El círculo argelino
ARGELIA VIVE desde hace un año en una situación de permanente inestabilidad, la mas grave en la que se encuentra sumida desde que alcanzó su. independencia, hace ahora tres décadas. El balance es desolador. En sólo este año se han producido tres golpes de timón: el 11 de enero de 1992 cesa el presidente Chadli Benyedid; el 5 de junio de 1991 dimite el jefe de Gobierno, Mulud Hamruche, y el 29 de junio es asesinado el presidente Mohamed Budiaf; se han decretado dos estados de excepción, nombrado tres jefes de Gobierno y formado cuatro Gabinetes, a los que hay que sumar dos remódelaciones parciales.Pero, además, en Argelia se han producido en este periodo alrededor de 1.500 muertes y no menos de 60.000 arrestos, según aseguran los islamistas. Todo ello con el protagonismo del Ejército, convertido desde 1962 en el verdadero detentador del poder y espina dorsal de la sociedad. El objetivo fundamental del proceso ha sido cerrar el paso afintegrismo y buscar un nuevo esquema político y social. El punto di partida fue una huelga general indefinida, convocada por el Frente Islámico de Salvación (FIS) en junio de 199 1, como protesta por las manipulaciones electorales que pretendía efectuar el Gobierno para impedir el acceso al poder de los fundamentalistas. Estos incidentes se saldaron con la detención de los principales líderes de la formación religiosa.
Justamente cuando se cumple un año de las detenciones, se ha cerrado el círculo y Argelia parece encontrarse en el mismo punto de partida. Ello gracias al veredicto del Tribunal Militar de Blida, que impuso penas relativamente benévolas a los dirigentes del FIS. La sentencia, además de exculpar a los acusados de algunas de las imputaciones, rehabilita políticamente a la formación integrista a pesar de que fue jurídicamente disuelta el pasado 29 de abril. Pero, sobre todo, la sentencia deja la puerta abierta para que el poder pueda establecer un diálogo con los islamistas y conseguir la reconciliación nacional.
Éste parece ser el objetivo que pretende alcanzar la renovada junta cívico-militar argelina -Alto Comité de Estado- con Ali Kafi a su cabeza, el ex secretario general de la poderosa e influyente asociación de los muyahidin, más dúctil y dialogante que su precedesor Budiaf. Para lograrlo, Kafi contará con la inapreciable ayuda del diplomático Rega Malek, un hábil negociador, y deberá encontrar, sobre todo, el apoyo del general Jaled Nezzar, convertido en el hombre fuerte del régimen y portavoz de un Ejército hermético pero políticamente dividido, entre quienes reivindican el diálogo y quienes reclaman soluciones drásticas frente al fundamentalismo.
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