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Razones (y sinrazones)

El autor de este artículo, analiza la experiencia de los cursos de verano en España, desde su aparición en 1932, y los reivindica como actividad educativa complementaria de la ejercida en la ordinaria docencia universitaria.

Hace ahora 60 años nacieron en España los cursos de verano. Fernando de los Ríos, rector de la Universidad Complutense y ministro de Instrucción Pública de la República, creó en agosto de 1932 la Universidad Internacional de Verano de Santander que comenzó sus actividades el verano siguiente. El equipo fundador, presidido por su rector, Ramón Menéndez Pidal, elaboró un nuevo modelo de docencia adecuado a las condiciones estivas en que se impartía y a los propósitos para los que se creaba. Su objetivo esencial, inspirado en el ideario educativo de la Institución Libre de Enseñanza, era ensanchar el horizonte, de las élites intelectuales españolas abriéndolas a la problemática mundial y familiarizando con los grandes temas del momento en los diferentes campos del saber, la política y la sociedad a grupos seleccionados de profesionales iniciales y de estudiantes avanzados.Y así, los más brillantes jóvenes catedráticos de instituto, inspectores de enseñanza media, profesores ayudantes de Universidad y los estudiantes graduados con mejores expedientes, eran becados para seguir, en cursos y ciclos cortos de conferencias, las enseñanzas de los grandes maestros de entonces, que son hoy, en sus libros, los nuestros: Ortega, Marañón, Américo Castro, García Llorente, Dámaso Alonso, Salinas y un largo y deslumbrante censo de aquella espléndida Universidad española. Cursos de lenguas obligatorios para todos los becarios españoles y cursos de castellano para los estudiantes del norteamericano Smith College completaban la oferta del currículo inicial.

En muy poco tiempo, la Universidad de Verano se convirtió en la inesquivable plataforma de lanzamiento posuniversitario de nuestras minorías profesionales y en el foro por excelencia de la cultura española. Cuando en el verano de 1936 aquellos hombres leales a su vocación universitaria y a sus convicciones democráticas trasladan su campus a San Juan de Luz y comienzan lo que sería el dramático y fecundo peregrinaje exterior de la Universidad democrática española, el modelo de los cursos de verano está no sólo concebido, sino probado.

Reemerge el modelo en 4945, de la mano de Ciriaco Pérez Bustamante, con las servidumbres políticas y las limitaciones ideológicas que la situación impone. Menendezpelayizados, los cursos de verano emprenden un complejo decurso, cuyo ensanchamiento, desde el seminario de Corban a las dos sedes de Las Llamas y del palacio de la Magdalena, y cuya críptica voluntad de apertura deberían ser historiados por ese testigo excepcional del modelo que es Francisco Induráin. Su condición de alumno de la primera promoción de la Universidad de Verano, de secretario durante 15 años y rector durante cinco de la Menéndez Pelayo y hoy de conferenciante asiduo en Santander y en El Escorial le confieren para ello una legitimación difícilmente discutible.

La democracia conserva el nombre de Menéndez y Pelayo, pero restablece el pluralismo de opciones, contenidos y actores de los primeros cursos de verano. Los años 1980 a 1983, con Raúl Morodo como rector, son testigos de un excepcional desarrollo del modelo, tanto cuantitativo como de imagen. La intuición política de Morodo le lleva a incorporar los medios de comunicación al proceso formativo y sobre todo cultural que los cursos representan, alumbrando con ello una tercera función, la de la pedagogía mediático -cultural. Queda así completo un modelo, cuyo éxito, medido en términos de expansión, parece no haber tocado todavía techo. No sin los excesos ni, sobre todo, los efectos perversos de todo éxito que en ocasiones contradicen frontalmente sus fines y objetivos principales.

