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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reunión de talentos

La TraviataÓpera de Piave y Verdi. Intérpretes: Fabbricini, Alagna, Con¡, N. Zanini, A. Trevisan, E. Cossutta, O. Mori, E. Capuano, E. Turco, E. Gavazzi, E. Panariello y S. Sanmmaritano.

Dirección artística: L. Cavani. Dirección musical: R. Muti. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 10 de julio.

La Scala de Milán es, más que un símbolo, uno de los grandes mitos de la ópera, porque también es una de sus grandes fábricas, cabeza y corazón de una industria a la que toda la lírica mundial debe algo, desde el Metropolitan de Nueva York al Liceo de Barcelona y, cuando existió, el teatro Real de Madrid, motejado por sus contemporáneos de teatro de la ópera italiana.

Esta legendaria nave musical -250 cantantes, instrumentistas, danzarines, atrezzistas y demás- aterrizó en la pista de la Maestranza sevillana en medio de una expectación y un entusiasmo fuera de lo común. Debieron de llevarse un buen susto los profesores de la orquesta cuando al aparecer en el foso se desencadenó una fuerte, aunque breve, tormenta de protestas. ¿Qué pasaba? Nada que tuviera relación con la Scala. Había entrado en la sala el presidente de la Sociedad Estatal Expo 92, Jacinto Pellón, y los disconformes con la supresión de las tarjetas permanentes aprovecharon la ocasión para exteriorizar ruidosamente su criterio. Otras músicas, en fin, distintas a la que iba a sonar inmediatamente.

Salió Riccardo Muti, ya cincuentafiero, con su caracterizado aire meridional (nació en Nápoles y se formó allí y en Milán) y la aclamación fue unánime y prolongada. Inició el preludio y pronto reconocimos el sonido scagliero: transparente y vibrado. Pero Muti practica una sobriedad expresiva y un rigor métrico excesivos y así ese espléndido trozo, sobre cuyo entendimiento dejó grabada Toscanini su lección inamovible, tuvo algo de sentimentalidad congelada.

La frase célebre Amami Alfredo, cuando se canta en el segundo acto por Violeta, tuvo, por imperativo de la voz, otra expresión, un fraseo más amplio y distinto al que habíamos escuchado en el preludio. Sin duda, es un. contraste deliberadamente buscado por Muti, pero, como todo, altamente discutible.

Total: minucias. Lo cierto es que La Traviata vista y escuchada mereció el éxito obtenido incluso luchando con los fantasmas de tantas egregias Traviatas como alberga la memoria. Para empezar, no conviene olvidar el genio de Verdi que en Traviata nos descubre su voluntad de reforma, su cordialidad de afectos y pasiones y su sabio manejo de pesas y medidas para hacer teatro continuo e integral, desde el gesto individual hasta la naturaleza de la partitura.

Al servicio de esa lucha entre la contención y el desbordamiento de pasiones, reflejo de un tiempo y un latido histórico y vivencial, se contó con el singular talento de la directora escénica Liliana Cavani, modenense, filóloga, imaginadora cinematográfica, televisiva y teatral, y, sobre todo, poseedora de un refinamiento que le prohíbe cualquier exceso que rebaje el nivel de la obra de arte. Su labor estuvo apoyada en unos magníficos escenarios de Dante Ferreti, en los trajes de Gabriella Pescucci y la coreografía de Misha van Hoccke, y la labor de todos quedó sometida a los imperativos y el ritmo de ese precipitado de literatura y música que es La Traviata.

Belleza vocal

Fue protagonista en el personaje central la soprano Tiziana Fabbricini y actuó con tanta veracidad y estilización artística que hicieron brillar todavía más la belleza de una materia vocal luminosa, densa y con agudos tan magníficos por sí mismos como por su impostación en la continuidad musical. Para ella fueron los más encendidos aplausos que mereció en alta medida el tenor franco-siciliano Roberto Alagna, de muy atractivo y gallardo timbre. Con ellos el barítono Paolo Coni hizo y cantó con nobleza su parte.

Toda la labor colectiva de la Scala estuvo a la altura de la marca.

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