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El beso de una monja sevillana de clausura

Donde el presidente del Gobierno, Felipe González, dio de verdad. rienda libre a sus sentimientos fue en el convento de Santa Teresa, perteneciente a una orden de monjas enclaustradas y restaurado gracias a la cooperación española. La madre superiora, Carmen Teresa, una sevillana de Utrera, plantó un beso a Jaime Paz, pero no se atrevió a hacer otro tanto con el huésped español hasta que el propio González le pidió "compartir el privilegio del presidente".Carmen Teresa lleva 18 años sin volver a su tierra y González le insistió hasta la saciedad en que debía regresar. "No la va a reconocer", afirmaba, "la hemos cambiado radicalmente". "Sí", contestaba la hermana, "ya me lo dicen mis hermanos que viven en Sevilla cuando hablo con ellos por teléfono".

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"Presidente, déme algo"

Sin prisas, el presidente recorrió elmuseo,entró incluso en la clausura y prometió a las. monjas solucionarles un problema botánico enviándoles un bote de pasta selladora para los cortes de sus árboles. La madre superiora le regaló dulces de leche, coco y maní, y González le correspondió con una pluma.

La visita se alargaba más allá del horario previsto. La comitiva tenía hambre, y un funcionario de protocolo, encargadade recoger los regalos presidenciales, sugirió , medio en broma medio en serio, abrir la caja que le habían regalado al "jefe".

Sin embargo, Inocencio Arias impidió tal "sacrilegio". Compré más dulces en la tienda del convento de las monjas, y funcionarios y periodistas lograron de esta forma matar el hambre.

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