Tras la huella de la diosa
La compañía emblemática de la modern dance norteamericana ha refrescado antiguas coreografías con motivos o inspiración españolizantes, y de ahí el privilegio de ver Embattled Garden (1958), y de oír a este lado del Atlántico la sugerente música de Carlos Surinach (Barcelona, 1915). La pieza es una reflexión abierta sobre la pareja, uno de los torturantes temas de la obra de Graham. La exposición musical se complementa en escena con una estilización brillante de rompe y rasga, envuelta en los objetos escultóricos de Isamu Noguchi que tienen siempre la rara condición morfológica de integrarse al cuerpo humano con organicidad líquida.Hay que acercarse a los viejos ballets con pasión arqueológica. Es una ciencia moderna esto de la arqueología viva de la danza, la reconstrucción de un pasado, reciente o no, del que se es deudor absoluto. A través de ello se ve claro el final del bosque, y esto pasa ejemplarmente con Primitive Mysteries (1931), un baile de inspiración paleoritual entre mujeres solas, vestales azules y sacerdotiza inmaculada. Martha Graham tuvo su época de inifitancia feminista y aquí deja dicho para la posteridad su discurso reivindicativo de la fuerza interior de la mujer, su drama y su alegato con una coreografía modernísima para su tiempo. Ella era ya entonces un poeta.
Martha Grahani Dance Company Primer programa: Embauled Garden: Graham
/ Surinach; Primitive Mysteries: Graham /Horst; The eyes of theGoddness: Graham / Surinach; Acts of Light: Graham. / Surinach. Itálica. Sevilla, 26 de junio.
La creación testamentaria de Graham, The eyes of the Goddéss (1991), no deja un buen sabor de boca. Esa es quizá su pretensión última, pues el tema es la muerte. Al principio, unas cartas de adivinación se convierten en máscaras y un chamarilero marca el largo viaje a la noche. En un mundo de muertes injustas y hados aciagos, el último mensaje de esta gran mujer es una pintura tenebrista donde un final procesional y oscuro deja abierta la puerta del abismo. Hay que tomar la obra como esos cuadros de Leonardo con grandes zonas apenas bocetadas, o la Sinfonía Inacabada de Schubert o la arquitectura de la Sagrada Familia de Gaudí. Martha no podía moverse, y el título hace una cruel elipsis: sólo le quedaban los ojos, vigilantes, grandes. Desde la atalaya de su mirada potente oteaba los cuerpos y sacaba esencias.
Diez años antes hizo Aets of Light (1981), su última gran pieza, donde en la escena de cierre es una clase diaria elevada al rango de obra de arte, como un canto al trabajo, al rigor como única vía de redención del artista. Toda la compañía abre los brazos y mira al cielo, buscando en la noble noche de Itálica una señal entre las estrellas, otro mensaje de ella, que desde algún parnaso ignoto apunta el destino nuevo de la belleza. ¿Quién puede hablar de morir, de desaparecer, de sufrir? Sólo Martha, cuya voluntad de estilo es eterna.
El excelente conjunto está hoy en una encrucijada. Algunos grandes grupos norteamericanos han sobrevivido a la pérdida de su faro (José Limón, Alvin Ailey). El carro de la vida ha depositado suavemente a Martha a la orilla del camino, y el gregario equipo que ella modeló en lo físico y en lo moral, en lo estético y en lo ético, sigue, debe seguir. La diosa ya no está, pero hay leves huellas sobre las que pisar hacia delante.
Babelia
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