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Cirios y capotes, velas y muletas

Hay gentes del toro creyentes, piadosas, penitentes, esperanzadas en lo sobrenatural y amigas de las interpretaciones de la realidad en sentido religioso. También las hay paganas, panteístas o ateas. Los unos, con fe en los designios divinos; los otros, más cerca de la esperanza de la ciudad de Alcoy, pero lo cierto es que la religión y el taurinismo se dan la mano.Así, Curro Romero envuelve su pecho con la Virgen del Rocío; Antoñete lo hacía con la de la Paloma; Manolete, con la de los Dolores; El Cordobés, con Jesús del Gran Poder. Hasta Nacional, el laicizado peón de Sangre y arena, entraba en la capilla. Claro que después compensaba en banderillas al grito de "¡eh, presbítero!", clavaba y decía chuscamente: "¡Pal clero!".

En este sentido, el obispo de Madrid, en actitud de flexibilidad, se olvidó de Torquemada y su Santo Oficio para con los toros, el 1 de junio de 1893, festividad del Corpus Christi y despedida de Lagartijo. A las cuatro, corrida; a las cinco, procesión. El tiempo como objeto de transacción. Del éxito de lo uno se derivaría el fracaso de lo otro. El obispo envió notas a los periódicos dando cuenta del traslado de la procesión a la mañana. Capotes y muletas, casullas y cálices, bendecidos. Así lo cuenta Peña y Goñi.

El 30 de septiembre de 1887, el día después de celebrada la ceremonia de alternativa de Guerrita de manos del mismo Lagartijo, el hiperbólico crítico Sobaquillo hablaba de "celebrada la ceremonia de la alternativa con solemnidad no usada desde el advenimiento de León XIII al solio pontificio...".

El mexicano Fermín Rivera eligió el camino del toreo un minuto antes de ingresar en un seminario. El convento dominico de Caleruega, en Burgos, fue el ámbito que ocupó, en 1963, Mondeño, apartado de los ruedos con este motivo, camino que desanduvo también muy pronto. El cura de Titulcia no tiene reparo en torear en festivales benéficos, parodiando el licenciado de Falces, quien se reparte alguna página de la historia con Martín Barcáiztegui, Martincho, el salvaje lidiador tan ensalzado por Goya y la familia de Carlos IV. Se habla y no se acaba del poder reparador que obró en el toreo de Ortega Cano su peregrinación a Santiago y conquista del jubileo.

La fraternal relación religión-toros tiene una de sus más llamativas manifestaciones en la casa de Eduardo Miura, donde se conservan encendidas velas durante el juego de cualquier corrida de este hierro. Soto Viñolo dice que hubo un olvido irreparable del precepto el día de la muerte de Espartero, empalado y exangüe, a las cinco y veinte (le la tarde. La impuntualidad acompañó al drama.

Quédese, pues, el profesional con sus rezos y plegarias en la capilla, con sus escapularios y medallas en el fondillo de la chaquetilla. Guarden los prelados de no hacer coincidir celebraciones eclesiásticas con fastos taurinos. De bautismo de sangre, cuanto menos mejor. Y de murmullos en latín al oído de los toreros, ni hablar.

Antonio Campuzano es periodista.

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