La vida en los espejos
La estética de Lee Friedlander, como la de otros fotógrafos americanos del corte de Garry Winogrand, Robert Frank o William Klein, felizmente recuperados próxima la década de los setenta, se ha asociado a la de los grandes músicos de jazz de los años cincuenta. Durante aquel periodo, hastiado del realismo de los cincuenta, las inquietudes fotográficas parecían almas gemelas de otras áreas de la plástica.Su generación veía a través del filtro de una aparente sobredosis de ingenuidad, casi la misma de la foto aficionada; parecían apretar el disparador sin la más mínima intencionalidad artística. Quisieron construir un relato análogo de las formas literarias con las que les tocó convivir. Tendencia recuperada ahora, en estos últimos años del milenio, para la que despierta mayor interés los retratos de la trastienda que la espectacularidad de los instantes decisivos. Sólo que la aleatoriedad de Friedlander, como las de sus compañeros, sigue unas reglas, las de la geometría euclidiana, ajustando perspectivas y ordenando volúmenes para crear pasivamente una atmósfera. Como escribió Lemagny al respecto, a la precisa marquetería de Friedlander se le opone la anarquía de Winogrand.
Lee Friedlander
Fotografías. IVAM. Valencia. Hasta el 15 de noviembre.
Esta exposición, compuesta por 110 fotografías en blanco y negro realizadas entre 1955 a 1990, puede servir de arquetipo de muchísimas instantáneas de la época desprovistas de intencionalidad, que optaron por la asepsia ideológica más absoluta. Muchas de ellas bien pudieron ser postales pegadas en el álbum de un granjero de Tejas captadas por su instamatic un domingo, extasiado ante un camión clavado como una estatua en un jardín de cactus en plena carretera (Tejas, 1955), o ante cualquier monumento de cualquier plaza americana con el telón de fondo de un luminoso de Coca-Cola (Nueva York, 1974).
Pero toda esta sensación de ingenuidad, de improvisación, nos lleva, por el contrario, a lecturas más complejas. No en vano su producción, como la de sus compañeros, es un buen estimulante para toda suerte de especulaciones teóricas elevadas posteriormente a categoría fotográfica. De entre la infinidad de mecanografía y verborrea que tradicionalmente acompaña su obra se salvan textos como el de Frizot, en el que lo definía como un mago capaz de transformar los entornos familiares en una especie de cripta en la cual el ojo redescubrirá unos códigos visuales de segundo grado.
Infinidad de lecturas
Y ello es cierto; Friedlander es un fotógrafo de la vida en los espejos, de los vagos espectros reflejados sobre los cristales de un escaparate y los objetos que celosamente guardan en sus vitrinas. Da igual que sobre éstos se desdibuje su propia sombra, porque el retrato así adquiere infinidad de lecturas (Wilmington, 1965; Wespoert, 1968 ... ), igual que ocurre con el refotografiado de la pantalla de un televisor o la de un cine de verano. Su denominador común es el registro de referentes (ese segundo grado): monumentos (The american monument fue su proyecto estelar, realizado durante 10 años para el tricentenario de Estados Unidos), cuadros (Roma, 1964), vallas publicitarias, neones, retratos sobre aparadores domésticos, fotos de presidentes de Estados Unidos...Para él, "la cámara fotográfica no es simplemente un aparato para reflejar, y las fotografías no son exactamente el espejo; el espejo sobre la pared miente".
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