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A morir tocan

Los fumadores no vamos a morir. No todos, pero sí tres millones cada año, según anuncia la Organización Mundial de la Salud (OMS). No dice la Organización Mundial de la Salud, en cambio, si los seres humanos no fumadores son inmortales; y si no son inmortales, tampoco dice cuántos se van a morir, y de qué.Uno tiene la impresión barruntativa de que si tres millones de fumadores van a morir el año que viene, otros tres millones de no fumadores morirán también. Porque mira a su alrededor y ve que se mueren tanto los que fuman como los que no fuman. Los que fuman, entre gruesas toses y carraspeos -eso sí-, pero a los que no fuman no les consuela nada morirse haciendo gorgoritos. Llegada la hora final, aquella en que uno se rebela contra las frustraciones de la vida y va y exclama: "¡Muero sin haber conseguido saber qué significa cash flow, tiene narices!", da igual decirlo con voz cavernosa que de vicetiple.

La muerte por fumar, sin embargo, debe de ser cosa moderna, pues antiguamente la gente nio se moría de eso. Servidor ha leído atentamente la historia, y si no engaña (lo que pudiera ocurrir), las personas de quienes ha dejado constancia -reyes, papas, ministros, generales, cabecillas de las revoluciones, monárquicos y republicanos, santos y ateos, filósofos, literatos, músicos, pintores- se morían apuñalados, o envenenados, o reventados por un arcabuz, o de tisis, o de gota, o de unas cuartanas, pero de fumar, nadie. Ahí está el mismísimo Churchill, que se fumaba unos puros como garrotas y murió de viejo.

De todas maneras, el macabro anuncio de la OMS provoca dramáticas disyuntivas. Por ejemplo: si continúo fumando y muero por eso, mal para mí; pero si dejo de fumar y muero también, a lo mejor estoy haciendo el primo. Mientras la OMS no diga de qué se van a morir los que no fuman, este asunto no está claro.

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