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Cerecedo

Manuel Vicent

En morir también fue el primero. Dejó muchos amigos que entonces eran jóvenes para que pudieran guardar su memoria. En honor a Cerecedo cada año los violines tocan una pavana en el Ritz y un príncipe concede el galardón al periodista que más se le parece. Nunca los dioses trataron con tanta generosidad a un libertario: fulminaron su mente con un rayo de sangre y cayó plegado al pie de la barra con un whisky en la mano sin darle más edad que la precisa para que pudiera partir sin barriga ni papada, sin haber podido traicionar sus ideales cuando en este país la libertad todavía era una novia que se estaba abriendo. Recordar ahora a Cuco Cerecedo es llorar por aquellos tiempos de gloria y por todas las frustraciones que siguieron. Los elogios fluyen con tanta suavidad porque está muerto. Por encima del cadáver de Cerecedo constituyen el homenaje que nos hacemos a nosotros mismos en forma de epitafio con el que todos habíamos soñado. Así de dulces suenan las palabras. Jugaba partidas simultáneas en el amor. Llevaba a sus amantes al desierto. Era el confidente de guerrilleros en muchos frentes de liberación, de modo que comía dátiles en una jaima de palestinos y luego viajaba al altiplano de Bolivia habiendo dejado a sus admiradores aparcados delante de un café con leche en las botillerías de la izquierda de Recoletos, pero él volvía siempre con las botas polvorientas y entonces en Oliver sonaba la canción Something stupid, de Sinatra. La burla irónica fue su mejor arma mientras el franquismo ya se extinguía y con la misma pluma ácrata entró a embestir molinos de viento al iniciarse la democracia. ¿Dónde estaría hoy Cuco Cerecedo? ¿Tendría barriga y papada? ¿Habría claudicado? ¿Sería jefe de prensa de algún Ministerio? Porque murió joven lo hemos tomado como ejemplo de una generación que luchó por la libertad cuando ésta se confundía con los días felices en que éramos muy limpios. Cada año lloraremos por él, cada año lloraremos por nosotros mismos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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