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Tribuna:
Tribuna
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Grandes hazañas para grandes peligros

Se dice que la actual identidad europea radica en la adhesión de sus paises al "valor moral de la democracia y de los derechos humanos". Que lo verdaderamente común de esa comunidad de naciones es la consagración que sus s leyes hacen de un orden en que la dignidad de las personas y los pueblos está plenamente reconocida. Pese a su diversidad cultural, a sus exacerbados nacionalismos, a que todavía no se cicatrizan todas las heridas de sus últimas guerras, Europa es mucho más que un mercado común: es un Estado de derecho que viene consolidándose por varias décadas y que probablemente extienda sus fronteras hacia todo el Viejo Continente, así como que influya, con su experiencia, en todo el proceso de democratización mundial, de la cual nuestra América Latina es parte y promesa.La democracia europea se nos debe constituir como un faro por todo su acerbo, pero también debe dejarnos lecciones de lo que no hay que repetir, de lo que debemos emprender conforme a nuestra realidad regional, así como de las innovaciones y aportes que desde nuestra Latinoamerica podemos hacer al proceso mundial, como a la revitalización de las antiguas fórmulas democráticas.

La mejor vía

Sin duda que la tarea humana hacia el entendimiento de los pueblos y la paz mundial tiene en ,la institucionalidad democrática la mejor vía y aliciente. Después de tantos años de voluntarismo y regímenes totalitarios, la democracia en América Latina es, de nuevo, una apuesta masiva y esperanzadora en todas sus naciones. Sin embargo, tal suerte y consolidación depende de otros énfasis, de desafios que están a ,mucha distancia de los que hoy comprometen a Europa.

Sin, temor a equivocamos, estamos ciertos que los pueblos de Latinoamérica han hecho una opción por la democracia que va mucho más allá de sus alcances meramente políticos, de la posibilidad de recuperar otra vez el sufragio universal, reinstalar sus parlamentos o, incluso, ciertas libertades públicas por años conculcadas. América Latina es todavía un continente con hambre, en que muchos millones de seres humanos viven completamente marginados de la educación, sin una vivienda digna, un trabajo estable, con un acceso muchas veces imposible a la salud y la medicina. Y, ahora, para colmo, fátalizados también por el narcoconsumo o el narcotráfico.

En Chile, por ejemplo, los procesos deprotesta que ahogaron a la dictadura y apuraron los consensos políticos para su actual transición tomaron cuerpo entre los pobladores, entre los jóvenes, entre los más pobres y desamparados. Y ése no fue un estallido tras una constitución democrática, elecciones periódicas o la búsqueda de la llamada altemancia en el poder. Por cierto que fue un grito contra Pinochet, pero, sobre todo, de rabiosa actitud frente a la injusticia y a las mil formas de opresión que afectan a aquella sociedad, pese a los diagnósticos, y esfuerzos que se hacen por superarlas..

Las democracias latinoamericanas, o se vuelcan hacia la superación de las desigualdades o en menos de un lustro empezarán a desmoronarse, a alimentar toda suerte de aventuras populistas y cuartelazos, como los que ya han prendido en dos naciones suramericanas. El crecimiento con equidad que hoy proclaman sus nuevos Gobiernos será,una promesa frustrada si no se toman severas medidas contra la opulencia y el despilfarro en la que viven segmentos de la población, mientras a las mayorías se las llama a una prudente espera, a un arreglo que -aunque se asuma sostenidoen la práctica tiene un ritmo exasperante para los que, en lenguaje papal, ya "no pueden esperar".

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Es probable que lo que mejor explique la consolidación democrática europea de la posguerra sea la capacidad que tuvieron esos Estados para apelar al esfuerzo colectivo por reconstruir al devastado continente, las profundas y auténticas medidas para promover la justicia, la inmensa acción del Estado para estimular el desarrollo, constituir un efectivo y democrático sistema de seguridad socialy garantizar el acceso a todos a la enseñanza, a la salud y a la vivienda. No puede ser promisoria para las democracias latinoamericanas que los sectores más pudientes se nieguen a aprobar reformas tributarias que para cualquier europeo resultarían más que moderadas si se las compara con la situación que rige en sus respectivos países.

Tensiones sociales

De esta manera, la solidaria acción de los Gobiernos y los pueblos europeos en favor de la recuperación democrática del Nuevo Mundo le da a esas naciones legitimidad para velar por el futuro de este continente, comprometiéndo, los a alentar y asistir un esfuerzo serio y amplio para que aquí se superen las horribles contradicciones y tensiones sociales que amenazan la estabilidad de estos emergentes regímenes democráticos. En este sentido, contribuiría mucho mejor a la consolidación institucional latinoamericana el que ésta fuera vigilada por los pripcipios éticos que fundaron y consolidaron la democracia europea, en vez de los dictados y controles impuestos por el Fondo Monetario Internacional y que, evidentemente, buscan inhibir la acción de estos Estados cuando se proponen satisfacer las demandas sociales más urgentes e ninpostergables.

