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La guerrilla de El Salvador cambia fusiles y ametralladoras por un trozo de tierra

Era el martes un día lluvioso en Guazapa, el cerro sagrado de la guerrilla salvadoreña. Jorge Alfredo Cañizares miró por última vez su M16, arma y compañero de tantos años de lucha, lo levantó hacia arriba y, con los ojos humedecidos, lo arrojó a un contenedor controlado por soldados de la ONU. El militar español que fiscalizaba la operación, con traje de faena legionario y boina azul, cortó en seco sus sentimientos. "A ver, que pase el siguiente", gritó con voz ejecutiva.

Cañizares era uno de los 1.500 guerrilleros salvadoreños que el martes entregaron sus armas y se reintegraron, como ciudadanos civiles, a un país ya en paz y sin ruido de morteros. Era el sastre de la unidad. El mismo que les había diseñado y confeccionado los uniformes negros. Unos uniformes que advertían por su color que no eran guerrilleros regulares, sino comandos especiales. La gente que durante 12 años, en primera línea, no permitió jamás al Ejército salvadoreño entrar en el corazón de Guazapa.Una guerrillera aguardaba en fila su turno de desmovilización dándole el pecho a su hijo recién nacido, pero sin separarse de su fusil e impertérrita ante la lluvia. Varios jóvenes revisaban por última vez sus mochilas, lo único -perdidos sus familiares durante la guerra- que les queda en el mundo. Otros, como Cañizares, 38 años recién cumplidos, comentaban al periodista, con voz tenue, recuerdos y esperanzas.

"Los uniformes son míos", decía orgullosamente. "Yo era antes sastre en San Salvador, pero también estudiaba. Tengo el bachiller terminado. Me cerraron la universidad en 1980 y entonces me vine al monte. Ahora quiero trabajar la tierra, pero también estudiar ingeniería. ¿Casado yo? Ahora soy soltero. Me tenía que pasar. Han sido 12 años aquí arriba. Sin embargo, me quedan mis tres hijos".

A cambio de un trozo de tierra

La mayoría de los guerrilleros desmovilizados hasta ahora, un 40% del total de los efectivos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, 8.000 hombres), regresan con el deseo ferviente de encontrarse con un trozo de tierra de labranza con el que poder empezar una nueva vida. Es parte del compromiso alcanzado con el Gobierno para la convivencia en paz. El primer 20% del 15 de junio ya la ha encontrado, gracias a los esfuerzos de la Comandancia General, que presionó fuertemente al Gobierno y fue apoyada en su iniciativa por la cooperación internacional. Éstos de ahora lo tienen más difícil. Y los que vienen después, 5.000 hombres, peor. El Gobierno ha dicho que no tiene tierras ni dinero para comprarlas. "Tendrá, que buscarlas", asegura no obstante el FMLN, que no da su brazo a torcer. El comandante Salvador Sánchez arengaba a sus unidades de Guazapa por última vez con más moral que nunca: "Nadie va a ser desalojado de las tierras donde se ha asentado. Éste fue el origen de nuestro conflicto. Y también nuestra conquista. Habrá créditos para quienes vayan a la tierra y becas para quienes quieran estudiar. Hay problemas con las tierras, pero confiamos que desde Naciones Unidas y el Gobierno nos llegue la solución".El origen de esta guerra de 12 años fue la fuerte desigualdad entre campesinos y terratenientes. Luego se convirtió en una batalla entre un pensamiento revolucionario y un Ejército al servicio de la extrema derecha y de los grandes terratenientes del país, cuyos crímenes -la muerte del obispo óscar Arnulfo Romero y el asesinato de los jesuitas españoles,, entre muchos otros convulsionaron al mundo.

Hoy día, alcanzada la paz, el FMLN es ya un partido democrático. Su objetivo, ahora, es guerrilla, se despedía el martes de su tropa con esta frase: "Id con la cabeza en alto, porque aquel ideal que nos llevó a las armas está logrando sus resultados".

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