El tinglado de siempre
Al señor Terenci Moix no le gustan los Juegos Olímpicos. ¡Faltaría más! Y tampoco la Expo de Sevilla, ¡faltaría menos! Ya se sabe que vivimos en "la época de la incultura de masas", donde "los conceptos culturales se esgrimen con una inconsciencia que roza el escándalo" (Terentius dixit). Sería bueno que unos y otros siguiéramos el consejo de Borges y dejáramos de escribir aunque no fuera más que para no añadir un poco de confusión al mundo.Hace mucho tiempo que sabemos que, a diferencia de nuestros malhadados tiempos, los antiguos griegos disponían su jornada asistiendo por la mañana a los discursos peripatéticos de Aristételes y por la tarde a aclamar con himnos pindáricos a los héroes olímpicos, píticos, nemeos e ístmicos. Eso lo sabe un niño. Como también sabe cualquiera que los espectadores de Lope o de Shakespeare eran semiólogos natos.
Y qué decir de nuestras señoritas del diecinueve, dedicadas a saborear en cada instante la sutil prosa flaubertiana. Aquellos eran tiempos y no éstos, donde la única cultura es la caja tonta, las falsas sacerdotisas en tecnicolor, los premios Planeta, los culebrones, los Juegos Olímpicos, las Expo y los coloquios sobre la nueva narrativa. ¡Qué pena! Pero de eso vivimos los unos y los otros. Los que escriben, los que venden y los que compramos.
El tinglado es el mismo: el de la antigua farsa. Mire, señor Terenci, o se está a favor del evento o se está en contra y con su pan se lo coman, o se calla uno.
En estas cosas de los mass media, lo que no se puede es repicar e ir en la procesión al mismo tiempo.-
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