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'Buitres' con chaqueta

Francisco Peregil

Pantalones claros de pana basta desechada por Guerra incluso antes de 1982, botas de futbolista con tacos de goma, chaqueta azul de 5.000 pesetas y pelo desordenado sobre una cara de medio siglo. Ése es el aspecto de un subastero, mejor dicho, de uno de los más asiduos subasteros. De sus bolsillos raídos puede sacar un millón de pesetas en billetes de 10.000 o las llaves de uno de los 60 coches que ganó en distintas subastas. En su currículo, al menos en el que sale de su boca como una impresora, se refiere a un título de administrador, otro de agente de la Propiedad Inmobiliaria, otro de maestro de escuela y a unas cuantas asignaturas de Derecho.Los hay más elegantes. Traje azul marino, maletín de cuero, zapatos Sebago y ademanes bruscos de empresario-hechoa-sí-mismo. Emplean cierto poder sobre sus empleados, socios o "lacayos". Cualquiera de las tres últimas categorías puede introducirse en una chaqueta que nunca va a juego con el pantalón, amarrarse una corbata de 3.000 pesetas al cuello y ordenar sus documentos en carpetas de cobrador de la luz.

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'Chico listo'

Alguno hay pegado a un puro, camisa abierta en los botones superiores, traje cruzado y aspecto de chico listo, en el sentido que adquiere la palabra en la película Uno de los nuestros. Ellas, a lo sumo seis o siete, con pañuelos, faldas largas, pulcras, tacones cortos y mirada inquieta.

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Uno de los capos se limita a levantar su dedo índice cuando le interesa un piso y el lacayo se convierte en su voz 'hasta que el dedo baja.

Trabajan para ellos mismos o para sus jefes, capital propio o ajeno. Reparten bromas, entran y esperan al juez. Son unos 50, aunque sólo concurren a diario unos 20. Se levantan a la llegada del juez, se sientan y pujan.

El pasado miércoles había mucho interés por un piso en Fuenlabrada por tres millones de pesetas, calle de Galicia, número 32. Pide uno 3.100.000. Otro, 3.150.000. Así hasta 6.725.000 pesetas. Tenía bicho (habitantes) dentro, eso era lo malo. En esas ocasiones, el subastero pacta con ellos o se enfrasca en un proceso judicial. Al día siguiente, la dueña del piso aseguraba que ya había solventado el problema. No especificó de qué manera, pero el sindicato de funcionarios CSIF ofreció su versión: "Puede que el subastero le haya financiado otro crédito".

Ésa es la práctica más corriente. No hay litigios ni querellas; las cosas claras y legales. Y si el bicho no pagase -a saber las condiciones del préstamo- al final el piso volverá al subastero. Pero en ningún caso hay problemas.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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