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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los miserables

EXISTE EN Ios últimos años en el mundo una raza especial de miserables a los que, por la forma en que intentan huir de sus respectivas desgracias, se conoce con el nombre inglés de boat people, la gente embarcada, los que se escapan por mar. Primero fueron los vietnamitas, que huían a racimos en precarias embarcaciones para intentar refugiarse en Hong Kong; la Administración británica no se anduvo con contemplaciones y los devolvió a su lugar de origen. Les siguieron los albaneses, que escapaban del hambre hacia Italia y que también fueron devueltos de forma mayoritaria. A ello hay que añadir el constante goteo de magrebíes que tratan de llegar a las costas españolas.Y finalmente, los haitianos. Cuando, el 30 de septiembre pasado, los militares dieron un golpe de Estado en Puerto Príncipe y derrocaron al presidente Jean-Bertrand Aristide, la situación planteada para los ciudadanos fue aún peor que la de los casos anteriores. No sólo es Haití uno de los tres países más, pobres del mundo; es una nación que no consigue salir de una tiranía política cuya afición principal es segar vidas. Desde el golpe de Estado, 40.000 haitianos (de los 6,5 millones) han escapado de la isla buscando refugio en Estados Unidos. Dieciséis mil fueron devueltos a padecer una suerte que se refleja en los más de 2.000 muertos a manos de unidades más o menos regulares del Ejército local.

No. tiene de qué enorgullecerse la Administración de Estados Unidos -tan crítica de la británica en el caso de los vietnamitas de Hong Kong o tan generosa con los refugiados cubanos- con su trato a los boat people de Haití. Primero se dedicó a procesar a refugiados haitianos en la base de Guantánamo o en Florida, separando a los que huían por razones políticas de los que lo hacían simplemente por hambre (y devolviendo a estos últimos a Haití), como si la distinción en ese nivel de miseria fuera posible. Ahora los rechaza a todos por el simple procedimiento de recogerlos en alta mar y devolverlos al puerto de origen, en clara violación de la Convención de Ginebra sobre Refugiados.

La suerte de los haitianos, de los que consiguen escapar o de los que se quedan, es verdaderamente dramática. Tiene en estos momentos mucho que ver con la incapacidad de la Organización de Estados Americanos de imponer una solución política a la crisis: el regreso de Aristide, que fue acordado por todas las partes el pasado mes de febrero. Un presidente constitucional que, ciertamente, no hace gala de gran habilidad política: sin haber recuperado aún el poder, promete represalias contra quienes le desestabilizaron. Se enfrenta así con quienes de verdad controlan la situación en Haití, el Ejército y, sobre todo, la oligarquía, cuya base de poder está en su control del Parlamento.

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En el fondo de todo está la absoluta incapacidad de la OEA y de Estados Unidos, su más conspicuo miembro, de hacer que el bloqueo económico decidido hace tiempo afecte a los oligarcas a quienes hay que doblegar en lugar de sumir aún más al, pueblo en su espantosa miseria.

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