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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Por qué ahora?

LOS AVIONES de combate del portaaviones estadounidense Independence, secundados por los que despegan de la base saudí de Dahrán y unas pocas unidades de Tomado británicos y Mirage franceses, patrullan ya sobre el sur de Irak. Hasta ahora no ha habido ningún enfrentamiento directo, aunque Bagdad haya prometido "responder a la agresión como y cuando lo considere necesario". No es muy probable que lo haga, a menos que Sadam vea tan amenazado su poder personal que opte por una maniobra a la desesperada, de esas en las que el resultado sólo puede ser vencer o, más probablemente, morir.Es dudoso que la resolución 688 del Consejo de Seguridad -relativa al respeto de los derechos humanos- permita lesionar tan gravemente la soberanía de un país. El secretario general de la ONU, Butros Gali, entiende que sí. Como mínimo, Bush debería haber solicitado una resolución específica del máximo órgano ejecutivo de las Naciones Unidas. En ausencia de ese aval, es imposible eliminar las suspicacias surgidas dentro y fuera de Estados Unidos sobre los no tan filantrópicos objetivos que podría haber tras la decisión de defender de la represión del dictador de Bagdad a los shiíes y árabes de los pantanos del sur de Irak.

Tras el espejismo que siguió a la convención de Houston, los sondeos más recientes han vuelto a situar a Bush muy por debajo del candidato demócrata, Bill Clinton, lo que ha otorgado mayor verosimilitud a la denuncia de The New York Times: Bush, cuya cota máxima de popularidad coincidió con la guerra del Golfo, busca el enfrentamiento con Irak para obtener un provecho político personal. Si tal cosa se confirmase, existiría todo el derecho moral a alzar la voz en contra, incluso con la indignación que Bush utiliza para descalificar a quienes así le acusan. La seguridad del mundo, la integridad de los Estados, las vidas de los soldados y los civiles no pueden depender de que a un candidato le vayan mal los sondeos.

La duda, cuando menos, está justificada. Primero, porque el entusiasmo bélico de Washington respecto a Irak no se corresponde con una actitud similar hacia otras situaciones caracterizadas por violaciones no menos espantosas de los derechos humanos. Ahora mismo, en Bosnia-Herzegovina, por ejemplo. Segundo, porque si de lo que se trata es de evitar la represión contra los shiíes, no parece que el método sea el control del espacio aéreo.

Se dirá que la única manera de garantizar el fin de esa represión es acabar con Sadam. Cierto, pero la hora más lógica para hacerlo fue la de la guerra, no la de la campaña electoral de Estados Unidos. No se hizo, desatendiendo la llamada de auxilio de la oposición shií alzada en armas en el sur, y sólo muy tardíamente se palió el genocidio en marcha contra los kurdos. Hubo razones geopolíticas: a nadie le interesaba una partición de Irak: ni a Turquía, un aliado con un grave problema kurdo con el que pechar, ni a los árabes del Golfo, unos aliados preocupados por la influencia que en un eventual Estado shií tendría la república islámica iraní.

Cerrar el norte y el sur de Irak a los aviones de Sadam no sólo implica un riesgo de extensión del conflicto y de nueva guerra, sino el de una partición. No es de extrañar que los antiguos aliados árabes de EE UU no apoyen la actual opción militar, lo que, de hecho, viene a romper el consenso en contra de Sadam Husein que suscitó la invasión de Irak. Claro que Bush no pretende la división del país, sino el derrocamiento de Sadam, y antes del 3 de noviembre. Lo difícil es saber si lo uno se puede conseguir sin lo otro.

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