Acuerdo espectacular
EL ENCUENTRO entre Yeltsin y Bush ha alcanzado en su primera jornada, celebrada el pasado martes, un acuerdo sobre desarme nuclear que supera todas las previsiones. Para el años 2000, los arsenales de ambas potencias quedarán reducidos a su tercera parte: entre 3.000 y 3.500 cabezas nucleares, en lugar de las 10.000 de que disponen en la actualidad. Un dato que pone de relieve hasta qué punto ha cambiado el carácter de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos es que este acuerdo ha sido preparado en un plazo de cinco meses, mientras que fueron necesarios nueve años para negociar el Tratado START, firmado en julio de 1991 por Gorbachov y Bush, cuando la URSS aún existía.Uno de los puntos esenciales del acuerdo aprobado anteayer es la desaparición de los misiles rusos en tierra SS-18, con ojivas múltiples, el arma que EE UU siempre ha considerado como la más desestabilizadora; por su parte, Bush ha aceptado reducir los misiles instalados en los submarinos. Pero es obvio que Rusia hizo las mayores concesiones. Como reconoció el propio Yeltsin: "El concepto de paridad ha perdido su vigencia".
Este acuerdo sentará mal, sin duda, en los círculos militares de Moscú que pretendían conservar los SS-18 como símbolo de superpotencia que, a su juicio, sigue siendo Rusia. Es un criterio absurdo que no tiene en cuenta la realidad. Hoy, la defensa de los intereses nacionales de Rusia no pasa por la utilización de su arsenal nuclear como fachada con la que aparentar un papel en el mundo equivalente al de EE UU. Tiene problemas mucho más apremiantes que resolver, tanto políticos como económicos. Bush ha dado a Yeltsin un trato sumamente elogioso, le ha comparado incluso a Pedro el Grande, y ello puede ayudar a suavizar recelos en los sectores nacionalistas que sólo admiten dos hipótesis: o una Rusia igual a EE UU o una Rusia servil.
La realidad es más compleja. A Rusia le interesa en gran manera reducir al máximo sus armas nucleares, y la oferta de Yeltsin preveía un techo aún inferior al acordado. Esas armas no le sirven para desempeñar un papel internacional digno. Ante los problemas complejos que perduran con Ucrania o Kazajstán, donde todavía existen armas nucleares, la reducción drástica es la mejor opción. Al mismo tiempo, el primer objetivo de Yeltsin en la actual cumbre con Bush es lograr que se acelere la ayuda económica a Rusia, prometida ya en varias ocasiones, pero que tarda en llegar. Aunque el protocolo trate de disimularlo en alguna medida, Yeltsin ha llegado a Washington como una persona en demanda de ayuda, condicionado por la muy preocupante situación de su país.
El FMI, por su parte, se ha comprometido a conceder a Rusia un crédito de 24.000 millones de dólares para facilitar su reforma económica. Pero existen dos obstáculos para que se materialice esta ayuda; por un lado, el Congreso de EE UU aún no ha votado la parte que EE UU debe aportar a ese fondo, unos 12.000 millones de dólares. Bush no ha ejercido una presión fuerte sobre el Congreso en un tema que no le aporta nada en su campaña electoral. Está por ver hasta qué punto la visita de Yeltsin, y su discurso ante el Congreso, surten efecto. Por otro lado, el FMI condiciona la ayuda al avance de la reforma económica rusa, tendente a establecer una economía de mercado. Pero Yeltsin ha dado entrada en su Gobierno, al lado de los reformadores encabezados por Gaidar, a miembros del viejo aparato. Ahora necesita convencer a Bush de que su política de reforma va a continuar, y lograr que éste presione sobre el FMI para que sea comprensivo con la realidad rusa. Los resultados de la visita en este terreno no se manifestarán de modo inmediato, pero son decisivos para Yeltsin; sin ayuda occidental, su reforma es imposible y su poder quedaría quebrantado. Bush parece haberlo entendido.
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