500 años
La entrada del español en América se produjo en aquel mes de octubre de 1492 tan evocado este año. Desde aquel diálogo gestual -salpicado de voces ininteligibles para el interlocutor opuesto- hasta nuestros días, el español no ha dejado de expandirse por el continente En la actualidad, los habitantes de 19 países de América tienen por lengua materna el español, salvo una fracción que conserva alguna autóctona. Un idioma introducido por un puñado de personas, logró superar, a pesar de su desventaja inicial, los muchos escollos que se le presentaban. En este idioma es en el que se realizan allí las transacciones afectivas, sociales, económicas e intelectuales usuales, así como su rica creación literaria.Los 3.000 españoles que se supone que entraron cada año, entre 1500 y 1650, fueron bien pocos ante los millones de indígenas que habitaban el continente. Durante muchos decenios el español de Indias corrió el riesgo de perderse. Los españoles se agruparon felizmente en núcleos compactos. Este asentamiento celular facilitó la preservación de su lengua al permitir un contacto asiduo entre sus habitantes. El español se propagó luego de un modo centrípeto a partir de las ciudades, algunas de las cuales contaron con una excelente dotación. La ciudad de México, por ejemplo, contaba con unos 20.000 habitantes de origen español hacia 1570, un volumen discreto, más universidad, imprenta y demás instrumentos culturales.
El idioma no dispuso de agentes que lo difundieran en el medio rural, al igual que hicieran los doctrineros con la religión. Sólo los hijos de caciques recibieron instrucción en unos colegios que se tienen por modélicos, pero que no pudieron, ni pretendieron, actuar sobre las masas. La enseñanza del español quedó, a lo sumo, encomendada a los sacristanes, indígenas y de pocas letras. ¿Cómo pudo propagarse el español a falta de educación?
El español, lengua de las capas sociales altas, provocó la obligada imitación entre aquellos que aspiraban a ganar prestigio. En términos prácticos era también el idioma de la justicia, el de la administración, el del comercio y el de la relación. La necesidad de comunicarse se impuso.
Los estudiosos de la lengua reúnen hoy con atención textos espontáneos, escritos sin la preocupación por la forma, en los que se deslizan términos indígenas o usos del habla local. Estos vocablos y giros de la época parecen anticipar una identidad lingüística que, más adelante, daría motivo para que se compilaran diccionarios de mexicanismos, peruanismos, argentinismos, etcétera. En el siglo XIX, Altamirano en México y Sarmiento en Argentina fueron más allá y pretendieron incluso elevar la peculiaridad al rango de idioma nacional.
La reivindicación esporádica de idiomas y literaturas nacionales se ha cerrado en un fracaso. El español no se ha fragmentado ni siquiera ante la presión de los nacionalismos políticos y culturales triunfantes en los siglos XIX y XX. Es más, el español se ha ido transformando al correr del tiempo al unísono a una y otra orilla del Atlántico. Que el idioma presente particularidades nada tiene de especial. Lo admirable es, más bien, lo opuesto: que el español de España y el de América haya cambiado a la vez El tú desplazó al vos del continente, salvo en las áreas más aisladas del Río de la Plata y Centroamérica. En el siglo XVIII el lenguaje ilustrado, testigo de la renovación intelectual ocurrida en aquel siglo, pasó de España a América y fije -nótese bien- en este lenguaje en el que se tejieron los argumentos que dieron paso al proceso emancipador.
Al terminar tres siglos de régimen colonial, ¿cuál era la situación del español en América? Según el lingüista argentino Rosenblat, hacia 1825 había unos 7,8 millones de indios sobre un total de 18 millones de personas que, poblaban los dominios continentales de España, o sea que los primeros constituían alrededor de un 43% de la población. En México, Centroamérica y el Bajo y Alto Perú, los territorios más poblados, la proporción sobrepasa ampliamente la mitad.