Demasías y desvíos que no justifican, sin embargo, la descalificación global de que, en ocasiones, son objeto los cursos y que, sobre todo, no legitiman las razones que para esa descalificación se aducen. Tres suelen ser las más citadas: despilfarro de medios que serían mucho más eficaces aplicados a la habitual docencia académica de invierno; falta de rigor en el planteamiento y desarrollo de los cursos permeados por el solaz del amor y de la gastronomía, y búsqueda de la notoriedad de los organizadores a cualquier precio.

Análisis de una experiencia

Voy a contestar esas objeciones apoyándome en la experiencia que mejor conozco, la de los cursos de la Complutense, cuya dirección he asumido este año y que se han convertido en la versión más visible y conocida de este modelo de pedagogía estival.

¿Se despilfarran en lujos y boato los presupuestos de que disponen los cursos? ¿Pueden calificarse de opulentas las condiciones materiales en que tienen lugar los cursos? Todo depende de los criterios con los que se practique la calificación y de la condición de las personas a quien se destinen los servicios. Para los discentes serán, a lo mejor, superiores a los que disfruten en sus desplazamientos extrafamiliares o incluso en sus recién inauguradas familias. Pero no así para los docentes, bastantes de ellos en la cima de su sector profesional. Cabría haber optado por un tratamiento diferenciado según posiciones institucionales y niveles de prestigio profesional. Los cursos han preferido utilizar un rasero único para crear una más equilibrada situación convivencial. Obviamente, la moderación vital de la sociedad española de los años treinta y la austeridad intelectual de la Institución Libre de Enseñanza poco tienen que ver con los desbordamientos consumistas de que todos, y no sólo los cursos de verano, somos hoy protagonistas y súbditos.

¿Son desorbitadas las retribuciones de los conferenciantes? No me parece que puedan calificarse de tales las 75.000 pesetas que se les han dado este año a Jean Baudrillard, Silvio Zavala, Charles Bennett, Bronislaw Geremek, Darcy Ribeiro, Donna Shalala, Konrad Seitz, Paul Davies, Jorge Carpizo, Wilfried Martens, Vittorio Panchetti, Michel Jobert, Margaret Geller, Heinrich Vogel, Jalal Shath y a tantas otras eminentes personalidades por haber participado de dos a cinco días en un curso.

Pretender que los fondos con los que se financian los cursos deberían destinarse a mejorar la ordinaria docencia universitaria es, en nuestro caso, querer ignorar que sus proveedores, todos privados, y sustancialmente el Banco, Central Hispano, los asignan a ese fin y no a otros. Seis años al frente de la Dirección General de Educación y Cultura del Consejo de Europa me han hecho comprobar que la búsqueda de mecenazgos privados para la enseñanza pública es casi pena perdida. Las fundaciones y las empresas privadas, cuando quieren intervenir en ese campo, financian sus proyectos y crean ámbitos propios.

Por otra parte, ¿qué milagro no haría falta para que un presupuesto, el de los cursos, que representa poco más del 1% del presupuesto total de la Complutense, pudiera suplir las eventuales carencias de éste?

La seriedad y el rigor científico en la práctica de los cursos requieren un análisis diversificado según la disciplina académica y el ámbito temático de que se trate. De los nueve cursos de esta semana, los tres de física -Tiempo y evolución del universo, Fusión nuclear por confinamiento magnético y Gravitación y relatividad general-, se están impartiendo esencialmente en inglés y sin traducción simultánea, con una participación específica de los alumnos. Lo que no quiere decir que sean más rigurosos que los brillantísimos cursos de Javier Muguerza sobre La filosofía española desde Ortega, o de Antonio Sáenz de Miera sobre La defensa del Guadarrama, con una presencia del alumnado atenta y tenaz aunque con otro tipo de participación. Por otra parte, es de evidencia que el curso Franco y su época es de otro tenor.

Tercera objeción mayor: la búsqueda de la notoriedad a caballo de la comunicación y de las celebridades, con Rushdie como colofón. Siete cursos de medios son demasiados, se ha escrito en alguna publicación, y prueban la obsesión por estar en la noticia. ¿Y si la verdadera razón del exceso, si exceso hubiera, fuese, aparte de mi constante preocupación por el tema, el querer debatir, desde todas las posiciones existentes, la importantísima reestructuración actual del PEC -paisaje español de la comunicación-?

