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El escritor dramático

Literatura: como aún hacen falta pruebas de que el teatro es literatura, aquí está Nieva, todo teatro y todo literatura, escritura, idioma, penetración verbal, creación lingüística. Todo teatro, porque es pintor para el teatro, imaginado de máquinas, efectos, sorpresas. El mismo un personaje teatral: sale a la calle como a un escenario; y sale de una viejísima casa, la palabra inevitable: galdosiana, toda decorado: la chimenea donde un día se recostó Mata Hari, el palanquín de no sé quién, la mesa de dificilísima geometría donde coloca la tortilla de patatas para las visitas; y escondido en esta antigüedad tan deliberada, el equipo estereofónico, la escritura electrónica. El mismo, antiguo y moderno, y ése es su lenguaje escrito: locuciones que su pongo que oyó por primera vez a su tía Cristeta, mezcladas con un castellano emergido de sí mismo al contacto de París y Venecia, como siempre surge lo castizo al contacto de lo extraño (enriquecido, aumentado) y con el lenguaje de la calle de las Huertas, si es que ahora no hay otra con la modernidad, la posmodernidad y otra vez la modernidad que ataca con nuevo ciclo: él mismo empezó a inventar estos juegos de modernidades y postrimerías con el postismo, movimiento que ayudó a parir con Eduardo Chicharro, con Silvano Sernessi y con Edmundo de Ory; hijos ya de otros modernos. El que va camino de la historia, hasta que un descubridor desentierre a los otros, es Nieva: más allá de este premio Príncipe de Asturias, de la inmortalidad de académico y de lo que pueda venir, que al fin y al cabo son galas y ornatos y tantas veces justicia mayor, como en este caso.Tengo ahora recién releídas dos obras no estrenadas de Nieva: otra gala y ornato es la publicación de su Teatro completo. Estas obras son La Magosta y El manuscrito encontrado en Zaragoza. En el personaje de La Magosta se puede reconocer "a la monda y a la lironda". "Soy la suegra obligatoria de cuantos viudos hay en el mundo, porque soy la Madre Final, la que despare todo lo parido", y en estas cuantas palabras está el invento lingüista de Nieva, su juego de humor y tragedia, de cultismo y popularidad. El mismo nombre: magosta por Galicia, donde se desarrolla la hoguera; el verbo magostar es agostar: consumir. El manuscrito es una versión tan propia de la novela de Potocki que es más de Nieva que del misterioso conde polaco. Quiero decir que lo que toca Nieva es sólo suyo, sea quien sea el que esté debajo.

Entre tantos años de diferencia como hay entre las primeras obras que vi y leí de Nieva y éstas que leo ahora puede haber todas las evoluciones; me parece que son orgánicas como el crecimiento incesante de los árboles, que van creando sus formas y ramas sin dejar de ser árbol: yo encuentro como virtud primordial la existencia de la misma raíz y de la misma savia, y me repito al decir que Nieva no ha abandonado la vanguardia por la Academia; sino que ha teñido de vanguardia a algunos descoloridos académicos que viven de devorar su propio hígado tras el de los demás, aunque haya otros, los más, que estén viviendo en pleno día y nutriéndose de él. La palabra "vanguardia" es engañosa y traidora: hoy relegada por ser la realidad más increíble que la ficción, más desmesurada, más disparatada. Quiero decir que no la empleo a gusto para referirme a la literatura de Nieva, porque es otra cosa: está en su naturaleza, y si emparenta con alguna es con la original, con la de Jarry y el fin del otro siglo, y los primeros merodeos de éste. No ser realista, en Nieva, no significa necesariamente ser vanguardista; y aun en su teatro mágico, de "farsa y calamidad", "furioso", o como sea hasta las "reoperas" he tenido la inquietud de reconocerme como el hombre que ha caído por aquí y en este tiempo, como uno más, el miedo de reconocer a otros y la angustia de verme en sus situaciones. No todo consiste en la teatralidad de ver abrirse un escotillón y salir de él al espantajo: consiste en verlo dentro de uno mismo, o ver cómo de pronto se contrae la expresión del próximo y puede estar allí la simpática, divertida y aterradora magosta. Sin acudir tampoco a Freud, ni a sus póstumos, a sus lacanes y sus althuseres; ni a los padres de la iglesia y sus retorcidas conciencias ortopédicas, aunque en esa forma de ortopedia aparezcan muchas veces las formas religiosas. Pasarán los años y no olvidaré al actor Jose Maria Pou haciendo el hombre-monja de Coronada y el toro, tan a la española, y con su trasunto de Franco desdeñado, sin hacer demasiado hincapié en el hombre muerto y magostado; y no olvidaré tampoco a Manuel de Blas en La señora tártara. Hay que buscar en estos casos mas allá de la ambigüedad sexual sin desdeñarla, porque es también signo del tiempo y una de las identidades de nuestra confusión: hay que buscar la ambigüedad total, las lecturas varias de una misma y distinta cosa, los significados que a veces no significan porque son escayola y que a veces van hasta límites insospechados de sublimación.

Sin reducir valores ajenos, o situaciones de otros, entiendo yo que Nieva es el escritor dramático más importante de nuestro tiempo, y que puede figurar entre los mejores de nuestro siglo: insisto, escritores, y no sólo efectistas de teatro o carpinteros de fines de actos, o componedores de frase.

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