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FERIA DE COLMENAR

No ligar ni un pase

Incapaces de ligar un pase. Ese fue el caso de Roberto Domínguez y Enrique Ponce. Jesulín de Ubrique, en cambio, sí los ligaba, aunque por el astuto procedimiento de echar atrás la pierna contraria, y de tal guisa pegaba un pase, dos pases, siete pases, 424 pases. Si no llega el presidente a enviarle un aviso, pegando pases le da la madrugada.Una faena de 424 pases es sospechosa por naturaleza. A un toro no se le pueden dar 424 pases. No hay toro en el mundo, ni lo hubo jamás desde el uro primigenio al moderno borrego, pasando por el Jaquetón, que aguante 424 pases. Un toro cualquiera (se incluyen los bravos), si se le torea de verdad, aguanta docena y media de pases, y quizá le sobren. Claro que se ha dicho torear de verdad; no descargar la suerte ni salir corriendo.

Puerto / Domínguez, Ponce, Jesulín

Cinco toros de Puerto de San Lorenzo (uno devuelto por inválido), discretos de presencia, varios sospechosos de pitones, flojos, boyantes. 1º, sobrero de Conde de Sobral, terciado, manso y pastueño. Roberto Domínguez: pinchazo hondo trasero ladeado, rueda de peones, pinchazo y estocada (palmas); pinchazo, estocada corta escandalosamente baja y dos descabellos (silencio). Enrique Ponce: pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (oreja); pinchazo hondo trasero caído (ovación y salida al tercio). Jesulín de Ubrique: dos pinchazos -aviso-, dos pinchazos más y dos descabellos (ovación y salida al tercio); aviso antes de entrar a matar, pinchazo hondo tendido y descabello (oreja). Plaza de Colmenar Viejo, 1 de septiembre. Cuarta corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Torear de verdad incluye ligar los pases y ganarle terreno al toro. Torear de verdad es tomarlo a la distancia adecuada, el cite adelante; traerse embebido al que embiste en las bambas de la pañosa mientras se le carga la suerte y entra así el autor en sus dominios, obligándole a desviarse de su trayectoria. Y no acaba ahí el toreo verdadero porque, retornando lo mencionado, el autor, torero auténtico, obliga a que el toro gire sobre el eje de la pierna que carga la suerte, lo vacía detrás de la cadera, y ya está adelantando de nuevo el cite, trayéndose embebido al sujeto embestidor...

El toro así toreado -así sometida su codicia, así destroncado su corpachón- al tercer o cuarto pase no puede más, se ciñe; el torero libera entonces el agobio cambiándole el viaje, y lo alivia con el pase de pecho de cabeza a rabo. En definitiva, la teórica -que fue práctica corriente desde los padres de la tauromaquia hasta hace unos añitos tontos-, no entiende la necesidad de porfiar para dar un pase de pecho, ni que se empalme con otro, ni que los toreros escamoteen la pierna contraria y luego aprieten a correr renunciando de plano a ligar los pases.

Roberto Domínguez hizo sus faenas corriendo de un lado para otro, y Enrique Ponce, también. Enrique Ponce, que sabe torear como los ángeles, ha abjurado del arte, lo ha suplido con las triquiñuelas de la neotauromaquia, y se ponía muy pinturero para embarcar derechazos, que dio con auténtica desmesura -naturales, menos: pocos y vulgarcitos-; mas, al rematarlos, perneaba frenético en busca de nuevos horizontes. Medio redondel empleó para desarrollar sus faenas, hermoseadas mediante cambios de mano y ayudados, en cuya interpretación es un consumado estilista.

Las faenas de Jesulín de Ubrique incluyeron circulares, espaldinas, la combinación de ambos elementos en profusa amalgama, y al público le pareció superior. El público estaba encantado con las esforzadas faenas de Jesulín, sobre todo la última, que pudo durar hasta las doce. Y si ponía la pierna detrás o delante, si ligaba o no los pases, si el toro era un toro o una mona, todo eso le trajo sin cuidado. Llegará un día en que el arte de torear no le importe absolutamente a nadie. Y entonces, adiós fiesta; adiós.

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