Entre televisores y luces de neón
Entre pucheros andaba el Señor, decía santa Teresa. Entre televisores y luces de neón se ha movido San Francisco en la imaginativa propuesta con que Peter Sellars ha ambientado la extraordinaria ópera de Olivier Messiaen (1908-1992). Nada de motivos ingenuos y medievales, a lo Giotto, Cimabue o Fra Angélico. El enfant terrible de la escena operística actual (recuérdense sus versiones de Haendel o Mozart o, por poner algún ejemplo de nuetros días Nixon en China y La electrificación de la Unión Soviética) ha optado por una estética más cercana a la música que la inspira que al tema en que se basa. Con ello se acentúa el compromiso con nuestro tiempo, y hasta la coherencia intelectual. Con Sellars se podrá estar o no de acuerdo (una parte del público pateó rabiosamente; otra, más numerosa, gritó bravos hasta la ronquera), pero su sentido musical y dramático es de una lucidez que deslumbra.San Francisco de Asís es una ópera de gran duración (unas cuatro horas, sin incluir descansos), que requiere una enorme orquesta, con tres generadores de ondas Martenot (último modelo de 1975) y un coro de 150 miembros, además de los siete solistas vocales. Su acción es interior, reflexiva, contemplativa. Sellars "mueve" la escena con más de 30 televisores, algunos fijos colgados a diferentes alturas, otros móviles a ras de tierra, en cuyas combinaciones 5guran puertas, cruces o lechos según las necesidades. En ellos se proyectan continuamente imágenes en movimiento de aspectos del santo, de la naturaleza, especialmente de pájaros, a un ritmo inspirado en el libreto, pero sugerido por la música. La intención es tan ilustrativa como plástica o lingüística. No interrumpe, ni siquiera distrae excesivamente del canto, pero aligera la narración, y se convierte en un punto de vista interior de la misma a través de san Francisco.
San Francisco de Asís
De Olivier Messiaen. Con José van Dam. Director musical: Esa-Pekka Salonen. Director escénico: Peter Sellars. Orquesta Filarmónica de Los Angeles, coro Arnold Schönberg. Coproducción: Opera de la Bastilla-París Festival de Salzburgo, Filarmónica de Los Angeles. Felsenreitschule. Salzburgo (Austria), 25 de agosto.
Un desafío a la objetividad
Un gran panel inclinado con varios centenares de luces de neón de todos los colores, en geométricas combinaciones, ofrece un contraste visual en su evolución cambiante. El resto de la escenografía es de madera, bien en rampa, donde se mueven los actores, o en una monumental escultura, donde, a veces, se sitúa el coro. Sellars soñaba desde hace siete años en poner en escena esta ópera. "En un mundo dominado por la necesidad de devorar y consumir, la ópera de Messiaen invita a conocer y comprender, desafía la objetividad y la autosatisfacción intelectual", ha escrito el director norteamericano.
La admiración y el respeto, sin por ello renunciar a su particular y creativa visión del mundo, se palpan en cada deta lle. La coproducción entre Salzburgo, París y Los Ángeles, ha hecho posible el "milagro" de una fusión modélica de diferentes artes. No hay que engañarse. Vista en escena, San Francisco de Asís adquiere toda su dimensión y grandeza, muy superior a las versiones de concierto, por muy ejemplares que sean éstas, como lo fue la de .Madrid en 1986, con Kent Nagano.
Como ya lo hiciera en el estreno en París de 1983, José van Dam (él, profesor de
música en la película del mismo título) encarna a san Francisco. La tesitura del si bemol grave al fa ,agudo y el dominio de la prosodia francesa van como anillo al dedo a las características de este barítono-bajo belga de trayectoria ejemplar. A su lado, la soprano americana Dawn Upshaw fue una revelación como el ángel, dentro de una obra muy bien cantada, tanto por los solistas vocales como por el excelente coro Arnold Schönberg, en un cometido de enorme dificultad.
La monumental orquesta (119 músicos, con el viento y percusión fuera del foso, a la derecha del escenario) fue dirigida por uno de los maestros más consistentes de las nuevas generaciones, el finlandés de 34 años Esa-Pekka Salonen. Controló con precisión la gran variedad de ritmos y colores musicales, combinando la brillantez con la intimidad y complementándose en todo momento con las situaciones escénicas.
El envoltorio musical
Es curioso. Las dos propuestas más atrevidas del "nuevo Salzburgo", Janacek y Messiaen, se han saldado con dos éxitos incuestionables. El director del festival, Gerard Mortier, puede por ahora dormir tranquilo. El pintor español Eduardo Arroyo, escenógrafo de De la casa de los muertos, lo decía con claridad hace unos días: "Entre el mercantilismo de las casas discográficas, la estupidez de los divos y el conservadurismo del público salzburgués, no le van a dejar en paz". Está claro que la batalla está planteada peligrosamente en términos económicos. La música es únicamente el envoltorio. Al fin y al cabo, como siempre.
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