Torear y dominar
Se está produciendo un cambio sustancial en la fiesta taurina a causa de la mayor agresividad y, por tanto, peligrosidad que muestran los toros de lidia a diferencia de hace unos años, cuando se los denominaba borregos por su manifiesta inclinación a la docilidad y templanza, que dio lugar al toreo almibarado y exageradamente estético que gusta tanto a cierto sector de público, especialmente a los neoaficionados. Las recientes normas reglamentarlas que rigen la corrida también han influido, especialmente el tamaño de la puya -la actual sangra al toro, pero no le causa tanto destrozo como la anterior- y el peso de los caballos de picar, aunque lo más importante haya sido la mutación experimentada en el carácter del toro de lidia.Como consecuencia, se ha visto durante estas fiestas isidriles cómo toreros que parecían valerosos y experimentados descendieron considerablemente en su rendimiento anímico, técnico y artístico. Muchos de ellos, entrecejados en un tipo de hacer estandarizado al que no había que aplicar reglas prácticas, sino simplemente dejarse llevar por el temple, la mayoría de las ocasiones aportado por la res, y componer la figura sobrecargando su peso exageradamente sobre una de sus caderas..., se mostraron desorientados y confusos, al no acertar a sacar a relucir el conocimiento adecuado del oficio, que demandaban las nuevas características del enemigo. Los que sí lo hicieron salvaron el escollo con donaire, como corresponde a un profesional artista.
Al variar la agresividad del toro a más fulgurante y veloz, amén de complicada, hace que los diestros que conocen los secretos profesionales a fondo, porque lo aprendieron concienzudamente, se sientan más a gusto que quienes únicamente entendieron el arte de torear como el hecho de componer posturitas antinaturales, atendiendo más a la falsa estética que a la eficacia, entre otros motivos porque no era necesario utilizarla cotidianamente, a causa de las bondades de los toros...
Por ello es preciso hacer ver al espectador, no al aficionado entendido, que el arte de torear no es únicamente componer estética, ni torear despacito, sino dominar al toro, centrarse con él y a su velocidad, mandarlo muy mucho con el engaño a la altura que las circunstancias lo requieran -no debe ser necesariamente ni muy bajo ni muy alto, sino la justa, la que reclame las condiciones del animal- y, si es posible, componer armonía artística, que es la consumación de la mejor expresión torera. Nunca encasillarlo en unas acciones determinadas, prefabricadas bajo el auspicio de un falso y manierístico toreo estereotipado, sólo posible cuando las muy dulces condiciones del toro lo permitan... ; jamás fundamento del arte taurino, como hasta ahora parecía ser, a juzgar por algunos elitistas amanerados...
Así las cosas, bueno sería que toreros, ganaderos, críticos, público y presidentes dieran más valor al verdadero arte de torear, tal como es y debe ser cuando salta al ruedo un auténtico toro.
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