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De cómo evitar nuevos descarrilamientos democráticos

El referéndum de Dinamarca tiene un significado que trasciende el destino inmediato del tratado de Maastricht. Los daneses han abierto, por un margen de 48.000 votos, un debate sobre la naturaleza de la democracia en Europa. El núcleo del problema es el actual sistema antidemocrático de revisión del Tratado de Roma. Un mecanismo que tenía su razón de ser con seis países de ideas semejantes a mediados de los años cincuenta se ha ido haciendo cada vez más impracticable a lo largo de la pasada década y se hará cada vez más ridículo si la Comunidad Europea (CE) se convierte en una comunidad de 15 y luego de 20 miembros.Enmendar el Tratado de Roma todavía requiere el acuerdo de cada país. No hacía falta el referéndum danés para que se demostrara que unanimidad, democracia y unidad europea no pueden coexistir fácilmente. Uno de los tres tenía que desaparecer.

El desafío que se plantea a los euroentusiastas es el de encontrar un modo democrático de evitar que el poder de veto de la comunidad -más aún cuando se amplíe-, se convierta en una entidad constitucionalmente incapaz de evolucionar. No serán suficientes sonoras declaraciones sobre la importancia de la unidad y los peligros de la desintegración. Lo que deberían hacer es buscar nuevos medios de ampliar la democracia directa como sistema de garantizar que la unidad europea cuenta con legitimidad popular.

Veamos una forma en que el sistema podría funcionar. Una propuesta de enmienda al Tratado de Roma debería requerir el apoyo de los miembros bajo el actual sistema de la mayoría cualificada. No obstante, ninguna enmienda se haría efectiva hasta que fuera aprobada en un referéndum en toda la comunidad. Está claro que una simple mayoría sería insuficiente para demostrar la existencia de apoyo popular y que sería necesario ofrecer alguna protección para los Estados pequeños. Pero no sería difícil resolver ambos problemas.Por ejemplo, las reglas del referéndum podrían requerir que una enmienda al tratado necesitara el apoyo del 60% del conjunto de los votantes de la comunidad y mayoría simple de al menos el 80% de los Estados miembros.

Supongamos que tal referéndum se hubiese celebrado esta semana; que se alcanzó el objetivo del 60%, y que Dinamarca fue el único país en votar contra el tratado de Maastricht, se habrían derivado tres consecuencias. Primera, estaría claro (como no lo está hoy) que Maastricht cuenta con el apoyo popular. Segunda, Dinamarca no hubiese tenido el derecho de vetar el tratado. Tercera, Dinamarca, y no el conjunto de la Comunidad, hubiese tenido que hacer frente a las consecuencias del veredicto de los daneses.

Si las cosas hubiesen sido así, Dinamarca, y nada más que Dinamarca, tendría ahora que celebrar un nuevo referéndum. Tendría que elegir entre seguir siendo parte de la Comunidad en los nuevos términos o abandonar. Hay muchas probabilidades de que este referéndum produjera una mayoría de síes; después de todo, algunos de quienes el martes votaron no eran gente que pensaba que el acuerdo de Maastricht no iba lo suficientemente lejos.

Tan importante como esos mecanismo serían las dinámicas políticas. Un referéndum en toda la CE obligarla a quienes desean crear la nueva Europa a vender sus sueños a la gente. Las normas y las dinámicas tendrían su efecto en el proceso negociador. El tratado de Maastricht tiene pocos amigos: no pasa de ser el menos malo de los acuerdos que pudo lograrse dada la regla de la unanimidad. El resultado podría haber sido mucho más atractivo si las negociaciones se hubieran realizado con un referéndum en mente.

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Los descarrilamientos se harán más frecuentes a no ser que se cambie el sistema para decidir el futuro de Europa. Se necesita un nuevo sistema.

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