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Tribuna:VIVIR PARA CONTARLO
Tribuna
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Noticias del subsuelo

Antonio Muñoz Molina

Para probar el miedo a lo desconocido y ver seres terroríficos no hace falta descender a ninguna cripta ni sonar con las blandas criaturas abismales de H. P. Lovecraft. El miedo a lo desconocido puede asaltarlo a uno con sólo levantarse una noche de verano y entrar en la cocina para buscar un vaso de agua, pensando en la oscuridad que cuando se encienda la luz insegura y luego helada del tubo fluorescente puede haber una cucaracha moviendo las antenas como al acecho o a la defensiva en una baldosa del rincón. Por cada cucaracha que vernos, dice hoy el periódico, se calcula que hay otras 500 que permanecen a salvo en la oscuridad, habitando una ultratumba doméstica que debe de. parecerse a las peores alucinaciones del delírium trémens, pero que está a un paso de nosotros, a unos milímetros de distancia, en los intersticios lóbregos de los muebles de cocina, tras las rejillas de la ventilación, en los laberintos insondables de las cañerías, que comunican nuestro mundo falso y familiar de luz diurna y limpias superficies de plástico con una inmediata región de tinieblas tan temible y tan inexplorada para nosotros como las brumas del océano Atlántico para los navegantes antiguos.Los iniciados en el pitagorismo tenían prohibido comer habas, que consideraban un alimento de los muertos, dado que el tallo hueco de esa planta era una peligrosa vía de comunicación entre el subsuelo y el mundo de los vivos. Por los respiraderos de las alcantarillas, por los tubos de material sintético que unen la concavidad de aluminio de nuestro fregadero con los túneles y los ríos de inmundicia amazónica que transcurren bajo la ciudad, suben colonias voraces de roedores y de insectos articulados y ciegos, y casi siempre se quedan a vivir en el reverso o en la cara oculta de los mismos lugares que habitamos nosotros, y sólo se atreven a salir, como los vampiros, cuando la ausencia de luz y de posibles testigos les garantiza la impunidad. Entonces se convierten en señores invisibles de un territorio que creíamos nuestro, y la cocina, el fregadero, el cuarto de baño, el pasillo, no son ya los escenarios sabidos y triviales de la vida humana, sino espacios tenebrosos que esos animales cruzan en sus viajes de exploración y selvas donde celebran sus cacerías nocturnas. Quien descubre una cucaracha al encender la luz a las tres de la madrugada no sólo siente una repugnancia inmediata: también siente el miedo del intruso que sin darse cuenta se ha internado en un lugar ajeno y hostil, y le parece que el insecto lo estaba esperando y lo mira con una actitud de desafío. Habrá otros idénticos no se sabe dónde, colonias rumorosas y agrupadas detrás del frigorífico, en el sumidero del lavabo, en el último recoveco de un armario: también, acaba de saberse, en el interior de los artefactos más sofisticados de la tecnología, en los hornos microondas, entre las conexiones y las láminas de circuitos impresos de los ordenadores, donde las cucarachas están empezando a introducirse, tan radicalmente urbanas como los yonquis navajeros y los anuncios de neón, tan imparables y fecundas como las migraciones africanas y asiáticas para la imaginación amedrentada de un racista europeo.

Al mismo tiempo que los condenados de la Tierra inundan las fronteras herméticas y los suburbios de Europa las cucarachas suben de los sumideros y las alcantarillas y atraviesan la línea de sombra donde hasta ahora permanecieron confinadas. Resulta que hay este verano una invasión o una plaga de cucarachas en Madrid, favorecida por el calor la mugre y la sequía, y que mientras los periódicos dedican sus titulares a los fastos babilónicos del final del milenio la verdadera noticia no está en los salones del Palacio Real o de los hoteles de lujo, sino muy cerca y un poco más abajo, en las cocinas, en los conductos del aire acondicionado, bajo las alfombras que pisan los dignatarios internacionales, en el subsuelo de las calles que cruzan a toda velocidad sus automóviles blindados. Las cucarachas brotan de las alcantarillas y corren por las aceras como en diminutas estampidas de búfalos, se adueñan de las escaleras de los sótanos y de las casas abandonadas, pululan rumorosamente bajo las patas de los veladores blancos en las terrazas de verano, irrumpen a plena luz y nadie puede exterminarlas y contarlas.

Cuando tantos hombres sucumben a la miseria o a la crueldad y tantas especies de plantas y animales son aniquiladas por la codicia y la estupidez humanas, ellas crecen y se multiplican más que nunca enmedio del desastre. Pero si hay tan cerca de nosotros grietas de la realidad donde se cumplen las peores pesadillas alcohólicas y lugares en los que ahora mismo sucede el Apocalipsis, difícilmente puede asombrarnos el hecho cierto, pero nada tranquilizador, de vivir en un tiempo en el que la máxima prosperidad parece ser un privilegio de las cucarachas.

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