La catástrofe demográfica que llegó a diezmar a los indios de México hasta principios del siglo XVII y, en otras partes, hasta comienzos del XVIII, la incesante inmigración española al Nuevo Mundo, el intenso entrecruce de razas ocurrido y la fuerza que otorga la unidad de la lengua frente a la multiplicidad de las lenguas nativas, todos estos factores redujeron el numero de americanos de len gua indígena. Ahora bien, la in gente tarea de difundir el español hasta su casi universalidad actual ha recaído sobre los criollos. Fue en efecto, bajo gobiernos críticos del legado histórico de la antigua metrópoli, como el español ganó en aceptación casi tanto espacio como en los tres siglos de colonización.
Si, en un primer momento, algunos independentistas tuvieron veleidades de colocar a un príncipe indígena en la primera magistratura del Estado, cuestión que llegó a debatirse en el Río de la Plata, a nadie se le paso por la mente cambiar de idioma y proponer la adopción de uno indígena u otro europeo. A lo sumo, se pretendió distanciarlo del de la antigua metrópoli a fuerza de localismos y de grafías originales.
El español no se ha convertido en una lengua madre, a semejanza del latín, de la que se desgajan idiomas al acabar el dominio político. Bajo las nuevas repúblicas, el español redobló su vigor. Varias razones -demográficas, políticas, culturales y otras- lo explican.
De los 18 millones que habitaban Hispanoamérica en 1825 hasta los 280 que había en 1990, el crecimiento ha sido descomunal en poco más de siglo y medio. En esta carrera, los indígenas han quedado atrás y, con ellos, sus lenguas. La progresiva ladinización del grupo ha sido el principal motivo del rezago.
La población rural ha seguido creciendo hasta hace poco, pero en los últimos decenios ha comenzado a disminuir debido al éxodo rural que se ha volcado hacia las ciudades. Más de dos tercios de la población latinoamericana es hoy urbana. El español es, por cierto, la lengua por excelencia de las ciudades. La migración rural contemporánea no ha conseguido imponer en la ciudad las lenguas indígenas.
Hispanoamérica recibió en los siglos XIX y XX fuertes contingentes de inmigrantes europeos y del Medio y Lejano Oriente, que trajeron sus lenguas y las siguieron hablando y escribiendo en núcleos cerrados, aunque adoptaran el idioma del país, es decir, el español. Bolsas de bilingüismo se han constituido aquí o allá, pero ninguna de las lenguas importadas ha alcanzado el rango, a escala nacional, de segundo idioma.
La construcción de una nación obligaba a contar con buenos ciudadanos. Sólo a aquéllos que sabían leer y escribir les fue reconocido el derecho a votar. Los Gobiernos liberales, que aspiraban a una amplia participación cívica, impulsaron la instrucción primaria y, más adelante, incluso la impusieron con carácter obligatorio, pero el analfabetismo no desapareció por falta de recursos, salvo en contados países como los del Río de la Plata. Los regímenes revolucionarios de corte nacionalista retomaron la misma bandera y han tenido a gala alfabetizar a la población a marchas forzadas, como ha ocurrido recientemente en Cuba y Nicaragua y antes en México.
Finalmente, el formidable desarrollo de las comunicaciones en el último siglo y medio, prensa, ferrocarril o carretera en un principio y, en nuestra época, los modernos medios de telecomunicación, han vuelto a favorecer la propagación del español, en particular su penetración en el ámbito rural. Radio y televisión, por citar unos ejemplos, han llevado el español hasta los lugares más recónditos de América, y, al pretender llegar a una audiencia la más amplia posible, han apostado más sobre los rasgos comunes del idioma que por idiosincrasias locales. Son también los hispanoamericanos quienes han. roto los confines dentro de los cuales dominaba en América y han llevado al español a Estados Unidos por emigración, o lo difunden en el Caribe y Brasil por influencia cultural.
Razones demográficas, políticas y de comunicación han confluido para asegurar la supremacía del español. Este dominio, lo grado al cabo de siglos, ha acabado con los deseos de que el español se desgaje en idiomas nacionales. Los lingüistas reconocen, en cambio, la existencia de una, Koiné en la que participan en igualdad de derechos todos los usuarios del español.
historiador es director del Instituto Cervantes.
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