Los besos más húmedos se dan sobre los sotanillos
La plaza de Oriente tiene unas dimensiones humanas, o sea, que no es sólo que quepáis tú y tu novia dentro de ella, sino que ella cabe dentro de vosotros. Además, cuando al atardecer miráis desde algunos de sus rincones hacia la Casa de Campo, podéis ver el mar, y por la noche, desde la Almudena, las lucecitas de la costa. Ahora hay algunos que quieren reformarla, como si se hubiera portado mal o tuviera caso y que le pasa lo mismo que a ella la culpa de que Franco la utilizar para sus adhesiones incondicionales. Y ya sabéis lo que significa para el urbanismo de este final de siglo reformar: endurecer, poner armarios de hormigón y túneles de acero y galerías sucias de meado por donde tu novia y tú ya no podréis pasar por el olor, pero también por las navajas, cuyo filo brillante es lo único que acaba iluminando estos espacios.Y resulta que el reformador es Miguel Oriol e Ybarra, que en entrevista a Gabriela Cañas en estas mismas páginas decía hace poco que hay que actualizar la pobre plaza, como si se tratara de la guía telefónica, porque, según él, "es una constante ofensa al palacio que sustenta". Vamos que no es que le ofenda, sino que no para de hacerlo.
Pero tú no te lo creas: vete con tu novia cualquier tarde a dejarte tocar por este sol de otoño y comprobarás que el palacio y la plaza se llevan perfectamente, como si se conocieran de toda la vida.
Lo más curioso es que Miguel Oriol ingresó en la Real Academia de San Fernando con un discurso dedicado a defender al peatón contra la agresión de los coches, pero después guardó el discurso en un cajón y se fue a diseñar Torre Europa, en Azca, esa que está tan cerca de la Torre Picaso y que le pasa lo mismo que a ella: que es igual por detrás y por delante, por arriba y por abajo, por la derecha y por la izquierda: infernal simetría.
Y eso es porque la arquitectura contemporánea ha dejado de representar al cuerpo, como es su obligación, de manera que en lugar de metaforizar lo que somos o lo que nos gustaría ser, se ha convertido en la aspiración del dinero: en una caja fuerte.
Una ciudad para el hombre
Y ahora, con el pretexto de que la plaza de Oriente se ha quedado antigua, le quieren levantar la cara y hurgarle en la calavera, para hacer más almacenes de coches y autocares, precisamente en un momento en que los autocares ya no van porque las adhesiones incondicionales se hacen en la plaza de toros. Vamos, que en lugar de animar a la gente a que se acerque por allí en el transporte público, o incluso en bicicleta, que es como os gusta ir a tu novia y a ti, le van a decir que no, que se lleve el horrible coche porque tiene un lugar para aparcar.
¿Cuándo conseguiremos un alcalde que se atreva a cerrar el casco histórico al tráfico de una vez? Madrid es una ciudad hecha para el paseo y la bicicleta. Copenhague y Berlín, que son mucho más frías, tienen su carril de bicicleta que la gente usa todo el año.
Algún interés que no es el nuestro tiene que haber detrás de esta resistencia a proteger del automóvil nuestro porvenir inmediato y nuestra historia. Por eso digo que estas reformas que convertirían el subsuelo en una caja fuerte con olor a pis sólo le interesan al dinero que está detrás de la industria automovilística o de la del hormigón, no sé.
Figones y fisgones
La cuestión es que, de seguir así, la gente va a coger el coche hasta para bajar a por tabaco, en lugar de ir, como tú, del brazo de su novio o su novia, disfrutando de la poca arquitectura que todavía tiene rostro y que nos hace gestos cuando la miramos.
Dice Miguel Oriol que donde él quiere poner los coches no hay nada de interés, que las excavaciones realizadas demuestran que ahí abajo no hay más que sotanillos y figones.
Pues tú y tu novia le decís que os gusta daros besos húmedos sobre los sotanillos, y que preferís el figón al fisgón, que en eso es en lo que se ha convertido ahora Azca, en un refugio de fisgones, ejerciendo de guardias de seguridad o de violadores, pero fisgones al fin que husmean intranquilos el discurrir de los demás. Y si llegaran a convocar el referéndum propuesto por IU, votad que no y ya está.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.