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El toro cojicachas

Peñajara / Vázquez, Jiménez, Niño de la TaurinaToros de Peñajara, de magnífico trapío, flojos en general aunque algunos derribaron, y adormilados; 3o devuelto por inválido. Sobrero de Isabel Núñez, muy grande, flojo, con genio. Curro Vázquez: pinchazo bajo, estocada corta atravesada delantera escandalosamente baja y descabello (algunos pitos); pinchazo, estocada corta atravesada trasera y descabello (pitos). Pepín Jiménez: estocada tendida trasera ladeada (silencio); estocada corta trasera caída (pitos). Niño de la Taurina: estocada atravesada que asoma, cuatro descabellos y se tumba el toro (silencio); estocada -aviso con retraso- y dos descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. 131 corrida de feria. Cerca del lleno.

JOAQUN VIDAL

El toro de lidia no es un animal ecológico sino un animal inventado, si se permite la expresión y mejorando lo presente. Desde los tiempos del rey Carolo o más, los ganaderos españoles han estado enriqueciendo el reino animal y los saberes de la ciencia zoológica con un ser cornalón de imponente aspecto por fuera, fiero, poderoso e intuitivo por dentro, obtenido de parto mediante complicadas cruzas entre machos y hembras previamente seleccionados en el laboratorio de la'tienta. Y ese es el toro de lidia, que ha venido surtiendo de materia prima las corridas de toros durante siglos, a los efectos de que los toreros les den derechazos y pegarles a cambio una cornada en la ingle, al menor descuido. Ahora bien, los ganaderos no podían conformarse con el invento y han seguido investigando hasta conseguir el toro cojicachas, que es otro toro aún más sorprendente que el anterior, pues mantiene sus mismas características sin dejar una, pero incluye también las contrarias.El resultado es tan revolucionario como si hubieran inventado la noche que es de día o el día que es de noche. Se trata del toro que es fuerte y es flojo, del toro que es bravo, y es manso, del toro que es toro y no es toro; el toro imponente que se va por las patas abajo en cuanto le dicen de embestir; el toro que es cojitranco flojiburro y está cachas; el toro capaz de tirar por los aires un jamelgo acorazado de 700 kilos arriba -y el complemento de otros 100 sumando el tío que lo monta, su pata hierro, su castoreño-, e incapaz, a su vez, de tenerse en pie; el toro que no anda pero le pegan 500 derechazos se-

guidos sin respirar. Ese es el nuevo toro que salta cada tarde a la candente y en la de ayer saltó también para pasmo de la afición y jolgorio de la ciencia.Por trapío nadie les podía poner a los toros reparo alguno. Ni en los grabados de La Lidia llegó a pintarlos Daniel Perea tan agresivos y rozagantes. Perdían pata en cuanto cruzaban el redondel, u hocicaban, o se derrumbaban de popa, pero en ocasión de la llamada suerte de varas, le daban a la caballería buen zangoloteo, par de ellos llegaron a derribar y hubo uno -el quinto- que tomó toda la plaza montada entre las astas, la corrió a tortazos tercio adelante y de un solo empellón final dejó desparramados por allí el caballo, la vara, el varilarguero y el terrible castoreño.

En el último tercio no embestían. Ahora bien, no importaba que no embistieran pues, tratándose del toro cojicachas, los toreros les pudieron pegar más de 500 pases. Hay concienzudos estudios al respecto. Un matemático se encargó de tomar puntualmente los datos, someterlos a tratamiento de ordenador y efectuar después la oportuna auditoría.

Le extrañó al matemático que de los 500 pases ninguno fuera bueno. Claro que eso les pasa a los matemáticos por ir a los toros. Zapatero, a tus zapatos. Un aficionado cualquiera, que a lo mejor desconoce los arcanos de la raíz cuadrada, sabe perfectamente que en una corrida se pueden ver 400 pases, sin que ninguno valga un duro. Pongamos, por caso, el presente fasto.

Curro Vázquez apenas intentó embarcar a sus toros cojicachas, porque supuestamente carecían de embestida. Pepín Jiménez le porfió pases a uno, mientras en el otro rectificaba apresuradamente terrenos. Tan apresuradamente los rectificaba que tropezó, cayó al suelo y el toro tiró entonces un furioso derrote que, si llega a tocar pelo, le vuela el flequillo. Por fortuna, no sucedió nada más. Ciertamente, lo que ambos diestros hicieron no era como para lanzar cohetes.

Niño de la Taurina estuvo más decidido que sus compañeros. Valentón y pundonoroso, aguantó sin estremecerse varias coladas del tercero, sacó naturales aseados al sexto, y si en esa faena faltó ligazón y temple, tampoco se debe tener muy encuenta: las faenas, como la vida misma, son imperfectas de suyo.

Transcurrió mala la corrida, acaso porque empezó demasiado bien. Los buenos principios traen preocupantes augurios. Curro Vázquez instrumentó al primer toro unas verónicas que dejaron en el ruedo un aroma torero embriagador. Hubo explosión de arte, desde luego, aunque a costa de fastidiar la sistemática. De manera que el toro, codicioso en sus primeras embestidas, se puso cojicachas, y ya nada volvió a ser igual. Quiere decirse que ocurrió lo de siempre. Y mientras los toros empujaban y no empujaban, embestían y no embestían, eran toros y no eran toros, los aficionados dormían plácidamente en el hombro del vecino de localidad.

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