El PRI sigue
DESDE QUE accedió a la presidencia, de la República de México, en 1988, Carlos Salinas de Gortari ha librado una doble e intensa batalla por enderezar la economía y la política de su país. Por decirlo en otras palabras, ha luchado contra la corrupción y el despilfarro, que han sido la marca tradicional de la casa. En 1988, el país se hallaba sumido en la quiebra financiera y en el total desprestigio político. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había controlado absolutamente la vida política, económica y sindical desde 1929, era dueño de la situación.Desde las elecciones municipales de 1983, las protestas contra un sistema de gobierno basado en el fraude electoral han sido constantes. La situación económica, gravemente condicionada por la deuda externa, había ido minando el apoyo incondicional al PRI de grandes sectores de la población y hasta -lo nunca imaginado- de los sindicatos. En 1988, la propia elección de Salinas fue duramente acusada de fraude electoral por sus adversarios, el líder del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), Manuel Clouthier, y el del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtémoc Cárdenas.
Cuatro años más tarde, los mismos tres adversarios se han enfrentado por la gobernación de dos Estados federales: el PRI y el PAN en Chihuahua y el PRI y el PRD en Michoacán. En el primero ha ganado el candidato conservador del PAN, y en el segundo, aunque llueven nuevamente las acusaciones de fraude, lo ha hecho el PRI, derrotando nada menos que a Cuauhtémoc Cárdenas en su propio feudo. Pero, por mas que los resultados no se aparten mucho de las usuales coordenadas mexicanas, la situación sí es radicalmente diferente.
El país ha recibido una gran dosis de disciplina: la recuperación económica y la mejora del crédito internacional son espectaculares. Salinas ha sido bastante duro con la corrupción sindical, policial y política. Sólo de vez en cuando le estalla debajo de los pies algún trágico ejemplo de incompetencia, como el reciente estallido de los oleoductos de Guadalajara. Lo que es inusitado en la historia mexicana es que ahora los responsables acaban en la cárcel.
Es evidente que el PRI ha puesto toda la carne en el asador para derrotar en Michoacán al candidato más peligroso, por populista e indigenista. Y también es obvio que el esfuerzo ha sido menor en el caso de Chihuahua y que el presidente Salinas no tuvo dificultad hace ya días en felicitar por su triunfo al candidato del PAN, Francisco Barrio. La derecha estorba menos en México que el radicalismo cardenista: no tiene argumentos para ser el partido de los pobres, mientras que sí los tiene para apoyar críticamente al Gobierno en sus esfuerzos por racionalizar la economía y por progresar en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá, pieza esencial para el futuro del país.
El Salinas que se entrevistó anteayer en California con el presidente Bush era un político pletórico de confianza en sí mismo y sin inquietudes por la modesta oposición interior (tres gobernadurías en manos del PAN por 29 del PRI). Lejos de desempeñar respecto de Estados Unidos su habitual papel de pariente pobre, Salinas no hizo concesiones en el desagradable tema de la sentencia del Supremo de Washington convalidando el secuestro del médico mexicano reclamado por la justicia de EE UU (la calificó de inválida e inaceptable") y defendió con rigor su posición negociadora en el TLC.
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