Italia 'versus' Argelia
Los crímenes de la Mafia, los escándalos de corrupción política, la crisis del sistema político e institucional que se manifestó en las últimas elecciones con la derrota de los grandes, partidos, junto á los graves problemas económicos, hacen preguntarse al autor si la situación de Italia no se acerca peligrosamente a la de Argelia.
En la Italia de los años noventa, y de forma cada vez más peligrosa, vienen entremezclándose tres grandes cuestiones. En primer lugar, la cuestión criminal, que con el último homicidio del juez Paolo Borsellino y de su escolta, menos de dos meses después del asesinato de Giovani Falcone, se ha convertido también en una gravísima cuestión de orden público, casi en el síntoma de una guerra que está transformando Palermo en la Beirut siciliana. Esta ciudad, siniestra confirmación del inmenso poder de la Mafia, superior al de las demás organizaciones de la mala vita (aunque también tres regiones italianas, Campania, Calabria y Sicilia, están bajo, el férreo yugo de poderes criminales), hace muy evidente que, en los años ochenta, las organizaciones criminales han dado un verdadero alto cualitativo, debido también -si no sólo por ello- al incremento del narcotráfico; tanto es así que, ahora, su facturación puede cuantificarse fácilmente en decenas de billones de liras.No menos grave es el asunto de la corrupción política, que ha salido a la luz gracias a las investigaciones de la magistratura como la regla oculta, propiamente dicha, de la financiación de los partidos, que se consigue, fundamentalemente, a través de la infiltración de los partidos en las grandes empresas públicas y de las poderosas intromisiones en la asignación de las contratas públicas. El asunto estalló en Milán con la implicación no sólo de los partidos del Gobierno, sino también, y a diferencia de lo que acontece en otras zonas del norte, del partido más fuerte de la izquierda, el PDS, y del Partido Republicano, que hace apenas un año quedó fuera de la mayoría después de 40 años de participar en el Gobierno. En los últimos años, las distintas investigaciones han llegado hasta la cúspide de los partidos en el poder, con "advertencias de garantía" para el vicepresidente de la Democracia Cristiana, Silvio Lega, y el ex ministro de Asuntos Exteriores, el socialista Gianni de Michelis. La economía della tangente (economía de cuotas) se calcula ahora, según varios observadores, en 10 billones deliras al año, mientras que más de un millón de personas vive, directa o indirectamente, de la política.
Debilidad gubernamental
No menos relevante -es más, seguramente decisiva- es la tercera cuestión, la crisis del sistema político e institucional, latente desde hace tiempo y que ha salido a la luz con toda su gravedad tras las elecciones del 5 de abril que vieron la derrota, cada uno en distinta medida, de los tres partidos principales (DC, PDS y
PSI), la fragmentación posterior del cuadro político y el nacimiento de movimientos de simple protesta, como la Liga Norte, con su exasperado localismo impregnado de corrientes racistas. En este contexto, es normal que surgiera -y así fue- un Gobierno débil, apoyado por una mayoría muy exigua formada por los mismos partidos del Gobierno precedente, y que debe su fuerza sólo a la ausencia de alternativas factibles a corto plazo. Como, además, este Gobierno está llamado a aplicar medidas impopulares para hacer frente a la vorágine del déficit público y a los diversos males de la economía italiana, a la vez que la credibilidad de la clase política que pide estos sacrificios ha alcanza do el nivel más bajo en la historia republicana, el cuadro de las dificultades está completo. En este momento, hay muchas probabilidades de que Italia haya encontrado su Argelia.
La necesaria, obligada reconversión política, institucional, económica y moral requiere intervenciones drástricas, pero -y surge aquí una primera contradicción- si el voto de abril castigó a los grandes partidos, ha reforzado en igual medida a las fuerzas y los grupos que más se oponen al cambio dentro de las fuerzas políticas mayoritarias.
Votos ambivalentes
Segunda contradicción: la orientación electoral de los italianos es cada vez más ambivalente, con un voto centro-meridional que premia a los partidos del Gobierno (sobre todo a la DC y al PSI, pero también a los pequeños partidos liberal y socialdemócrata) que más pueden prometer -obviamente, sin olvidar que, como escribió Giovanni Falcone en su último libro, "la Mafia controla gran parte de los votos de Sicilia", y sucede lo mismo en las otras zonas de alta actividad criminal-, mientras que en el centro-norte, por el contrario, vencen los partidos extraparlamentarios y de protesta. Por su parte, el partido de oposición por excelencia, el PDS, heredero mayoritario del antiguo PCI, pierde en mayor o menor medida en todo el territorio nacional, sobre todo por la posición indecisa del nuevo partido, enredado en una extenuante mediación entre sus distintas almas y que no se traduce en elecciones claras, unívocas y visibles.
De esta suma de cuestiones y contradicciones resulta una verdad incontrovertible: no se trata de restaurar la legalidad y un cierto orden en nuestra desequilibrada economía. Está en juego la propia calidad y la vitalidad de la democracia real, si se quiere evitar el peligro de que salgan vencedores de esta perversa espiral los intereses más fuertes y democráticamente menos controlables.
Se impone, sustancialmente, un verdadero salto cualitativo que se haga cargo de la situación de emergencia nacional. Algunas de las medidas presentadas por el Gobierno que preside Giuliano Amato van en la buena dirección. Es el caso de la transformación de los entes con participación estatal en sociedades de accionistas reguladas por el Código Civil, median te la creación de- dos grandes holdings controlados directamente por el Ministerio del Tesoro. Por lo que hay que compartir plenamente la decisión de revisar en sentido restrictivo la reglamentación de las contratas, lo que reducirá (por lo menos eso se espera) la praxis de las obras públicas construidas con tarifa libre, o casi. En el plano de las revisiones institucionales necesarias (auspiciadas por todos, pero sólo de palabra, desde; hace por lo menos una década), la elección directa de los alcaldes podría ser la primera piedra de esas reformas indispensables. que permitirán a Italia tener también un sistema político basado en la alternancia en el Gobierno de dos mayorías opuestas.
Pero todo esto no basta, es más, son sólo tímidos pasos. La crisis italiana es una crisis de sistema y de una crisis de esta naturaleza sólo se puede salir con un diferente talante de las fuerzas políticas para volverse a poner en cuestión a sí mismas, sus privilegios de gobierno y de oposición. En los tiempos del terrorismo que cotidianamente ensangrentaba Italia, esto fue posible; esperemos que también hoy lo sea frente a enemigos igualmente insidiosos, pero mucho más, porque proceden del seno del Estado y de los partidos, de una mezcla de ignorancia, laxismo y connivencias ya no tolerables.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.