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Los últimos días de un príncipe

Durante todo el mes de junio, Camarón se debatió entre su fe en la ciencia y en la religión

Francisco Peregil

El dolor no se le iba, y la mueca en la boca tampoco. En las cuatro últimas semanas, Camarón no comió apenas; nada y de beber, sólo agua o algún zumo. El único vicio que mantuvo fue precisamente el que más daño le hacía por su enfermedad: los cinco o seis sigarriiitos diarios no había quien tuviera valor para negárselos viendo la cara de pena con que los pedía. En una entrevista publicada hace dos semanas, Camarón y su mujer, Dolores Montoya, se mostraron esperanzados en su lucha contra la muerte. "Tiene demasiado miedo y poca fe en el culto, por eso no se salvado ya", dijo ella.

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El hijo de Juana la Canastera estaba destinado a revolucionar el flamenco cuando nació hace 42 años en la Isla de San Fernando. Su melena, su ropa, su forma de andar y de ver la vida eran copiadas 20 años después por miles de personasLos gitanos que ocupaban las primeras filas en sus recitales, a la tercera canción le gritaban cruzando los brazos en forma de aspa: "Ya vale, no cantes más que lo aprenden los payos". Los payos no aprendieron... ni los gitanos tampoco.

Se entregaba a todo con la misma fuerza, y la droga no iba a ser una excepción. Primero el hachís, después la cocaina, más tarde la heroína, y desde hace cuatro años sólo la cocaína. Esta última no la tocaba desde hacía cinco meses.

Durante sus últimos días contó con médicos en su entorno afectivo partidarios de los calmantes, aún a costa de que el hombre permaneciera la mayor parte del día dormido. Pero los doctores de la clínica Germans Trials i Pujol decidieron acariciar el dolor con pequeñas dosis.

Una de las peores consecuencias que acarrea la enfermedad que sufría el mito es que todos los amigos llaman al enfermo proponiendo un médico, un curandero o un pastor evangelista infalible que lo cura con ponerle las manos en la frente.

Él creía en todos y en ninguno. El hombre que introdujo sonidos y ritmos desconocidos hasta entonces en el flamenco parecía a ratos el más fervoroso partidario del culto evangelista y minutos más tarde se entregaba con la misma fe a un tratamiento de quimioterapia. "Que la quimio es muy dura, hombre, y la gente se queda calva", decía un íntimo amigo suyo de Madrid. "Ya verás cuando Camarón haga así, se mire en un espejo y se vea clavo... Si me deja a mí lo llevo hace un mes a un curandero de Castellón que le cura eso". Camarón y su mujer iban a ir con ese amigo el próximo lunes a Castellón. Y a donde hiciera falta. Ya le habían propuesto otro gran médico alemán.

De momento, el pasado fin de semana aterrizó en Barcelona, con tres familiares y un corte de pelo que hace menos de treinta días le pagó su amigo Giner. El cantaor no tenía fuerza para salir solo a la calle y este hombre escuálido y entrado en años le decía: "Niño mimaao, que tienes que hacer ejercicio, hombre. En dos meses te curo o te tiro al río". La mueca de Camarón se abría en una sonrisa grande y dolorosa.

José Fernández, Tomatito, gitano, hijo y nieto de Tomate, y padre de varios tomatitos, declaró con los ojos húmedos hace dos semanas: "Si hay una cosa que me pondrá negro es que cuando ocurra algo [se refería a la posible muerte de Camarón] los periodistas pregunten: '¿Para ti qué fue Camarón?". Para él lo fue todo. Camarón lo cogió con 15 años y lo convirtió en lo que es: uno de los mejores guitarristas flamencos del mundo.

La pregunta que se hacía a sí mismo entonces era: "Después de tocar con este monstruo de los monstruos, ¿a quién le toco yo ahora la guitarra?".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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