La imposible unión monetaria de Maastricht
La tormenta monetaria ha ocasionado, a juicio del autor, el derrumbe del diseño para la unión monetaria contenido en el Tratado de Maastricht. Mantiene que ese diseño olvida que una moneda sólo se impone en base a la confianza.
A propósito del terremoto monetario que ha hecho temblar los designios de los ingenieros sociales que elaboraron el Tratado de Maastricht, propongo tres principios sobre la moneda, que sirven para ilustrar lo ocurrido y, previsiblemente, lo que va a ocurrir.El primero es que cada emisor de moneda y sólo él es responsable de la estabilidad de la misma. Esta afirmación, aparentemente banal, tiene una implicación fuerte, como es la de que todo emisor que confíe en regular el valor interno de su moneda vinculándola a otra de reconocida estabilidad, pierde, de hecho, la soberanía monetaria, y si tiene éxito, pasará a ser, sólo nominalmente, su emisor. Ello es así porque se verá forzado, por el objetivo que se ha propuesto, a seguir la política monetaria y fiscal que imponga el emisor de la moneda elegida como referencia.
Un,segundo principio es que, en un marco de libertad económica, la moneda buena desplaza a la mala. A algunos les sonará esta afirmación como una inversión de la Ley de Gresham, que afirma justamente lo contrario, pero esta contradicción es sólo aparente. La Ley de Gresham afirma que la moneda mala desplaza a la buena como medio de pago, porque la buena se utiliza como depósito de valor cuando el tipo de cambio entre ambas viene fijado exógenamente, impuesto o forzado. Pero, como muestra la historia monetaria de todos los tiempos, cuando las monedas son libremente convertibles al tipo de cambio que se fije en cada momento, la moneda buena desplaza a la mala como depósito de valor, primero, y como medio de pago inmediatamente, después.
La consecuencia de las dos afirmaciones anteriores es que, en un marco de libertad económica, el emisor que consiga una mayor estabilidad del valor de su moneda y una mayor predictibilidad de su comportamiento verá fortalecida la misma en relación a los que tienen menos éxito. El imperio de una moneda en un régimen de libertad es consecuencia de la preferencia del público por la moneda buena y no resultado de ningún complot imperialista.
Mi tercera afirmación es que la estabilidad externa del valor de la moneda emitida por un emisor debe probarse a lo largo de un dilatado periodo temporal porque ha de generar confianza en que la estabilidad pasada continuará en el futuro. Desde la II Guerra Mundial hasta finales de la década de los sesenta, el dólar parecía imponerse como moneda universal, hasta en algún momento llegó a pensarse en Europa que la mejor forma de conseguir la unión monetaria sería adoptar el dólar. No fue sólo una reacción en defensa de la propia identidad la que dio al traste rápidamente con esta concurrencia, sino también la pérdida de credibilidad del dólar.
Paridades erróneas
Lo sucedido en estos últimos cinco años es que no se han ajustado las paridades en el Sistema Monetario Europeo para reflejar las divergencias que se estaban produciendo en las políticas monetarias y fiscales seguidas por los países participantes. El proyecto de moneda única ha estado actuando como garantía última de una necesaria convergencia de políticas que eliminaría la necesidad de ajustes de paridades más allá de los establecidos por las bandas de fluctuación acordadas. Así, los desequilibrios latentes se han ido acumulando, hasta que primero el no danés y luego las encuestas sobre el referéndum francés han roto la expectativa de ratificación de la unión monetaria, en consecuencia, la expectativa de convergencia y, en definitiva, la garantía de que no se producirán realineamientos.
Eliminada la expectativa de corrección inducida por los acuerdos de Maastricht de los desequilibrios internos de los países miembros, nada más lógico que los mercados actuaran de acuerdo con su percepción y valoración de los mismos. En este escenario, los actores han jugado su papel previsible. América, atenta a su situación interior e indiferente a los efectos de la valoración externa de su moneda. El Bundesbank, atendiendo exclusivamente a Su mandato constitucional de velar por el valor del marco y poco sensible a las llamadas a una cooperación exigida por otros actores menos cuidadosos que él en la salvaguarda del valor por su moneda, y, finalmente, los que han salido de la escena por incapacidad de asumir los costes que les supone ahora el mantener una situación o paridad que antes no habían querido o sabido defender con las políticas internas adecuadas.
Como consecuencia, lo que está ocurriendo hoy es el derrumbe del diseño para la unión monetaria contenido en el Tratado de Maastricht. Este diseño ha demostrado su fragilidad y el hecho de que ésta se haya puesto de manifiesto con ocasión del gran diferencial de tipos entre el marco y el dólar no debe ocultar que ésta es una entre las muchas circunstancias que podía hacer fracasar una operación de ingeniería social de un racionalismo jacobino que olvida principios básicos como el que he enunciado en tercer lugar y es que una moneda sólo se impone en base a la confianza. En el proyecto de unión monetaria se pretendía basar esta confianza exclusivamente en el estatuto de autonomía del banco europeo, como si la autonomía fuera garantía suficiente de éxito en preservar el valor de la moneda.
La constitución monetaria diseñada en Maastricht es incompleta porque no contiene suficientes prohibiciones al ente emisor, lo que ha hecho sospechar justificadamente a muchos que el nuevo banco emisor podría ser objeto -con éxito- de presiones por parte de más de uno para relajar el rigor de la política seguida por el Bundesbank. Pero hay más, una constitución monetaria suficiente sólo prueba está condición tras varias décadas de funcionamiento. ¿Puede alguien imaginarse las circunstancias de desorden financiero que produciría si una vez implantado el ecu los ciudadanos, europeos percibieran un comportamiento poco riguroso del banco emisor y empezaran a utilizar otras monedas como depósito de valor?
La imposición
Las monedas no pueden imponerse. La experiencia con el dinero fiduciario puede haber hecho creer lo contrario a muchos políticos, pero debería recordarse que para imponer una moneda es preciso estar dispuesto a meter en la cárcel a quien disienta de hecho. No estoy exagerando: hasta hace aproximadamente un año, quien en España no creyera en la peseta como depósito de valor podía ser encarcelado si materializaba su ahorro en otra moneda. Pero Europa se construye sobre el principio de la libertad y no puedo imaginar a un órgano comunitario imponiendo un control de cambios y penas de privación de libertad a los europeos que compren yenes. Por eso, si hay que preservar la libertad económica, sólo se logrará una unión monetaria cuando los ciudadanos europeos hayan acumulado evidencia suficiente de la estabilidad de la moneda que se les propone. Y esta evidencia, hoy por hoy, sólo se tiene respecto al marco alemán y la constitución monetaria que lo ampara.
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