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ROCK

Apuesta por la libertad

David Byrne, ex miembro de The Talking Heads, presentó en Madrid un espectáculo sobrio y brillante, montado sobre un repertorio formado por canciones de todos los periodos de su carrera. Le acompañó una banda magnífica, y el sonido no fue tan infame como suele ser habitual en el Palacio de los Deportes de la Comunidad. Fueron dos horas de sonidos embaucadores y cálidos bailes en medio de un ambiente tremendamente desangelado.Y es que en el último concierto de Byrne en Madrid falló el público. Tres mil quinientas personas son muy pocas para un espectáculo de una intensidad, originalidad y belleza poco habituales en los escenarios españoles. El cantante y compositor norteamericano reaccionó con profesionalidad y, lejos de arrugarse ante la floja entrada, inició su actuación con un reto: abrir la noche con más de 20 minutos de actuación en solitario. Apareció vestido con un impecable traje negro y camisa blanca, con la guitarra acústica en bandolera, un telón negro a medio metro de su espalda y dos focos blancos frente a sus narices. Interpretó siete canciones, algunas recientes -como Cowboy mambo- y otras de su etapa con Los Cabezas Parlantes, como Road to nowhere (Little creatures, 1985). Perfecto de voz, sólo se apoyó en las sombras que su figura generaba en el telón. Primera demostración de fuerza.

David Byrne

David Byrne (voz y guitarras), José Jerez (trompeta), Stephen Alden (saxo y flauta), Lewís Charles (trombón y violín), Jonathan Best (teclados), Oscar Salas (batería), Héctor Rosado (percusión), Robert Allende (percusión), Angel Fernández (trompeta y guitarra rítmica) y George Joseph (bajo). 3.500 personas. Precio de las entradas: 3.000 y 3.800 pesetas. Madrid, 23 de junio. Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid.

Cuando subió la tela quedó al descubierto un escenario austero, en el que nueve músicos se colocan de forma ordenada. Suena Mr. Jones, del álbum de The Talking Heads Naked, ya con la banda al completo. Las luces, todas blancas, apenas cambiarían de color. El público inició entonces un cadencioso baile que sólo pudo detener una hora y media después.

Sabrosas melodías

Byrne ha dado una nueva concepción a la puesta en escena de sus canciones. Ni un solo alarde técnico, ni el más ligero recurso visual. Simplemente música. Sabrosas melodías actuales alternándose con otras que han marcado una época. Las primeras toman referencia en géneros ajenos, generalmente ubicados en Brasil y el Caribe; las segundas pueden presumir de formar parte de la historia. Son los temas que han hecho que un grupo llamado The Talking Heads sea considerado por muchos como la banda más importante de la ciudad de Nueva York.David Byrne demostró no ser un gran comunicador, pero sí un enorme catalizador. Los arreglos actuales, geográficamente más cerca del trópico que de la Gran Manzana, encajan a la perfección con las viejas melodías. No hay desajustes. La máquina está bien engrasada y no duda en aventurarse por los caminos peor asfaltados: el merengue, la samba, la cumbia, la salsa y el resto de sonidos latinos que han influido al último Byrne se amoldan a las viejas canciones. Siguen resultando creíbles, pese a que su entorno actual sea muy distinto al de los días en que fueron escritas.

Buena culpa de esta perfecta aclimatación se debe a los músicos que acompañan al Rel Momo. Todos son buenos. Dos, maravillosos: los percusionistas Héctor Rosado y Robert Allende. Con ellos, Take to the river y Burning down the house adquieren color tropical, Make believe mambo y Loco de amor tienen la fuerza del mejor pop y, para rematar la faena, el Simpathy for the devil de los Rolling Stones adquiere una dimensión infinita. David Byrne sigue apostando por la libertad.

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