Acoso y derribo de un jardín
LUCÍA SERREDILos avatares han terminado con el jardín de Anglona, en el que, según la autora, se ha unido la cursilería y la incultura privada con la desidia del Ayuntamiento de Madrid, que ni siquiera se ha ocupado de regar esta pequeña joya del siglo XVIII, a la que sin duda ha perjudicado su sutil y recóndita belleza.
El jardín de Anglona, escondido detrás de una tapia al final de la plaza de la Paja y asomado a la calle de Segovia sobre altos murallones, es uno de los jardines más valiosos y hermosos de Madrid. Construido hacia 1750, perteneció a la condesa-duquesa de Benavente y Osuna, y en él trabajaron los mismos arquitectos, tramoyistas y jardineros que en ese mismo momento estaban construyendo El Capricho de la Alameda.Cuando entré por primera vez en este jardín hace ya casi 10 años, me encontré con una selva de telarañas, troncos secos y rebrotes; sin embargo, dentro de esa maraña sombría se percibía un encanto especialísimo, el misterio estaba como suspendido en el aire: era ese mensaje poético inconfundible que sólo sabe crear el tiempo.
Se adivinaba un exótico árbol de papel, las ramas torcidas de cuatro enormes pittosporum marcaban una placita central alrededor de una fuente de mármol, un viejo y finísimo rosal trepaba sobre una barandilla derruída, los restos de unos arcos de hierro quedaban sujetos por unos cipreses leñosos. Todos indicaban acumulación de vivencias, superposición de estilos, unidad y continuidad en el tiempo. Sí, la intransferible y mágica labor del tiempo: lo más sagrado a conservar en toda restauración.
Efectivamente, bajo 40 centímetros de tierra y hojas secas, encontramos unos caminos de ladrillos bordeados por setos de boj ya totalmente secos, formando un parterre que muy bien podía corresponder al original del siglo XVIII. La emoción fue grande, y decidí entonces basar la restauración en el respeto absoluto de los distintos elementos arquitectónicos y vegetales -de características clásicas, románticas e isabelinas- y en una clave de actuación delicada, pausada, para no violentar en ningún momento este silencioso jardín.
Para comprender la importancia del jardín de Anglona, conviene hacer una puntualización. A falta de un estudio histórico más completo del que se pudo realizar en su momento, existe la duda de si el trazado rescatado a la luz es el original de los Benavente de finales del siglo XVIII, si por el contrario es fruto de una segunda actuación llevada a cabo hacia 18 10 con ocasión de la boda del segundo hijo de la condesa-duquesa, el marqués de Javalquinto y príncipe de Anglona , o si se trata de una muy poco probable restitución del trazado dieciochesco emprendida a finales del siglo pasado por el marqués de la Romana, entonces propietario de la casa palacio.
Sin embargo, poco importa esta duda histórica sobre el trazado existente, ya que el valor específico y original de este jardín reside, más bien, en un hecho de carácter conceptual.
El construir el terraplén donde se encuentra afianzado este jardín pensil, a seis metros de altura sobre la calle de Segovia, tuvo que presentar indudables dificultades por la fuerte pendiente del terreno en esta zona de Madrid. No pudo, pues, realizarse esta empresa sin una intención muy decidida, una muy definida necesidad de prolongar la casa palacio con un espacio arbolado: lo que refleja, una vez más, la actitud ilustrada de aquella minoría culta de la segunda mitad del siglo XVIII, de la que los Benavente-Osuna eran unos de los máximos exponentes.
Pues bien, ¿qué ha pasado con esta pequeña joya de la jardinería madrileña que hasta hace poco tiempo- e incluso después de realizarse una restauración parcial- conservaba aún todo su encanto y el valor del tiempo? Simplemente, que en el transcurso de estos dos últimos años esta Joya ilustrada ha sufrido una serie de avatares que han terminadó por matar su misterio, su alma, por acabar con su humilde elegancia, en definitiva, por arrancarnos su memoria histórica.
Patio de vecindad
Parecería que el propia Ayuntamiento, al no haber visto rentabilidad electoralista en la protección de un patrimonio municipal tan sutil y recóndito, hubiera optado por el desinterés y la desidia. En consecuencia, los nuevos inquilinos del palacio, afianzados por el silencio de los responsables municipales, han dado una lamentable muestra de incultura y cursilería y -con total impunidad y prepotencia- han hecho suyo este jardín.
Negándose a facilitar el acceso incluso a estudiosos y estudiantes, han suprimido todo el sotobosque y han cortado de cuajo las valiosas especies botánicas que marcaban la arquitectura central del trazado; para terminar su oculta e inculta actuación realizando plantaciones de vulgares rosales adocenados y de florecitas multicolores, dignas de un patio de vecindad.
Conviene hacer un breve resumen de los abandonos y atropellos de los que ha sido víctima el jardín del príncipe de.Anglona. Las empresas que en 1983 compraron el palacio para transformarlo en apartamentos de lujo -Anglona, SA, e Indocasa- iniciaron entonces la restauración del jardín (según proyecto de la autora de este artículo): se trataba de un terreno de propiedad municipal, pero una restauración rigurosa servía a dar buena imagen a su operación financiera.
Sin embargo, una vez vendidos los apartamentos, las dos empresas interrumpieron su compromiso hacia el jardín, dejando a medias la restauración y abandonando al viverista con todas las plantas ya reservadas.
Gerencia de Urbanismo y la Empresa Municipal de la Vivienda, del Ayuntamiento de Madrid, restauraron en 1987 el exterior de la tapia y de los murallones, pero aplazaron las obras del perímetro interior.
Una poda violenta
A su vez, el Servicio de Parques y Jardines no ha incluido este ámbito dentro de los jardines históricos a conservar directamente por ese departamento, como es el caso del Retiro o de la Fuente del Berro, siguiendo un peculiar criterio de valoración que, parece ser, excluye del atributo "histórico" los jardines de dimensiones reducidas como el de Anglona. Tampoco la Junta de Centro ha incluido este jardín dentro de unas labores elementales de mantenimiento, como serían los riegos y las fumigaciones.
Así llegamos a la primavera de 1990. Los nuevos propietarios del palacio cierran las dos cancelas con llave y colocan paneles para ocultar la vista del jardín desde el exterior.
Comienzan entonces mis gestiones municipales: entrevistas y largas esperas, cartas e informes al rea de Medio Ambiente para avisar del peligro de privatiza ción. Mientras tanto, los inquili nos dan un paso más y realizan una poda violenta en el jardín. De las cartas e informes, paso entonces a las denuncias forma les a distintos departamentos, por "privatización de un jardín municipal" y "obras ¡legales en un recinto histórico, sin permiso preceptivo". Por fin, el Área de Medio Ambiente cubre el expediente enviando a la comunidad de vecinos del palacio una orden de paralización de las obras; sin embargo, no realiza visitas de control, ni exige las llaves de las canwlas, ni pide responsabilidades: medida tan poco convincente que los inquilinos se reafirman en su impunidad, llegando a su última y reciente actuación, la supresión de los enormes pittosporum mencionados antes.
Una última reflexión sobre la gravedad de los hechos: por un lado la incalificable actitud de los actuales moradores del palacio de Anglona, por otro el desinterés y la absoluta inhibición le los responsables del Área de Medio Ambiente. ¿Cuál de las los actitudes ha sido más grave? En cualquier caso, la realidad nos lleva hoy a lamentar algo ya irremediable: en este jardín del siglo XVIII, jardín madrileño y le los madrileños, se ha borrado lefinitivamente el tiempo.
Lucía Serredi es paisajista, especializala en restauración.
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