Interacción entre culturas
Una gran parte de los conflictos con que se enfrenta actualmente el mundo -y con los que seguirá enfrentándose en el futuro inmediato- tienen su origen en la desaparición de la bipolaridad Este-Oeste. Mientras ésta duró, cualquier conflicto local quedaba inmediatamente satelizado a uno u otro lado de la polaridad, con lo que de hecho el enfrentamiento entre las dos grandes potencias absorbía de modo automático cualquier choque local, por grave que éste pudiera parecer.En la actualidad hemos asistido a la sustitución de la bipolaridad por la multipolaridad, con la consiguiente aparición de una pluralidad de centros culturales, llámense éstos etnias, naciones, regiones o nacionalidades. En esas coordenadas hay que pensar que se establecerá el nuevo orden mundial -todavía inédito-, en el que estamos seguros ocuparán protagonismo creciente nuevos bloques geoculturales, entre los que, si bien algunos están ya claramente delimitados, otros no han hecho más que apuntar incipientemente en el horizonte.
Acabo de emplear la expresión bloques geoculturales con toda intencionalidad, porque estoy convencido de que en ellos la identidad cultural será centro neurálgico de su definición y, por lo mismo, clave de las relaciones internacionales en el futuro inmediato. En esta nueva tesitura del orden internacional, la vieja problemática nacional, con su característica complejidad, va a ocupar el plano prioritario de la atención. Es obvio que las nuevas tecnologías de la comunicación y la interdependencia de la economía transnacional han trastocado y desfasado el que ha sido concepto axial del derecho político hasta nuestros días -la soberanía nacional-, introduciendo variables que los estudiosos de las ciencias sociales tendrán que empezar a valorar en su justa dimensión. Entre ellas hay tres que a mi juicio ya ocupan el primer plano: identidad cultural, etnia y derechos humanos. Sobre ellas habrá que empezar a construir ese futuro orden tan pregonado y discutido en todos los foros, pero del que tan poco sustantivo se ha dicho hasta ahora. En cualquier caso,, habrá que tener en cuenta que la nueva etapa histórica que hemos empezado a vivir ya es algo más que esa crisis defin de siglo de la que tanto se habla. Es algo que con justicia creo que podemos empezar a llamar mutación histórica y que, por tanto, se corresponde con una nueva era de la humanidad, con poquísimos antecedentes.
En cualquier caso, me parece claro que la nueva era se va a caracterizar por una dinámica sin precedentes de interacción entre culturas, para acabar conduciéndonos al proyecto de planetarización en curso ya desde hace tiempo, en esa dinámica cobran especial relieve las aportaciones de la antropología cultural, y muy singularmente las categorías de endogamia y exogamia, que, si en un principio se referían a los matrimonios dentro o fuera de una misma tribu, hoy pueden aplicarse al contexto cultural en su más amplio sentido. En este aspecto, endogamia sería el cultivo por parte de una sociedad determinada de los caracteres individuantes, exclusivos y diferenciadores de su personalidad colectiva, mientras la exogamia tendería al intercambio y comunicación con otras culturas en detrimento de los caracteres propios. La endogamia tiende, pues, a la defensa de la propia personalidad individuante y practica el aislamiento como medio de afirmación de lo propio, lo que inevitablemente conducirá a la inmovilidad, al estancamiento y a la esterilidad. Por el contrario, la exogamia, más preocupada por recibir las aportaciones de otras sociedades, habrá de conducir a la homogeneidad y a la uniformización, promoviendo la disolución de su identidad propia en un horizonte más amplio. En el orden psicológico, podríamos decir que la endogamía exalta los rasgos diferenciales de la propia individualidad en detrimento de su riqueza interior; por el contrario, la exogamia, preocupada en exceso por cultivar esa riqueza, conducirá a promover personalidades plenas de contenido pero sin rasgos diferenciadores, lo que conducirá a la disolución de la individualidad propia.
Cuando aplicamos estas categorías de la antropología a la identidad cultural de los pueblos tenemos unas referencias muy precisas para entender la dinámica de la interacción cultural y cuando las utilizamos como instrumento de análisis de los bloques geoculturales muchas de las incógnitas que nos preocupan quedan automáticamente despejadas. Así por ejemplo con el tema del integrismo islámico, que hoy trae en candelero a gran parte de la política internacional. No es ninguna casualidad que el movimiento se iniciara en el actual Irán, donde la política prooccidental del anterior sha Reza Pahlevi había conducido a la antigua Persia a un grado tal de homogeneidad con los países occidentales que las raíces islámicas de la antigua cultura persa habían desaparecido en la práctica. La salida del sha y la instalación en el poder de Ruholá Jomeini no podía en estas circunstancias tener otra alternativa que mantener el equilibrio frente al anterior proceso exogámico; de aquí que su autoridad como ayatolá (doctor en teología) se apoyase en la religión shií y se concretase en una república islámica, cuyo fin no podía ser otro que el de impulsar la revolución islámica en el mundo árabe. La situación de Argelia, que ahora preocupa a los máximos dirigentes del mundo occidental, encuentra la misma explicación, pues no puede olvidarse que la secular presencia francesa en aquel país había generado un proceso de occidentalización que no podía quedar sin respuesta por las masas islámicas, que ostentan una identidad cultural ancestral.
En una palabra: los procesos de endogamia y exogamia no pueden conducirse unilateralmente en una sola dirección sin que las inevitables reacciones en uno u otro sentido se produzcan. Ambas tendencias exigen un punto de equilibrio que no es fácil encontrar, pero es evidente que cuando la occidentalización del Tercer Mundo se ha llevado demasiado lejos la respuesta resulta inevitable. Es evidente, por lo demás, que la planetarízación actual del mundo conlleva una fuerte dosis de occidentalización, y que ésta -por muy evidente e irreversible que se considereno puede dejar de provocar las consiguientes reacciones. A éstas conviene que nos vayamos acostumbrando, pues la actual interacción entre culturas las van a hacer inevitables. En vez de indignarnos o de rasgarnos las vestiduras, lo que sin duda conviene es que vayamos aprendiendo a usar el lenguaje adecuado a tales situaciones, pues la paz en un mundo multipolar sólo podrá establecerse cuando las leyes del diálogo, de la tolerancia y del intercambio cultural se hayan impuesto frente a dogmatismos de uno u otro signo, sin olvidar que todo desarrollo auténtico -no simple crecimiento- ha de hacerse de acuerdo con las necesidades socioculturales del propio país, dentro de una política que en los organismos internacionales se conoce como desarrollo endógeno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.