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FERIA DE BILBAO

Negra tromba

Eran las siete y diez de la tarde. Eran las siete y diez en punto de la tarde cuando por la cueva negra del toril salió bufando un toro negro como la noche. Las nubes negras, que llevaban todo el día arrastrándose lentamente, pesadamenente, desde el lejano anfiteatro de montañas, habían llegado ya, se posaron sobre los tejadillos del coso y lo llenaron de tinieblas.

Pero el toro negro como la noche cruzaba la arena negra del redondel en todos sus diámetros, lo recorría en todos sus círculos, dejando atrás una estelita de vaharadas, el reflejo evanescente de su luminoso azabache. Y en una de sus correrías, bramó el toro negro como la noche. Y las nubes negras respondieron con otro bramido. No hicieron falta otras señales. Oirlas, y el gentío corrió a guarecerse, trapaleando gradas arriba por el tendido negro.

Fraile / Morenito, Mendes, Fundi

Cuatro toros de Juan Luis Fraile, los tres primeros terciados; astifino y encastado el primero, resto muy flojos. Morenito de Maracay: pinchazo bajo, estocada corta atravesada y descabello (silencio); pinchazo hondo, estocada y dos descabellos (petición y vuelta). Víctor Mendes: pinchazo, otro hondo y dos descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (silencio). Fundi: pinchazo y estocada (silencio). La corrida se suspendió tras el cuarto toro, a causa de un impresionante aguacero que dejó impracticable el ruedo. Plaza de Vista Alegre, 19 de agosto. Quinta corrida de feria. Dos tercios de entrada.

No dio tiempo a más. Crujieron las nubes al sentirse partidas en dos por el rayo, y soltaron una negra tromba de agua. Un mar de negras aguas caía furioso sobre el negro redondel y el viento, que ya había batido papelotes anunciando lo que había de venir, ahora revolvía y levantaba las aguas negras a su capricho. Hubo un momento en que pareció como si lloviera para arriba. Pero no: llovía para abajo. Llovía a torrentes tal cual si los negros océanos del universo se hubieran desplomado sobre la negra arena del redondel bilbaino.

Y en la negra arena del redondel bilbaíno estaba Morenito de Maracay, que no había cambiado de color. Charcos y fangos donde se le hundían los pies, el toro negro envuelto en vaharadas y pegando bramidos, no le demudaron la color. En el mismísimo platillo citó al toro para pegarle derechazos; todos los derechazos del mundo; un desquite de derechazos, cien por él mismo, cien más por cada uno de sus compañeros, que ya no podrían dar derechazo ninguno en la negra tarde de las aguas negras.

Antes de los derechazos banderilleó Morenito quebrando el par sobre un negro charco y le salió igual de soberbio que si lo hubiese reunido en un arenal enjuto. Allí el público empezó a aclamar "¡Torero!" al diestro, a quien ni la negra tromba ni el toro negro le habían demudado la color. El público estaba empapado pero no ausente. El público había buscado cobijo allá donde tuviera techado y no queria perderse la faena de Morenito de Maracay. "¡Torero, torero!", coreaba en cada tanda de derechazos, y al girar garboso Morenito de Maracay un molinete delante de la negra cara del toro fosco, la plaza (la plaza que estaba cubierta) se tomó un clamor.

La distancia, el temple, el mando, el ajuste con que instrumentó Morenito sus derechazos, son especificaciones técnicas que no se podían medir. Habría sido ocioso recurrir al derechazómetro. Ocioso, sobre ridículo, en aquellas negras circunstancias. El derechazómetro y restante instrumental taurómaco de precisión sí tuvieron sentido una horita atrás. Durante esa horita no llovía, la tarde era blanca, apelmazaba los cuerpos un bochorno asfixiante, todo el tendido bullía en un revoloteo de abanicos, y en el pardo ruedo bilbaíno se podía hacer el toreo bueno. A un torito de casta lo trapaceó desordenadamente Morenito. Víctor Mendes estuvo reiterativo-y derechacista con otro medio inválido. El de Fundi aún estaba más inválido y se le quedaba en el centro de la suerte.

A estos tres toros, estos tres toreros los majaron a banderillazos, para lo cual se reunían previamente, conspiraban, repartían las armas y luego penetraban la agresión banderillera por turnos.

Cuando arrumbaron rampantes las nubes negras por los tejadillos del coso, y las rompió el rayo, y soltaron allá todos los negros mares siderales en medio de un estrépito cósmico, se pudo pensar que aquello era un castigo de Dios a los banderilleros impíos. Pero no hubo de ser así, pues ni la negra tromba ni el negro toro de brillo azabache le cambiaron a Morenito el color, y además todo ello le valió para alcanzar la gloria.

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