Esencias de lo jondo
Camarón de la Isla tuvo la virtud, o la intuición genial, de transformar el cante desde dentro, es decir, sin traicionar las raíces y sin perder de vista nunca las esencias más genuinas de lo jondo. Cantara lo que cantara, nadie, que yo sepa, calificó nunca a Camarón de heterodoxo. En un tiempo en el que el cante se ha radicalizado en dos polos contrarios -los progresistas, por llamarlos de alguna manera, que admiten y aun alientan una evolución a las músicas modernas que imperan en el mundo, y los puristas a ultranza, que defienden la intocabilidad del cante tradicional-, Camarón mantenía para todos el prestigio de un ser puro incapaz de cualquier veleidad mixtificadora.Había aprendido el cante de sus mayores. Nació y vivió en una casa donde el cante se respiraba como algo propio .Por allí pasaban los viejos cantaores, y el chiquitillo se levantaba y podía estar toda la noche escuchándoles cantar, en esas reuniones en que cantan para ellos solos y quizá es cuando mejor cantan.
Camarón siempre sintió veneración por los viejos, por su cante, por sus maneras. La Perla de Cádiz, el Chaqueta, fueron auténticos ídolos para él en su corazón, y les rindió homenaje en sus cantes. A partir de esa sabiduría original, junto a Paco de Lucía primero -sus grabaciones de aquella época con él son memorables-, Camarón fue evolucionando hacia unos sonidos, un rajo que insensiblemente iba cambiando su estética cantaora hacia algo más en consonancia con los tiempos en que vivimos. No sabemos hasta dónde esta evolución fue inspiración personal o influencia de quienes le rodeaban, pero lo cierto es que Camarón puso al servicio de estas nuevas formas de encarar el cante su voz y, sobre todo y antes que nada, su gran corazón de cantaor, su alma de gitano orgulloso, su sentimiento jondo.
Cuando se quiso dar cuenta se había convertido en leyenda viva del cante. Probablemente él nunca fue consciente del alcance de lo que es taba haciendo. Se asombraba de las pasiones que despertaba a su paso, de que las gitanas le llevaran a sus hijos malitos para que les curase poniéndoles las manos. Mucha, mucha gente -payos y gitanos, franceses y japoneses, de todas las latitudes, de todas las edades y sobre todo los jóvenes- se acercó al flamenco por él. Su forma de cantar han querido imitarla el cien por cien de los cantaores de los últimos años, pero Cama rón era único. Su estética, su forma de entender la música flamenca, ha dejado huella en casi todo lo que se hace ahora mismo, y no sólo en lo jondo.
En esta hora triste recordamos que siempre parecía como ausente y desvalido. Una vez más se confirma esa vieja creencia de que los mitos mueren jóvenes. Su leyenda permanecerá en el tiempo.
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