El fantasma del golpe en Moscú
Los mandos del Ejército ruso son veteranos de la guerra de Afganistán ansiosos de resarcirse de esta derrota
El "partido de la guerra", según expresión del propio ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Kózirev, está. consolidando en Rusia sus posiciones tanto en el Ministerio de Seguridad (antes KGB) como en el Ministerio de Defensa. En apenas 11 meses después del golpe de agosto, el temor a una nueva intentona se ha apoderado de la sociedad rusa de tal forma que el propio presidente, Borís Yeltsin, ha tenido que descartar esa posibilidad en una conferencia de prensa, pero la actitud de estos militares hace temer lo contrario.
Los políticos, de hecho, se dividen entre los que creen que se puede estar preparando realmente un golpe y los que consideran -como Gorbachov- que Yeltsin está virando cada vez más hacia el autoritarismo. Casi nadie apuesta por una profundización de la incipiente y débil democracia.El personaje que quizá más ha contribuido a generar ese ambiente de temor entre la población ha sido paradójicamente el general Alexandr Lébed, que con su decisión de defender la Casa Blanca [la sede del Parlamento] en Moscú en lugar de atacarla, contribuyó al fracaso del golpe de Estado del año pasado. Lébed, un veterano de Afganistán de 42 años, fue designado hace dos semanas comandante en jefe del 14º Ejército ruso, desplegado en el Trandsniéster, región de mayoría rusohablante que se encuentra en guerra con las autoridades centrales de Moldavia. Y desde ese puesto se ha convertido en el punto de referencia de todos los miembros vocacionales del partido de la guerra, que consideran que la defensa de los rusos que viven fuera de las fronteras de Rusia debe efectuarse por la fuerza de las armas si es necesario.
A pesar de que la política del Gobierno ruso es la de mantener la estricta neutralidad de sus tropas y de ahondar en la vía de la negociación para resolver el conflicto del Transdniéster -aunténtica piedra de toque para las relaciones de Rusia con las nuevas repúblicas nacidas al descomponerse la URSS-, Lébed no ha dudado en tildar de "fascista" al Gobierno de Moldavia.
La designación de Lébed por el ministro de Defensa, Pável Grachov, no ha sido casual. Al mismo tiempo fue nombrado viceministro de Defensa el general Borís Grómov, un hombre de larga trayectoria político-militar: fue el jefe máximo de las tropas que combatieron en Afganistán, desde 1985 hasta que terminó la guerra, se presentó a las elecciones presidenciales de junio del año pasado formando tándem con Rizhkov en la candidatura de los comunistas ortodoxos y era viceministro del Interior cuando Borís Pugo, el jefe de ese ministerio, organizó y dio el golpe de Estado de agosto. A los tres generales -Grómov, Grachov y Lébed- les une una vieja lucha en común: Afganistán.
En la última guerra de la Unión Soviética se curtieron de hecho la mayoría de los generales que ahora controlan el Ministerio de Defensa, lo que les confiere un deseo de resarcirse de la derrota bélica. El coronel Yuri Deriuguin, sociólogo y dirigente de Militares para la Democracia, habla de "síndrome de Afganistán", y enumera así sus características: primera y principal,
una voluntad de cumplir la misión encomendada a cualquier precio"; segunda, "un claro complejo de superioridad" frente a los no rusos; tercera, "una gran agresividad".
Que el general Lébed se ha convertido en un espejo en el que se miran los militantes del partido de la guerra se puso en evidencia el miércoles cuando seis representantes de los ministerios de Seguridad (antes KGB) y de Defensa comparecieron ante la prensa para rechazar las acusaciones del ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Kózlrev, de fomentar el extremismo mediante informaciones tergiversadas sobre los problemas étnicos que azotan a lo que fue la URSS.
Lo seis altos funcionarios rechazaron lógicamente las acusaciones del ministro, pero no pudieron contener su patriotismo cuando se les preguntó por las declaraciones de Lébed. "Es un amante de su patria, un patriota ruso. Y su posición responde al estado de ánimo de los oficiales bajo su mando", aseguró el general Alexéi Gulko, portavoz de Defensa, con el asentimiento de todos los demás. El mismo general citó en otro momento un estudio sociológico - efectuado sobre miembros de las Fuerzas Armdas: "El 70%", dijo, "considera que la patria está en ruinas y se ha de reconstruir". Esa reconstrucción es la que hace temer un nuevo golpe de Estado.
El general, la 'pandilla' y los fascistas
El general Alexandr Lébed, jugando con las siglas de la CEI en ruso, convirtió la Comunidad de Estados Independientes en una "Pandilla de Estados Anormales" en su primera comparecencia ante la prensa. En la segunda, el sábado pasado, no quiso responder a preguntas, pero leyó un extenso manifiesto entre cuyas frases más llamativas destacan:"Declaro que mis facultades mentales son plenas y respondo por todas mis palabras".
"Aquí [en el Trandsniéster] se lleva a cabo un genocidio del pueblo".
"Las negociaciones al más alto nivel no son más que un intento [de Moldavia] de ganar tiempo para reagrupar fuerzas con vistas a una futura ofensiva".
"Sobre esta tierra próspera [Moldavia] ha caído la sombra del fascismo. Creo que el ex gran país [la URSSI debe saberlo y debe recordar lo que le costó, hace 47 años, quebrarle el pescuezo al fascismo ( ... ), debe tomar todas las medidas para que los fascistas ocupen el lugar que les corresponde en la picota".
"Ya no puedo seguir considerando como presidente al presidente de Moldavia, [Mirceal Snegur Sí fue elegido legalmente pero ha organizado un Estado fascista y se ha rodeado de una camarilla fascista".
"Es hora de dejar de pendulear por el pantano de una política poco comprensible y poco clara.- Sobre la potencia [Rusia] que tengo el honor de representar, puedo agregar que basta ya de ir por el mundo mendigando, como unos cabrones en busca de una zanahoria. ¡Basta! Es hora de ponerse manos a la obra, de hacer valer la condición de potencia".
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