¿Dónde venden carne de caballo?
El día después de la mal llamada "corrida de rejones" un servidor siempre encuentra aficionados a los toros preguntando dónde venden carne de caballo. Es muy sospechoso y se les ve el plumero. Cierto que a los aficionados esto del rejoneo les aburre, cierto que lo consideran un abuso repulsivo de la nobleza bruta del toro, cierto que harían cualquier cosa para conseguir su desaparición, pero comerse los caballos es excesivo. Además, ni los caballos tienen la culpa, ni el rejoneo ha de ser, forzosamente, el lamentable espectáculo ese de ayer y de tantas tardes, que han puesto de moda en su provecho unos cuantos rejoneadores sin torería y que consiste en pegar caballazos y zumbarle al toro la pandereta. El rejoneo es un arte que tiene sus reglas, para ejercitarlo hacen falta caballos de especial raza y complicada doma, caballistas toreros, toros bravos, y del equilibrado desarrollo de estos factores resulta un espectáculo interesante. Eso en teoría. Luego, salen los rejoneadores y si hacen lo que les da la gana, no pasa nada, pues habitualmente el público que acude a verlos no ha puesto pie en una plaza de toros jamás en su vida y cuanto sucede en el ruedo le deslumbra.
Ortigao / Cuatro rejoneadores
Toros de Luis Jorge Ortigao Costa, con los pitones exageradamente cortados, discretos de tipo, flojos; dieron juego.Antonio Correas: rejón bajísimo, pinchazo bajo, rejón trasero, rueda de peones, otro igual y, pie a tierra, descabello (silencio). Ginés Cartagena: rejón trasero, rueda insistente de peones y otro rejón trasero (oreja). Fermín Bohórquez Domecq: rejón traserísimo y muy bajo (petición y dos vueltas). Javier Mayoral: rejonazo en la tripa cerca de los riñones (vuelta protestadísima).Por colleras: Correas, pinchazo trasero y Cartagena, otro descordando (palmas y algunos pitos, y saludan). Mayoral, pinchazo y Bohórquez, pinchazo, otro trasero, dos más muy bajos y, pie a tierra, dos descabellos (vuelta). Plaza de Las Ventas, 16 de mayo. Octava corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
Le deslumbran, principalmente, los caballazos. Intentaba ayer Correas un toreo templado a su toro y le aplaudían un poquitín. Irrumpían Cartagena o Bohórquez o Mayoral armando una polvareda de galopes, frenadas, cabriolas, brincos, puesta de manos, frenético agitar de brazos, relinchos, gritos, sombrerazos, y ponían al público en pie. El público no sólo se ponía en pie, sino fuera de sí también, conmocionado por aquel disloque, aquel conjunto de aconteceres cuyos méritos le era difícil precisar si correspondían al caballo o al caballista. Bueno, sí, los relinchos correspondían al caballo y los gritos al caballista, eso lo tenía claro el público, y que las manos al aire las levantaba el caballo, mientras el caballero lo que levantaba era los brazos, pero del resto no podía dar fe. Le hacía feliz, y basta.
A la hora de la verdad, los tres rejoneadores mencionados clavaban rejones y banderillas reuniendo a la grupa, Cartagena con exagerada adulteración de la suerte, Bohórquez dejando los hierros por las bovinas zonas traseras y bajeras, mas eso al entusiasmado público le traía absolutamente sin cuidado. En realidad le traía absolutamente sin cuidado todo, excepto los caballazos. Al público, los caballazos, es que le ponían a cien.
Cuanto queda dicho no constituye novedad alguna: el rejoneo lleva años convertido en este circo. Sí constituía novedad, en cambio, el reglamento, que a estos efectos había de aplicarse por primera vez en Madrid. Bien, pues pudo constatarse que no se aplicó. Los rejoneadores se burlaron del reglamento y la autoridad resultó ser consentidora. Dice el reglamento que, en ocasión de perpetrar colleras, sólo uno de los rejoneadores irá armado y, sin embargo, iban armados ambos. Y pues iban armados, entraba un rejoneador, le zumbaba la pandereta al toro, y no se había repuesto de la agresión la inocente criatura, cuando llegaba otro y le metía hierro vil por donde cupiera. Y la gente volvía a sentirse felicísima, y aquello era en realidad un asco, y ya huían de semejante indignidad los pocos aficionados presentes, y ya querían que desaparecieran del mapa las "corridas de rejones", incluídos los propios rejoneadores y lo que va debajo. Un día un aficionado se va a comer un caballo; al tiempo.
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