no disponer de pasaporte extranjero pueden ser detenidos y juzgados según las leyes chinas ". Este fue el caso de Leung Waiman, a quien se le reprocharon "actividades incompatibles con su estatus".

El seguimiento del desarrollo del XIV Congreso del Partido, recientemente clausurado en Pekín, constituye un ejemplo de cómo la dirección china ha endurecido su política informativa al haber llegado a la conclusión de que el "liberalismo" demostrado con el cuerpo de periodistas extranjeros que cubrió la represión militar de la plaza de Tiananmen, el 4 de junio de 1989, perjudicó los intereses del partido.

Joaquín Luna, corresponsal en Asia de La Vanguardia y uno de los informadores presente s durante aquellos sucesos, piensa que "nos están pasando factura. En la posición china hay algo de revancha. Antes se nos tenía cierta consideración pero parece que ahora les interesamos menos ". Los cerca de 300 informadores internacionales acreditados para el Congreso apenas recibieron información sobre sus trabajos y debieron entretener su ocio con un programa alternativo de visitas a siderurgias y casas de té.

En China, como ocurrió en otras naciones comunistas, la colonia diplomática y periodística residente en Pekín analiza concienzudamente el entrecejo del primer ministro Li Peng, y efectúa sus diagnósticos políticos más en función de los aspectos formales del régimen y de su jerarquía que en base al estudio de documentación interna fiable. Las posibilidades no son muchas. Los datos más seguros sobre la evolución del sistema, y también los más deformantes o sesgados políticamente, proceden de Hong Kong y Taiwan. Muchos de sus periodistas, con precarios permisos de entrada en China pero con la ventaja de tratar con compatriotas y hablar su mismo idioma, han logrado valiosas informaciones.

En el pasado un televisor a color, una batidora eléctrica o una cena de cinco tenedores podían bastar para ganarse la voluntad de un corrector de pruebas o la confesión de un subdirector de departamento. Pero la apertura de Deng Xiaoping ha restado valor a las antiguas prebendas. "Ahora todos quieren dinero", reconoce un portavoz de Revista Abierta.

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