Don Eligio
En uno de esos fastos de tramoya con que la carrera judicial se regala los oídos una vez al año, don Eligio ha alzado la voz para decir, entre otras cosas, que la justicia ha de acabar con aquellos políticos que se corrompen, pero también ha de defender de la difamación a los políticos honestos. Y ya tenemos al bueno de don Eligio en la picota, porque vivimos tiempos difíciles para la política, y una defensa genérica del político: bueno equivale, por lo visto, a una inconfesable complicidad con el político corrupto.Don Eligio lo tiene mal para hacerse oír. En el legítimo clamor ciudadano por la limpieza de las administraciones públicas apenas se escucha el rumor de los que limpian la política con su trabajo cotidiano. Más acá de esas sonrisas esposadas, de esos comisionistas virtuosos o de esos depredadores del Presupuesto se encuentran miles de alcaldes y concejales que en su día respondieron a la llamada cívica de su gente y que se han encontrado administrando el bienestar de sus vecinos a cambio de su propio malestar. Esos ciudadanos electos son en su gran mayoría honestos y, sin embargo, son también políticos, aun a su pesar.
El antisocialismo de brocha gorda les ha metido a todos en el mismo saco de la sospecha, y en vez de probar su eficacia se pasan el día probando su inocencia sin conciencia de culpa. Hay que rescatar a la política de sus propios abusos, pero también de los abusos ajenos. Entre otras cosas porque esa política de leyes imperfectas es lo único que nos salva de la perfecta y primitiva ley del más fuerte. Sin política no hay reglas, ni siquiera vulnerables. Y de continuar con el desprestigio sistemático de todo lo político, ningún ciudadano honrado se aventurará en una gestión pública siempre sujeta a la deshonra en grandes titulares y a la rehabilitación en letra pequeña.
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