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Un orden mundial sin imperio americano

CARLO PELANDALa idea de un orden mundial basado en un único imperio, el norteamericano, ha entrado en vía muerta. Ante ello, la CE debería modificar su proyecto de integración y promover la creación de un mercado tricontinental con EE UU y Japón.

Hace aproximadamente un aflo, poco después de la victoria militar en Irak, el presidente George Bush lanzaba la idea de un nuevo orden mundial que, de hecho, debería haberse basado en la refundación de la alianza occidental y en la cooptación de la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov. Hace un año, la Administración de Bush perseguía, en otras palabras, que el mundo reconociera la existencia de un imperio americano. Ese reconocimiento debería haberse traducido en una relación tributaria entre las naciones de Occidente y EE UU y, por tanto, comportar una ventaja económica como monetarización de la supremacía estratégica.Es más, en el terreno de lo concreto, EE UU intentaba utilizar su peso político y estratégico para obligar a europeos y japoneses a derribar los sistemas proteccionistas que constituían y constituyen una desventaja estructural para la economía norteamericana. En síntesis, Estados Unidos deseaba transformar Occidente en una "zona de libre cambio absoluto" en sustitución de la "zona de libre cambio relativo-asimétrico" (favorable objetivamente a europeos y japoneses) que ha caracterizado la estructura económica occidental guiada por EE UU durante el período bipolar.

Europeos y japoneses han dicho no a esta pretensión. El motivo de tal negativa se basaba, y se basa, en la consideración de que un imperio americano así configurado habría debilitado su economía, de que el coste deformar parte del imperio sería demasiado alto. Han dicho no a un flujo de retorno de la riqueza japonesa y europea hacia Estados Unidos en un marco de mantenimiento del dominio estadounidense y a costa de un effipobrecimento real tanto de Europa como de Japón.Por tanto, el imperio americano, como proyecto de creación de una única área de: libre cambio absoluto bajo reglas y protección estadounidenses, se ha esfumado. Existen tres imperios -geoeconómicos muy diferenciados y potencialmente conflictivos: Comunidad Europea, Japón y EE UU, ligados con sutileza creciente a los restos de la alianza militar como póliza de seguro. contra potenciales Sadam. Roto el viejo orden bipolar, fracasado el intento de construir el nuevo imperio americano, no hay orden mundial que valga.Estados Unidos ha tomado nota a comienzos de 1992 de la situación, acelerando la renacionalización del imperio y con ella la transición de una política de libre mercado a una de apoyo estratégico directo a los intereses económicos nacionales. Los primeros ejemplos de esta aceleración son: la creación de la Zona de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México como una,respuesta a escala del Mercado Unico Europeo; la retirada progresiva a la cobertura estratégica gratuita a sus antiguos aliados, y una creciente agresividad en el apoyo estatal a los intereses industriales internacionales. Esta trayectoria de renacionalización situaría en dos o tres años a EE UU en una simetría geoeconómica (esto es, proteccionismo y una relación cada vez más estrecha entre política y economía exteriores) con Japón y la CE.InestabilidadEl motivo por el cual esta reestructuración no se conseguirá en un periodo de tiempo más breve se debe al mantenimiento por parte de la Administración de Bush de la vieja ilusión de poder mantener con vida la idea del imperio americano como área de libre cambio basada, para ventaja de los propios estadounidenses, en el mantenimiento de un poderío militar global. Pero la renacionalización -y el abandono del imperio- se está produciendo empujada por la necesidad de salvar la economía interna estadounidense. Lo cual significa transformar su propio papel mundial de integrativo- global en competitivo-nacional.

En estas condiciones se adivina un orden mundial muy inestable, caracterizado por fatigosas negociaciones encaminadas a llegar a acuerdos de detalle sobre temas concretos para esto, sin que exista ya una fuente de orden reconocida por todos.

Los primeros efectos de esta estructura pueden ya percibirse: el desentendimiento estadounidense en la búsqueda de una solución a la crisis yugoslava; el abandono, de hecho, de Alemania por parte de Estados Unidos (y de otros países europeos) en la tarea de financiar los costes de la reconstrucción económica del Este y de Rusia; la exclusión de la CE en las negociaciones de Oriente Próximo; la crecientefragilidad de la OTAN y los obstáculos a su renovación; la divergencia entre las tasas de interés financiero de Alemania, por una parte, y de Estados Unidos (e. Italia) por otra. Si esta tendencia se prolonga, surgirá a medio plazo un orden mundial basado en el equilibrio conflictual entre tres grandes imperios geoeconómicos que actuarán como supernaciones y quizá como supernacionalismos. Esteescenario ya fue anticipado por numerosos expertos hace aflos. La novedad la constituye el hecho de que, sin una arquitectura política global, el mercado internacional no podrá desarrollarse al ritmo necesario para mantener las demandas de desarrollo tanto de Occidente como del resto del mundo. Por ello, es muy probable que este orden mundial comporte, a la larga, una prolongada y dura crisis económica internacional.Solución racionalLa solución a este problema, por el momento, sólo es una: la construcción de un mercado único entre Europa, Estados Unidos y Japón (esto último, en una segunda etapa). Pero esta solución -que es la más racional sobre el papel- se ve obstaculizada por el neonacionalismo estadounidense, por el. tradicional neonacionalismo japonés y por una idea de la unidad europea pasada de moda e ineficaz con vistas a la construcción de un orden mundial posamericano.

La mejor contribución de la Comunidad Europea al mundo, en el próximo futuro, consistiría en modificar su proyecto de integración proponiendo explícitamente una arquitectura política tricontinental. Quizá al lector le resulte desagradable ver calificada de vieja la idea de la unión política europea precisamente cuando se intenta superar enormes dificultades para materializarla. El problema no reside en la idea de Europa, sino en responder a la,pregunta ¿una Coiflunidad, para hacer qué?

Si la respuesta permanece enclavada en los actuales confines de Europa, entonces la propia Europa queda reducida a un objeto trivial y quizá no factible. Si la resppesta es que construir Europa en una forma flexible, aunque sólida, sirve como estadio preliminar para una posterior integración de Occidente, adoptando un rnodelo de arquitectura política evolutiva encaminada a cumplir los requisitos de desarrollo de un mercado tricontinental, entonces dicha idea de Europa podría convertirse en el punto de apoyo del nuevo orden mundial y podría ser factible.

es profesor de Teoría de Escenarios Estratégicos en la Universidad LUISS de Roma.

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