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Alain Delon quiere y no puede elevar su mito a la altura de Casanova

Alain Delon, un hombre con capacidad para hacer las cosas a su manera en el cine francés, se puede permitir últimamente el lujo de elegir con lupa los personajes que lleva a la pantalla. Se resiste a asumir plenamente sus muchos años y se las ingenia para mantener viva su leyenda de seductor sin edad. De ahí que se prodigue con cuentagotas. Tras el fracaso de su impreciso desvío hacia el intelectualismo en Nueva ola, el divo francés necesitaba un personaje rotundo y de identidad inconfundible, un mito universal en el que apoyar su mito casero. Este gran personaje es el de Casanova. Pero, aunque hecho a su medida, a Delon le viene grande el traje del veneciano.

Delon no tiene ningún pudor en declararse estrella. Pese a que el término está en decadencia, el actor francés no sólo lo reivindica, sino que lo lleva al extremo de su deteriorado significado. Dice Delon: "Para mí, estrellas son Marlon Brando o el general De Gaulle. Es decir, seres que sobrepasan sus propios límites". No hace falta insistir: se considera heredero de esa estirpe heroica de hombres que van más allá de su destino en la tierra.La fuerza de Delon en el cine francés es más que considerable. Es un hombre de cine integral y lo abarca todo: actor, argumentista, productor, promotor, financiador, incluso director. Impone a quienes le rodean, cuando decide salir a la pantalla, condiciones equivalentes a leyes. Se lo ha ganado a pulso a lo largo de casi 40 años de carrera, apoyado en A pleno sol, El gatopardo, Rocco y sus hermanos, El samurai y otras películas de envergadura histórica, hasta sus interpretaciones posteriores de madurez, donde poco a poco la evolución personal del actor ha ido modificando paulatinamente la naturaleza de sus personajes para adaptarlos a sus propios cambios.

La bula de los intocables

Así Delon ha llegado a alcanzar en Francia la bula de los intocables: no sólo decide cuál va a ser su personaje sino también cómo ha de ser escrito por el guionista y moldeado por el fotógrafo y el director. Y más aún: queda a su cargo cómo han de actuar los actores y actrices que tienen el honor de compartir con él la pantalla.En El retorno de Casanova, Jean-Claude Carriére escribió el guión para Delon; Edouard Niermans lo dirigió para Delon; Jean Penzer lo fotografió para Delon, y el propio Delon fue el verdadero director oculto de los otros intérpretes: "Digamos que he ayudado un poco", dijo el actor cuando le preguntaron si esto es cierto. "Me gusta mucho dar, quienes me conocen lo saben". Absorber para sí una película, hacerla por completo suya es convertido por Delon en un acto de altruismo. Es difícil superar este grado de autoindulgencia y de arrogancia.

El retorno de Casanova es una novela corta escrita en 1918 por el judío vienés Arthur Schnitzler, autor mimado por el cine, pues está detrás de dos obras maestras de Max Ophuls: Lorelei y La ronda. Esta novelita suya sobre Casanova, que tiene una prolongación teatral escrita años después, cuenta la última aventura amorosa del caballero de Seingalt antes de su retorno, el 3 de septiembre de 1774, a Venecia, después de un largo exilio por toda Europa. Fue ésta una aventura fracasada, tal vez la primera de su vida, en la que el legendario cazador de mujeres, en el umbral de la vejez se encuentra con el rechazo inapelable_de una muchacha francesa inteligente y culta, que presagia una nueva era, una nueva generación, una nueva inteligencia ilustrada que en Francia abrió poco después el camino de la revolución y que detesta a todo lo que Casanova representaba en aquel momento: el inmovilismo decadente de la vieja Ilustración.

Pero el pesimismo de Schnitzler, el encuentro de Casanova con su final como hombre, es hábilmente adulterado por el guión y por el filme, hasta convertirlo en umbral de otra victoria más del personaje. Lejos del irrisorio Casanova que Donald Sutherland interpretó para Federico Fellini; y más lejos aún del formidable desgarro de la composición del personaje por Marcello Matroianni en La noche de Varennes, de Ettore Scola, el Casanova de Delon sigue siendo un modelo de seductor tópico y heroico, en terminología deloniana una estrella, es decir, un hombre que sitúa sus actos más allá de sus límites y de sus alcances. La manipulación subjetiva por la que Delon se apodera del personaje es completamente evidente.

Delon ha venido a Cannes a triunfar y para ello se ha traído la imagen prefabricada de un triunfador eterno. Sin ningún pudor, la película y su héroe son alabados por la parte más chovinista de la prensa francesa con términos como "arrollador" o incluso "sublime". Si Dios y el jurado no lo remedian, ya tenemos premio de interpretación en Cannes 92. Cuentan las malas lenguas que Delon se siente celoso por un Gérard Depardieu que cada día le hace más sombra y que ha decidido desquitarse con esta película.

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