Los notorios. Lo más estimulante de la creación son los creadores. Y este año se les ha dado amplia cabida. No por su notoriedad, que es una consecuencia, sino por su excelencia, que es la causa. Nos han acompañado Gala, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y Francisco Ayala en cursos dedicados a ellos; y, más por libre, Rosa Chacel, Caballero. Bonald, Clara Janés, Fernando Quiñones, Jesús Ferrero, Benjamín Prado, José Agustín Goytisolo, Blanca Andreu, Luisa Castro y una fulgente secuencia de escritores de España y del mundo, que no me caben en el papel ni me han cabido en la memoria. ¿Hemos sido también en esto excesivos? No han pensado así quienes han seguido con pasión sus comparecencias.

Rushdie. ¿Por qué no ofrecerle, cómo no ofrecerle, la plataforma de nuestros cursos para que proclamase su derecho a existir y a crear? ¿Qué función más excelsa puede cumplir una universidad democrática que servir a la libertad de expresión? ¿Cómo podía Gustavo Villapalos no aceptar una función mediadora solicitada y propuesta desde la estricta consideración de los derechos humanos?

¿Que con ello patrimonializaba, en beneficio de su imagen, el hecho de la mediación, sean cuales fueren los resultados de la misma? Sin duda. Pero la lógica de la acumulación social, "lo más va al que más", que es una consecuencia, no desvirtúa la razón y el sentido de la acción en que esa consecuencia encuentra su origen.

Con todo, estas supuestas sinrazones de los cursos no pueden dar respuesta a la interrogación sobre la validez del modelo. Para ello sería necesario determinar si sus tres principales funciones -ámbito de interacción, foro de debate y plataforma de una pedagogía mediaticocultural- siguen teniendo sentido.

Pienso que sí, en particular la tercera. Como español, me conforta que durante el verano los periódicos de mi país sean en Europa los que, gracias a los cursos de verano, mayor espacio dedican a los temas culturales.

Nivel de eficacia

Claro que el nivel de eficacia en el cumplimiento de esas tres funciones varía según universidades, y que en todas, y en cualquier caso en la mía, puede y debe mejorarse. Y sobre todo en lo que concierne a la tercera, o sea, en la presentación al público, en especial al lector de diarios, de las actividades y contenidos de los cursos. Esta función, posible sólo con la colaboración de los medios, debe mejorarse y sólo puede hacerse gracias a ellos. Para lograrlo habría que ir más allá de las servidumbres actuales de la comunicación: la hipersimplificación de los contenidos, la redundancia de lo conocido -personas, tesis y temas- y la supuesta inmutabilidad de las preferencias y de la receptividad de las audiencias y los lectores. Esos rígidos estereotipos confinan la información en las personas y acontecimientos, más obvios y presabidos -esta semana, en nuestro caso, el general Franco- y clausuran el horizonte del descubrimiento y de la novedad, haciendo imposible el aprendizaje.

¿Cuántos medios han hablado de los 19 cursos de ciencia y tecnología organizados por la UIMP? Imagino que pocos. Sobre nuestros 22 cursos en esas disciplinas, las informaciones periodísticas han sido muy escasas, a pesar de los esfuerzos informativos y de la capacidad divulgadora del profesor Miguel Ángel Alario, decano de la facultad de Químicas y coordinador general de los mismos. Conseguir presentar sus problemáticas de forma accesible, interesante y no reductora constituye el reto conjunto de los cursos y del mundo español de la comunicación.

Concluyo. Cancelar una actividad educativa complementaria de la ejercida en la ordinaria docencia universitaria y que, además en el caso de la Complutense, va de la sociedad civil que la financia a la sociedad civil que la practica, sería un desatino pedagógico. Aparte de, éste sí, un verdadero despilfarro.

José Vidal-Beneyto es director de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense.

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