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Los acusados en el proceso de la sangre de París se consideran chivos expiatorios de los políticos

Después de siete semanas de interrogatorios, testimonios y requisitorias, acabó ayer en París el llamado proceso de la sangre, en el que cuatro médicos de la sanidad pública han sido acusados de haber permitido a sabiendas transfusiones de sangre contaminada con el virus del sida que provocaron el contagio de 1.200 hemofílicos, 256 de los cuales ya han muerto. Todos los acusados creen que han sido utilizados como chivos expiatorios de los responsables políticos, entre ellos varios ministros socialistas, implicados en el caso. La sentencia no se conocerá hasta octubre.

La mayor pena solicitada -máxima prevista para casos de este tipo- son cuatro años de prisión firme y 500.000 francos de multa (unos 10 millones de pesetas) para Michel Garretta, ex director del Centre National de la Transfusion Sanguine (CNTS). La fiscal ha reclamado para los otros tres acusados -el doctor Allain y los profesores Roux y Netter- penas inferiores, a cumplir en libertad provisional."Es injusto que los médicos que recetaron los productos que se sabían contaminados no hayan sido procesados. Y los políticos son responsables, culpables y amnésicos". Así habla, decepcionado por el desarrollo del proceso, Jean Péron-Garvanoff, hermano de dos fallecidos. Para Joelle Bouchet, madre del joven Ludovic, hemofílico ahora con sida, "las penas solicitadas por la fiscal prueban que en este país se puede matar impunemente". "Yo quería", añade, "que se les juzgase por lo criminal, por envenenamiento y no por adulteración. Quizás sí sean mercaderes, pero mercaderes de muerte". Para Edmond-Luc Henry, hemofílico contaminado, la dialéctica está clara. Se relativiza la responsabilidad de los profesores Roux y Netter, altos funcionarios, porque así se disculpa a los ministros". En el proceso declararon los ex ministros de Asuntos Sociales, Georgina Dufoix, y de Sanidad, Edmond Hervé, y el ex primer ministro Laurent Fabius.

Los abogados defensores comparten la decepción de los hemofílicos, pero por otras razones: "Si hubiésemos contado con un juez instructor audaz como Van Ruymbeke [el juez que ordenó el registro de los locales del Partido Socialista y la inculpación del presidente del Parlamento], el proceso habría sido distinto y en vez de cuatro acusados tendríamos 400", dijo el abogado de Netter. La defensa de Garretta insistió en este hecho: "Es injusto reprochar a un solo hombre todos los errores".

La fiscal hizo hincapié en el extraño destino de las notas de advertencia sobre lo que ocurría con las transfusiones de sangre enviadas a los ministros: "A medida que suben hacia la cumbre de la pirámide se edulcoran, pierden sustancia, se neutralizan. Es la autocensura, como si nadie quisiera molestar al ministro".

La defensa ha procurado diluir responsabilidades, sea evocando los conocimientos científicos de la época, sea buscando otros nombres en los que descargar las faltas de sus defendidos. "Debido a una confusión enorme, mi cliente ocupa el lugar del doctor Bahmam Habibi. ¿Quién es Habibi? El responsable de la difusión de los concentrados sanguíneos del CNTS", explicó Olivier Schnerb, abogado del doctor Allain al tiempo que insistía en que este fue víctima del maquiavelismo del doctor Garretta, de quien Joelle Bouchet no dudó en asegurar: "En 1989 me ofreció 100.000 francos (dos millones de pesetas) a cambio de que renunciase a cualquier acción judicial contra él". Los doctores Garretta y Habibi han recibido la Legión de Honor y han sido indemnizados al dejar el CNTS. Sin embargo, ninguno de los hemofílicos contaminados lo han sido por ahora.

¿Culpables o chivos expiatorios? La defensa no ha logrado borrar las evidencias de culpabilidad, pero la fiscal tampoco borró la sensación de que el banquillo de los acusados estaba vacío. En dos meses de proceso, quizá haya sido el doctor Roux quien más cerca estuvo de la verdad cuando admitió, vacilante y emocionado: "Es cierto que hubiese podido retirar de la venta la sangre contaminada, es cierto, pero no lo hice. Hubiese actuado a título personal..., pero hubiese podido hacerlo. Lo reconozco". Como otros, su actuación respondió a dos criterios de pronto irreconciliables: el médico y el económico. La consigna era "producir francés y consumir francés", en referencia a usar el método francés y no el norteamericano para detectar la presencia del virus del sida en la sangre de las transfusiones.

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