El día en que Escriva tomó Roma
ENVIADO ESPECIALPor todos los puentes sobre el Tíber cerca de la Vía de la Conciliacione a las ocho de la mañana pasaban riadas de gente del Opus con gorritos y sillas plegables y otras hormigas de clase media-alta con zurrones del beato venían a lo largo de los pretiles rodeando la fortaleza de Sani Angelo y había un atasco de autocares de Holliday Tours, cuyos bocinazos se unían a los acordes de un órgano celestial que bajaba de la cúpula de San Pedro.
Los carabineros habían aconsejado a los romanos que se fueran el domingo a la playa puesto que la ciudad había sido cedida a los españoles. Roma estaba vacía, incluso sin pájaros y sus fuentes se oían de lejos. Peregrinos muy pulcros habían ocupado las sagradas barricadas desde la madrugada y muchos habían dormido entre los mármoles del Vaticano al pie de esculturas carcomidas, pero aún no era el sol muy terrible y ya se iba calentando de obispos y cardenales el ambiente; había prelados a punta de pala aunque, aunque el Pontífice estaba en chándal tal vez haciendo gimnasia todavía.
Entre dos enormes profetas de piedra roída en lo alto de la columnata, antes de iniciarse la ceremonia a las diez de la mañana, veía la llanura de fieles con remolinos de monjas, la empalizada de damasco erigida para la liturgia, los tapices cubiertos de la pareja de beatos que colgaban de dos balcones de la basílica bajo un arreglo de jaras amarillas.
A la derecha del altar había una extensión de prelados y eminencias en morado y rojo, abades blancos, grandes generales de órdenes religiosas con sus atuendos y bonetes confiriendo al aire un estofado de primera calidad. A la izquierda, el cuerpo diplomático lucía uniformes de alpaca oscura con ribetes dorados y en medio de esa severidad se movían las plumas de los caballeros de Malta y las pamelas de las señoras.
Los coros de la capilla vaticana cantaban un hosanna a cuatro voces y a mí me pareció ver que en medio de la escolanía brillaban trompetas de plata. De todos los pedernales de San Pedro el sol ya extraía una fundición, y dentro de ella cualquiera podía ver a Dios o freír un par de huevos sobre las sandalias de mármol de algún gigante evangelista.
El equipo de casa
Entonces, la puerta principal de la basílica comenzó a liberar una lenta procesión de levitas con las manos juntas sobre los roquetes y detrás de ellos un pelotón de zuavos pontificios, igual que sotas antiguas, se dividió para ocupar las cuatro esquinas del tinglado con la lanza. Después de estos teloneros, los altavoces comenzaron a emitir nombres de cardenales y obispos que eran acompañados con gritos de fervor como en los grandes combates. Se enunciaban los concelebrantes de la ceremonia y las ovaciones subieron hasta la cresta de los apóstoles de piedra cuando sonaron Suquía, Portillo y Echeverría, el equipo de casa, pero se notaba enseguida que el público estaba acostumbrado a ir a misa porque la devoción hizo que el silencio volviera a reinar.
De pronto, se produjo un impacto faraónico: con una lentitud medida por 2.000 años de no tener ninguna prisa, salió por la puerta grande una comitiva formada por acólitos con la cruz y los candelabros y dos hileras de jerarquías que iban aumentando en esplendor y tamaño hasta llegar a los obispos y cardenales cuyas vestiduras de oro bien labradas cegaban al sol de Roma junto con las blancas mitras que también despedían rayos, pero este desfile no era sino el camino que tales peces gordos abrían al faraón. Con el báculo en la mano, acompasadamente, el Papa Juan Pablo II apareció en escena y no creo que Amenofis, ni Jerjes ni Ciro tuvieran las tablas de este polaco. La ceremonia estaba dedicada a una esclava negra muy mágica y al hijo de un pañero de Barbastro llamado Escrivá.
Después de esparcir incienso alrededor del ara y cantar el kirye, una voz meliflua, llena de superlativos, a través del altavoz comenzó a relatar las virtudes de Escrivá de Balaguer y los mejores adjetivos iban saltando a lo largo de su biografía sin encontrar una fisura donde esconderse de vergüenza y no habiendo hallado tampoco el relator una sola caída en la vida, del fundador del Opus, sin más preámbulos, el Pontífice leyó el edicto de beatificación, el cual generó gritos de entusiasmo y mientras se descubría la imagen de Escrivá y de la monja Bahkita en los tapices de la fachada, el coro cantaba el Christus vincít, que fue coreado por la multitud con un tono de victoria por haber logrado meter el clavo por la cabeza contra el escándalo que ha levantado este proceso. En adelante ya nada será lo mismo: la ceremonia ha consagrado a la empresa. Se espera una ampliación de capital. No obstante, en la plaza de San Pedro había una emoción contenida, con las lipotimias necesarias pero sin histeria colectiva ya que la gente del Opus sabe el terreno que pisa, está acostumbrada al mando, conserva la cabeza fría. Son muchos años de conspiración,, de favores y de beneficios.
Una vez que la cosa ya no tenía, remedio, sabiendo que el beato Escrivá ya estaba en el cielo, mientras la misa seguía, bajé de la columnata para atravesar el patio de San Dámaso, situado en el tercer piso, donde había algunos Mercedes aparcados con beneficiados de rojo y pinta de obispos acodados en el capó moviendo las llaves. Equivocado el, camino me perdí por las dependencias vaticanas y a todas ellas llegaba la voz del Pontífice.
El domingo había paralizado toda la maquinaria burocrática y los recintos aparecían severos, oscuros, muy altos y cada vez el laberinto se hacía más intrincado. Bajo la sagrada empalizada del altar, en ese momento se mostraban en unas bandejas de plata las reliquias de los dos beatos: de la monja Balikita un trozo de hábito, de Escrivá de Balaguer una muela que le extrajo el dentista. Desde el ámbito interior se podía escuchar la enseñanza que el Papa en su homilía también había extraído de la vida del beato: las cosas materiales el desenfreno las convierte en ídolos, pero si se usan rectamente pueden ser el camino para el encuentro de los hombres con Cristo. Alguien tenía que romper el ojo de la aguja para que pudiera pasar el camello cargado con gente de buena familia. Este ha sido Escrivá de Balaguer.
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