Asimismo, la renovación democrática en Latinoamérica debe asumirse mucho más profunda que en el pasado, como también de otras que se limitan y languidecen en el ejercicio político de las cúpulas o de los profesionales de la cosa pública. El gobierno del pueblo tiene que ser y parecer el gobierno de las grandes mayorías, en el que éstas sean convocadas permanentemente a decidir sobre su presente y futuro y en las que los gobernantes sean efectivamente mandatarios de sus decisiones y grandes consensos. No hay razón alguna para que los magníficos adelantos de la comunicación prácticamente no toquen en parte alguna al propósito democrático de hacer participar a los pueblos e individuos fluida y constantemente en las decisiones políticas, económicas o culturales. En el mundo moderno, cada vez más enterado de todo, no es posible seguir manteniendo regímenes en que la voz de la nación es requerida cada cuatro, ocho o más años y completamente mediatizada por la propaganda, por las cada vez más limitadas ofertas partidiarias, los sistemas electorales binominales o el reducido ámbito de lo que las .castas dirigentes se avienen a consultar con sus conciudadanos.

Hay democracias que se jactan de ser las más válidas y permanentes, en circunstancias que menos de la mitad de sus electorados mantiene interés por votar y sus gobernantes elegidos muchas veces no alcanzan siquiera un tercio o un cuarto del apoyo popular real... Y ésos llegan a ser, muchas veces, presidentes y jefes de Estado que se erigen en gendarmes de la humanidad, que establecen criminales bloqueos contra las naciones que no les son adictas y, cuando quieren, las invaden y las mutilan con sus mortíferas armas., Comprometiendo, como acaba de pasar con la guerra contra Irak, a continentes enteros tras sus mentiras, intereses y abusos.

El plebiscito, la consulta, directa y frecuente al pueblo, debe ser, por esto, una práctica ineludible de las democracias modernas, así como el instrumento más eficaz en la mantención de un diálogo eficaz entre gobernantes y gobernados. Todo lo cual, por lo demás, le dé credibilidad a la política y a los políticos, bien moral que resulta bastante escaso en buena parte de las democracias tradicionales y que, en sí, se constituye en una de sus principales y amenazantes carencias.

Comprendemos que en las naciones latinoamericanas existan impedimentos que afectan las respectivas transiciones a un orden de libertad, soberanía y participación popular. Sin embargo, la postergación que están .experimentando algunos de los más sentidos anhelos populares amenaza claramente contra la buena consolidación de este proceso. No puede ser que Gobiernos que recibieron un enorme respaldo popular, una vez en el poder tengan que comportarse como administraciones de minorías, amarrados por una institucionalidad en muchos aspectos francamente antidemocrática, así como temerosos o amenazados por la posibilidad de que los que en el pasado atentaron contra el orden constituido hoy vuelvan a desafiar la voluntad popular. En este sentido, el poder civil debe recuperar a la mayor brevedad su autoridad efectiva sobre las Fuerzas Armadas, tanto como someterlas a la disciplina de una Constitución y leyes democráticas. Para ello será preciso liberarlas de mandos infectados y corruptos y que, como ocurre en Argentina, Chile y otros países, permanecen enquistados en la Administración pública pese a sus flagrantes atentados contra la democracia y los derechos humanos.

La historia determinará si Europa y sus diversos regímenes democráticos fueron lo suficientemente enérgicos para perseguir los crímenes de los totalitarismos que durante este siglo han atentado contra su seguridad y convivencia. Hay quienes creen que el desarrollo actual de partidos y movimientos de carácter extremista en Francia, Alemania y otras naciones tiene fundamento justamente en la debilidad o en la indulgencia de aquellos regímenes. hacia los crímenes y responsables de tan graves atentados contra la humanidad. Verdadero o no, lo que en Latinoamérica se constata es una impunidad mucho mayor y evidente y, en casos como el chileno, una connivencia con el antiguo régimen que escandaliza al pueblo, desmoraliza a la juventud y abunda en lo que ha venido en llamarseuna grave crisis moral. He aquí un tema respecto del cual Europa puede entregar muchas lecciones de lo que se debe, se puede o no se debe hacer.

Interrelación

La suerte de las democracias latinoamericanas dependerá, también, de su capacidad de interrelacionarse, protegerse contínentalmente y avanzar hacia la constitución de una vasta zona de paz, en que las fronteras de los distintos países se reconozcan en el común anhelo de integrarse económica, política y culturalmente. Ello permitirá que los ingentes recursos que todavía se comprometen en los juegos bélicos se destinen, por fin, a erradicar la miseria y sus secuelas inevitables de la delincuencia, la enfermedad y las abultadas y terroríficas policías. El Mercado Común y su Parlamento se constituyen, sin duda, en una vigia muy eficaz de las democracias europeas. Entidades como éstas en América Latina se hacen indispensables para estimular la consolidación democrática de sus naciones.

Por ello es que resulta nocivo para el común interés latinoamericano la fantoche actitud de algunos de nuestros países de menospreciar la integración con el área, a cambio de buscar afanosa y, a veces, grotescamente la sociedad con naciones hiperdesarrolladas y con las cuales, como es en el caso de Estados Unidos, se está muy lejos de convenir un trato justo, leal y permanente. Simplemente porque, ésos no son los principios que inspiran su relación con lo que ha denominado su patio trasero, como con nadie en el mundo.

Efectivamente, si la historia de Europa y la del continente americano están tan entrelazadas, es evidente que las democracias latinoamericanas tienen mucho que observar, aprender y corregir de la experiencia europea. Pero es de su propia audacia y voluntad de ser desde donde estas últimas tienen que encontrar sus mejores nutrientes democráticos. Asumiendo, también, aquella advertencia de Cristóbal Colón en cuanto a que siempre Ias grandes hazañas son hijas de los grandes peligros".

Juan Pablo Cárdenas es director de la revista chilena Análisis.

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