Humanismo y Le Corbusier
Agradezco la oportunidad de expresar un acuerdo y un desacuerdo fundamentales con las ideas expuestas por Julio M. Sanguinetti, ex presidente de Uruguay, en su artículo Las aventuras de la posmodernidad, publicado el pasado 2 de septiembre.El acuerdo es respecto a su apreciación de que "la sociedad latinoamericana aspira a consolidar su democracia mediante sociedades integradas", es decir, "sin las extraordinarias desigualdades actuales". Acuerdo que requiere alguna matización. Está demostrado el anacronismo de determinados adjetivos de la democracia (popular, burguesa, orgánica, proletaria, etcétera), pero hemos de admitir la vigencia de otros (representativa, participativa, política, económica, etcétera), de lo cual se deduce que democracia no hay más que una, grande y verdadera, sino varias y de muy diversos contenidos e intensidades. Detrás de la "democracia sin adjetivos" que propugnan algunos suele ocultarse el integrismo de los nuevos maniqueos de Occidente encabezados todavía por el señor Bush: bueno lo de ellos, malo lo de los demás. Yo prefiero el concepto de democracia integral, que aunque se encuentra aún en construcción tiene fuerza y la razón de articular democracia representativa y democracia participativa, o sea, que los ciudadanos participen en las decisiones y en los beneficios, y no sólo en lo primero, que es la triste historia que está en el fondo de los crónicos o agudos, pero siempre preocupantes síntomas de apatía o sordo rechazo a "la democracia" que se detectan en Venezuela, Perú, Brasil, Colombia y otras maduras o jóvenes democracias del continente, incluido el gran norte.
Y el desacuerdo radica en que para sustentar esta "democracia posmoderna, con una mística del progreso asentada en la racionalidad del manejo público y la equidad de la distribución social", el señor Sanguinetti recurre al manido exorcismo de condenar de manera absoluta la modernidad representada, en el artículo, por el arquitecto suizo-francés Le Corbusier y su estilo "despersonalizado y frío" y por el marxismo "que transformó al Estado en Dios, como ahora el neoberalismo lo hace con el mercado".
No pretendo ahondar en la polémica del marxismo como
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humanismo (que lo es en tanto crítica radical a la deshumanización y alienación producidas por el capitalismo que analizó Marx), pero sí manifestar mí profundo desacuerdo con los fáciles y perniciosos clichés de moda contra el movimiento postmoderno en arquitectura (puestos en circulación por tanto posmoderno de pacotilla que confunde novedad con novelería, cultura con pedantería, creatividad con megalomanía e innovación con cursilería) y contra Le Corbusier, ese arquitecto-urbanísta por excelencia, que algún día volverá a ser reconocido como uno de los grandes humanistas del siglo XX.- Gustavo Vivas Rebolledo.
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