Octubre del 92
LA CLAUSURA de la Exposición Universal de Sevilla, la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América y la celebración del Día de la Hispanidad hacen de este 12 de octubre una fecha obligada para realizar un primer balance de unos acontecimientos que, junto a los Juegos Olímpicos de Barcelona y la capitalidad cultural europea de Madrid, han constituido para España y los españoles los principales retos de 1992. Si es obligado mirar hacia atrás y contabilizar los aciertos y errores cometidos, más lo es evitar que el día después de estos acontecimentos sea el inicio de una etapa de olvido y dilapidación de sus exigibles beneficios. La tarea futura es procurar que el ingente esfuerzo económico realizado, el trabajo organizativo desplegado y la imagen exterior de España proyectada a caballo de estos acontecimientos tengan efectos duraderos. La actitud de los españoles ante los acontecimientos del 92, y muy especialmente ante la Exposición Universal de Sevilla, ha sido, según los sondeos, de prudente realismo: no han demostrado un entusiasmo desaforado, pero al mismo tiempo no han dudado de que España podría beneficiarse de los mismos. Con esta posición han dado un mentís contundente a la cohorte de agoreros y catastrofistas que han apostado por hacer de los acontecimientos del 92 la prueba definitiva de la incompetencia congénita de los españoles y de la chapuza nacional. Todo lo contrario.
Junto a ello, los ciudadanos han tenido una preocupación lógica, que se ha profundizado conforme avanzaban los síntomas de una mala coyuntura económica: que el esfuerzo inversor no signifique una carga insostenible para las arcas públicas y, consecuentemente, para sus bolsillos. En este punto no se ha hecho todavía toda la luz, a pesar de que los primeros balances apuntan a un superávit de 6.000 millones de pesetas en la explotación de la Expo y a un coste de 10.000 millones de pesetas para el contribuyente en cuanto a las actividades del V Centenario.
Estos avances no ahorran, desde luego, la obligada presentación pública de las cuentas globales -de explotación e infraestructuras- relacionadas con la Exposición Universal y con la celebración de la efeméride. Por ahora, estas cuentas permanecen en la penumbra: están repartidas en tantos capítulos de los presupuestos de varios ejercicios y diversos ministerios que sería un trabajo detectivesco llegar a cuantificarlas. Pero interesa sobremanera aclararlas pese a que la lectura fundamental de estos acontecimientos no deba ser exclusivamente economicista. Hacer unas cuentas reales, claras y totales para evitar que se pueda decir que parte de la crisis económica. nacional se debe a los gastos suntuarios en Sevilla.
La celebración del V Centenario, del que la Expo ha sido el buque insignia, constituiría un grave fiasco si no sirviera para reforzar los elementos integradores, a uno y otro lado del Atlántico, de la aventura del Descubrimiento. El Día de la Hispanidad, que hoy se conmemora también y que desde 1987 es la fiesta nacional de España, responde a este afán integrador. A cinco siglos de distancia, no es el modelo de conquista ni el de colonización lo que se reivindica, sino la significación histórica de unos episodios que supusieron el más importante esfuerzo de proyección exterior de los españoles y sin los que sería ininteligible la historia moderna. Esa empresa forma parte de la historia y constituye, independientemente del juicio que merezcan las conductas, un hecho de civilización. Es el legado dejado por España en aquellas tierras, y en particular la lengua común, lo que permite hoy a los países de América Latina su proyección como comunidad cultural -además de como colectividad política y económica-. Algo inimaginable sin la empresa iniciada hace cinco siglos. Conmemorar esta efeméride sin retórica significa seguir reivindicando -sin triunfalismos ni complejos- el despliegue de un proyecto de civilización compartido entre España y los países latinoamericanos.
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